Derribo

Sonó la primera llamada telefónica de un lunes por la mañana en el despacho de arquitectura de Daniel Moradas.
—Buenos días. —contestó la secretaria.
—Buenos días. Quisiera que formalizasen la documentación para el derribo de un local destinado al culto en la actualidad. —contestó una voz varonil.
— ¿Qué se pretende derribar, solo una parte o la totalidad del edifico?
—Sí, sí, todo el edificio.
—Deme los datos, por favor.
—Está en la calle del Delirio, 54. Es propiedad de la comunidad religiosa que se congrega actualmente. Y está a nombre de su pastor.
— ¿Es un edificio en ruinas? ¿Quieren edificar después? Nosotros podemos encargarnos de todos los trabajos relacionados con la construcción.
—Gracias, por ahora solo quiero ver convertida esta finca en un descampado donde los niños puedan jugar.

La secretaria quedó extrañada de esta explicación, pero no le dio importancia y continuó preguntándole los datos que faltaban.
—De acuerdo, ya pasaremos por esta dirección para que firmen el encargo. Una vez concedido el permiso del Ayuntamiento, la empresa de derribos puede tardar una semana en ejecutar la demolición.
—Vale, no tengo prisa.

Tres días después.
—Buenas tardes, vengo del despacho del arquitecto Daniel Moradas para que firmen la solicitud de derribo de esta finca, según comunicaron por teléfono. Soy el arquitecto técnico.
— ¿Qué dice? —Preguntó con gran extrañeza el diácono que recibió la visita.

Este buen hombre lo condujo hasta el pastor que aún quedó más sorprendido.
— ¿Quién dice que ha solicitado el derribo?
—El autor de la llamada se identificó como Justo Salvador.
—Ahora entiendo. Es el pseudónimo que emplea uno de nuestros fieles, que es la mar de pacífico en estado normal, pero cuando pasa por crisis nerviosas tiene un comportamiento imprevisible. Actualmente está ingresado en una clínica, la llamada debe estar hecha desde allí. Le ruego quenos perdone. Siento las molestias que le hemos ocasionado. Ya nos pondremos en contacto con la familia de Justo para evitar este tipo de situaciones.

El pastor lo acompañó hasta la salida. El visitante, una vez en la calle, vio tres escandalosas grietas verticales en la fachada del edificio de dos centímetros de grosor.
— ¿Se ha dado cuenta? Esto es muy grave, casi me pasa la mano. —dijo el técnico.
— ¿Es peligroso? —preguntó el pastor.
—Tanto que lo recomendable es que los ocupantes desalojen inmediatamente el edificio a la espera de hacer un estudio patológico.

Observado con más detalle también descubrió abundantes grietas en el interior.

Una vez retractado de su imaginería fantaseante, Justo Salvador quedó en condiciones de reanudar su vida con normalidad.

El primer domingo de su liberación, se levantó contento de poder asistir al oficio religioso de su comunidad. Pero cuál fue su sorpresa al descubrir el gran vacío de lo que había sido edificio eclesial. Ahora correteaban por el solar unos niños jugando al escondite. Justo empezaba a recordar.