Gabriel de Sotiello afirma que Ortega “siempre mostró una actitud respetuosa frente a Jesucristo”. Y añade: “En cuanto a la interpretación teológica que dio del mismo, es cuestión distinta”. (57)
Ignoro cómo interpreta Sotiello esa distinción.
Ortega no desarrolla una teología cristológica. Los textos en este sentido son pocos. Pero algunos de ellos lo suficientemente luminosos como para deducir que el filósofo admitía la encarnación del Padre en el Hijo.
Uno de estos textos es el que figura en el artículo TEOLOGÍA SOCIAL, de 1910: “Siempre que estéis juntos me tendréis entre vosotros”, dijo Jesús. No creo que haya apotegma más suave, más rico en promesas, más significativo de la divina misión del Hijo, que formule mejor lo que hay de más hondo en el oficio de un Cristo… Tras la antigua alianza del Padre, viene el Hijo, todo temblor y ardor de llamas… El individuo se diviniza en la colectividad. ¿No es tal el sentido de la humanización de Dios, del Verbo haciéndose carne?...Al encarnarse Dios la categoría del hombre se eleva a un precio insuperable; si Dios se hace hombre, hombre es lo más que se puede ser”. (58)
El misterio de la Encarnación se levanta infinitamente por encima de toda la esfera de la razón natural y del orden natural. La explicación a este misterio hay que buscarla en el campo de lo sobrenatural.
Al fin de su vida Ortega parece entender el proceso histórico de la Encarnación, cuando el Padre envía al Hijo como procedente de Él. Habla del “profundo sentido del misterio de la Encarnación, en que Dios por un acto determinado, concreto, de su voluntad resuelve humanizarse, esto es, hacer y padecer la experiencia de vivir en el mundo, de dejar de estar solo y acompañar al hombre”. (59)
Tanto este pasaje como el anterior son pura Biblia. Evangelio de Juan principalmente.
En las bellas páginas que dedica al gran humanista que fue Juan Vives, Ortega observa que en su época –siglos XV y XVI- “se advierte un desplazamiento del centro gravitatorio de la fe desde el Viejo Testamento hacia el Nuevo Testamento”. El Dios que entonces interesa, el Dios al que se adora es “el Dios que baja al mundo. Por tanto, si se me entiende bien, más que Dios, Jesús, Cristo”. (60)
Dotados de enorme potencia expresiva, de un verbo poderoso, en los apóstoles Juan y Pablo la encarnación de Dios en Cristo adquiere un humanismo entrañable. Su cuerpo fue accesible al dolor, al hambre, a la sed, al cansancio, a todos los sufrimientos que humillan la naturaleza humana. El Padre permitió que su alma pura padeciera el tormento de la soledad. En el suplicio de la cruz dejó escapar este grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Dice Ortega que al aceptar encarnarse Cristo “aceptó lo más radialmente humano, que es la soledad. Por eso las palabras de la cruz, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, son la expresión que más profundamente declara la voluntad de Dios de hacerse hombre. Cristo fue hombre sobre todo y ante todo porque Dios le dejó solo”. (61).
En conclusión: De los numerosos textos orteguianos analizados aquí no se desprende, en modo alguno, que Ortega y Gasset fuera un filósofo despreocupado del tema religioso, ni que viviera de espaldas a Dios, ni mucho menos que fuera ateo, como insinúa el católico Francisco Goyenechea, varias veces citado en estas páginas.
Tres años después de la muerte de Ortega el dominico
Santiago Ramírez publicó un libro todo él compuesto de negaciones. En su discurso ultracatólico Ortega no creía en Dios, a Ortega no interesaba el problema religioso, Ortega era anticatólico furibundo, Ortega carecía de fe espiritual, Ortega era peligro y veneno para la juventud. (62)
A Ramírez responde por aquella misma fecha un prestigioso intelectual,
Pedro Laín Entralgo. Desmonta todos los argumentos del dominico y concluye su escrito diciendo que “más que condenar a Ortega en nombre del catolicismo hay que enseñar a leer recta y católicamente los escritos de Ortega”. (63)
Otro de los indignados por el libro del dominico Ramírez fue
Julián Marías, amigo y discípulo directo de Ortega, considerado una autoridad en el campo de la filosofía española. Marías aclara que su inquietud por el libro de Ramírez no viene de que él sea “discípulo de Ortega, amigo suyo, admirador y continuador de su filosofía, sino de que me parece peligroso desde el punto de vista de la religión, apto para introducir la desorientación en muchas mentes de dudosa ejemplaridad; en suma verdaderas tentaciones”. (64)
Larga y eterna vida a Ortega y Gasset en el lugar que Dios le haya destinado al otro lado de la tierra, más allá de las nubes azules, donde el alma no muere y donde la filosofía de los misterios encuentra todas las respuestas que en vida fueron tormento de la razón.
Si en alguna época hubo en él apariencia de ateísmo, como lo quieren aquellos que teniendo las letras delante no saben leerlas, estuvo vinculado al hecho de que Dios no se le había revelado a él, personalmente a él, lo que ha constituido el deseo del ser humano desde el primer suspiro en el huerto de Edén hasta el grito trágico de Unamuno.
Pero hablar de un Ortega que rehusa lo sobrenatural parece excesivo. Hablar de ausencia de lo sobrenatural es quedarse más acá de la realidad. Es leer a Ortega con lentes expresamente fabricados para la negación, colocados sobre una montura de hojalata.
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NOTAS
57. Gabriel Sotiello en revista NATURALEZA Y GRACIA, 1965, Volumen 12, fascículo 1.
58. O.C. Tomo I, pág. 520.
59. O.C. Tomo IX, pág. 209.
60. O.C. Tomo IX pág. 525.
61. O.C. Tomo VII, pág. 107.
62. Santiago Ramírez, O.P. LA FILOSOFÍA DE ORTEGA Y GASSET, Editorial Herder, Barcelona 1958.
63. Pedro Laín Entralgo, CUADERNOS HISPANOAMERICANOS, nº 101, año 1958.
64. Julián Marías en EL LUGAR DEL PELIGRO. Una cuestión disputada en torno a Ortega. Madrid 1958, pág. 11.
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