“Desde el Corazón” sé que hay muchas cosas relativas en la vida, muchas ante las que un hombre debe cambiar en el futuro, cuando se vea con nueva luz. Pero relativizarlo todo, ¿no será un modo de no llegar nunca a vivir?
También creo saber que, cosas permanentes, son pocas: el amor que se ha elegido, la misión o vocación a la que uno se entrega, un buen número de ideas y principios vertebrales y, entre ellas, desde luego, para el creyente, su fe.
En éstas, lo confieso –escribo esto en el día de mi 68º cumpleaños‑, mis apuestas fueron y espero que sigan siendo totales. Por estas cosas, estoy dispuesto a seguir dando mi vida, precisamente porque estoy seguro de que esas cosas o son enteras o no lo son. Un amor condicionado es un amor putrefacto. Un amor “a ver si funciona” es un brutal engaño entre dos. Un amor sin condiciones puede fracasar, pero un amor con condiciones no sólo es que nazca fracasado, es que no llega a nacer.
Hoy es la provisionalidad lo que impera, la relativización casi de todo, incluso lo que de boca para afuera mencionamos como valores fundamentales. La crisis que nos sacude no es sólo económica, es sobre todo moral y espiritual; fijémonos bien si no son penalizadas las alusiones claramente cristianas y aplaudida la secularización completa de nuestro orden político, social, económico y cultural.
El objetivo implícito parece ser que cualquier dimensión espiritual quede reducida a simple manifestación del ámbito privado o del festivo. ¿Qué palabras evitan los tecnócratas de Bruselas? y uno que lee descubre que casi siempre: “honra, constancia, compromiso, grandeza moral, amor a la patria, familia –hombre mujer‑, y prácticamente nunca: “si Dios quiere” ante el temor de ser descalificados como reaccionarios.
“Desde el Corazón” me pregunto si una gran parte de responsabilidad en esto no la tendrán las diversas “plutocracias”. Una de las variantes del término «aristocracia» que se consideraba como el gobierno de los “nobles” pero que en la modernidad ya no se refiere a quienes ya gobiernan de facto por haber heredado un título de nobleza sino que se refiere a quienes deberían gobernar por ser los más capacitados para ello, sin importar el que sean o no los portadores de un título hereditario.
Y las “plutocracias” definen el gobierno de los ricos. Y llegado a esta definición pienso que una Europa cristiana no hubiera asumido la esclavitud del crédito.
Hoy, es mucha la sociedad que ya empieza a avergonzarse de una gran parte de sus grupos dirigentes, pues ¿no es sintomático que ahora mismo, ni los dos Partidos Mayoritarios juntos, alcancen el 50% de la intención de voto?
¿Cómo no va a desencantarse la población de la política o de la democracia si ve a sus parlamentarios saltar de escaño en escaño como ranas saltarinas? Nos podemos sentir en un momento decepcionados del partido político por el que se apostó, por ver que éste ya no defiende la ideología que él deseaba sostener, o lo más triste, que por permanecer en el poder, se alía con el partido que antes denostaba con toda vehemencia. Y en estos casos ¿no sería lo ético confesar el error, renunciar al escaño y retirar-se a sus cuarteles privados? No, hay que defender ante todo el sueldo, las dietas, las primas y la apariencia, y con el mayor impudor del mundo, se ficha por otro club político. ¿No es esto traición?
¿Y qué pensar de los superconocidísimos matrimonios que se casan y descasan como si cambiaran de pareja en un baile? Es cierto que el amor tiene caminos misteriosos, pero no es amor el de estos amores caprichosos elevados a la ley del progreso. Esto también son traiciones que van camino de convertirse en un cáncer social.
Lo grave del asunto es que, en todas estas y muchas otras historias: blanqueo de dineros, enriquecerse con la excusa del “interés público”, trampas financieras; todos parecen olvidar la responsabilidad ante la sociedad que les ha encumbrado.
No son simples casos, son la filosofía imperante. Nadie parece medir el impacto social de sus actos. Y cuando todos decimos que el mundo es un desastre, nadie parece preguntarse por la partecita de corrupción que él mismo ha aportado.
Traiciones de una gran parte de las plutocracias: la del dinero, la del poder, la de la política, la de no pocos líderes religiosos que no denuncian la corrupción, y de muchos medios de comunicación con la sistemática frivolidad con la que elogian a los frívolos.
En una Europa algo más cristiana se cubrirían esas desnudeces con una capa de vergüenza, como hicieron los hijos de Noé con la borrachera de su padre, el cual bien se arrepintió. Pero hoy, todo es relativo para los tecnócratas, y encima van prescindiendo de Dios.
Si quieres comentar o