Para ver el inicio del papado tenemos que colocarnos en la perspectiva histórica necesaria. Lo primero es reconocer al papado actual, pues la clave está en que por su propia naturaleza reclama continuidad, es decir, que lo que ahora existe es lo que antes ya existía.
Por ejemplo, cuando en el concilio Vaticano I se establece
la infalibilidad papal, no se está diciendo que a partir de ese momento Juan María Mastai Ferreti adquiere la condición, sino que ya la tenía y que la poseían todos los otros anteriores soberanos de los Estados Pontificios, y antes los papas hasta el bueno de Pedro.
Como en el mismo concilio se establece que también
posee el papa jurisdicción o potestad ordinaria universal sobre la iglesia Romana, es decir, sobre cada súbdito o fiel, pertenezca a su diócesis o no, pues al ser algo de fe retroactiva, la cosa es relevante para entender el nacimiento del papado y si es algo que está con Pedro y en los años siguientes. A primera vista, parece que no.
Les pongo algunos datos. El 18 de Julio de 1870 los miembros del concilio, ante la necesidad de afirmar lo salutífero del oficio apostólico en medio de una sociedad que quería separar la política de la tutela episcopal, y promover la perniciosa libertad de cultura y, lo peor, de religión, a lo que llaman con el infame nombre de posición liberal, inspirados por el espíritu santo (permitan que no lo ponga en mayúscula), afirman solemnemente las prerrogativas que el unigénito hijo (tampoco puedo ponerlo en mayúscula) instaló en el oficio del pastor supremo:
“Por esto, adhiriéndonos fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana, para gloria de Dios nuestro salvador, exaltación de la religión católica y salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que: El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables”.
Este es el texto del dogma de la infalibilidad papal, que debe creer todo fiel, o súbdito, como se les llama.
Nótese que es una adherencia a la “tradición recibida desde los inicios de la fe cristiana”. Sin romper esa tradición, el Derecho Canónico actual, de 1983, afirma: art. 749. “En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza de infalibilidad en el magisterio, cuando, como Supremo Pastor y Doctor de todos los fieles, a quien compete confirmar en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina que debe sostenerse en materia de fe y de costumbres.
También tiene infalibilidad en el magisterio el Colegio de los Obispos cuando los Obispos ejercen el magisterio reunidos en Concilio Ecuménico, quienes, como doctores y jueces de la fe y de las costumbres, declaran para toda la Iglesia que ha de sostenerse como definitiva una doctrina sobre la fe o las costumbres; o cuando, dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de la comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, enseñando de modo auténtico junto con el mismo Romano Pontífice las materias de fe y de costumbres, concuerdan en que una opinión debe sostenerse como definitiva.”
(
No se olvide que quien no crea esto, ha negado la fe según el magisterio romano. Fe que corresponde a la iglesia que Cristo edificó sobre Pedro, es decir, que
esto es lo que Cristo edificó.)
En este mismo apartado se establece el ecumenismo, precisamente en este contexto, lo que, en lenguaje andaluz, se diría que tiene guasa. Art. 755. “Corresponde en primer lugar a todo el Colegio de los Obispos y a la Sede Apostólica fomentar y dirigir entre los católicos el movimiento ecuménico, cuyo fin es reintegrar en la unidad a todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo, está obligada a promover. Compete asimismo a los Obispos y, conforme a la norma del derecho, a las Conferencias Episcopales, promover la misma unidad y, según la necesidad o conveniencia del momento, establecer normas prácticas, teniendo en cuenta las prescripciones dictadas por la autoridad suprema de la Iglesia”.
Este ecumenismo romano tiene su soporte en otro puntal: Art. 750.”Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o trasmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria. Deben también acogerse y creerse firmemente todas y cada una de las verdades que de manera definitiva proponga el magisterio de la Iglesia respecto a la fe y las costumbres, es decir, aquellas que se requieren para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe; se opone pues a la doctrina de la Iglesia católica quien rechace las mismas proposiciones que han de considerarse definitivas”.
Esto debe creer cada fiel romano y sus súbditos ecuménicos, pues corresponde al depósito de la fe. No se olvide.
Ese depósito tiene otro puntal. Art. 331. “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente”. Esta jurisdicción ordinaria universal, sacada en el concilio Vaticano I, menos recordada que la cuestión de la infalibilidad papal, es lo que motivó más rechazo por parte de grupos de la propia iglesia Romana. Ha quedado solapada y en segundo término, pero es clave en el desarrollo de la idea de cabeza que impera sobre todas las demás parcelas de la propia entidad. El corolario es el Art. 1273. “En virtud de su primado de régimen, el Romano Pontífice es el administrador y distribuidor supremo de todos los bienes eclesiásticos”.
Este artículo, que chirría con cualquier ordenamiento mercantil de un Estado, es un modelo consecuente de la autoridad absoluta del papa. El papado no es gesto, es esto.
No debe extrañar que cuando se propuso esta modalidad de imperio, se levantaran en contra dentro de la propia iglesia Romana, pues se entendía que esta posición perjudicaba a la propia entidad.
Este fue el caso de un personaje especial, el sacerdote y profesor Johann J. Ignaz von Döllinger (1799-1890). Está reconocido como el mejor defensor de la iglesia Romana en Alemania; (como tal voy a usar sus argumentos en estos artículos) pero su defensa de la primacía de esa iglesia le impone rechazar la pretensión de los que al final triunfan en el concilio. Entendía que ese modelo de papado destruía a la iglesia Romana. Fue parte principal, pues, de lo que se llamó Viejo-Católicos (Altkatholiken). Escribió artículos, con algún colaborador, bajo el seudónimo de
Janus en el Ausgburger Allgemeine Zeitung, en 1869, que luego publicó como libro.
Esa obra,
Del Papa y del Concilio, se convirtió en la más utilizada herramienta en contra del papado, tal como queda tras el concilio (se tradujo de inmediato al inglés, desconozco si hay traducción castellana). El autor fue excomulgado y atacado por todos los frentes. Su obra puesta en el índice de libros prohibidos. Luego se intentó por todos los medios de que volviese a la comunión papal, debido al prestigio del personaje, pero se mantuvo firme en sus ideas hasta su muerte. De manera que el mejor defensor de la iglesia Romana, por medio de la tradición y de los Padres, es también el más claro destructor del papado, pro medio de la tradición y de los Padres. “Se tiene que destruir la tradición de dieciocho siglos para aceptar esta nueva”, decía; y solo se puede hacer con el
sacrificio del intelecto propio de los jesuitas. Con esto se deben reescribir todos los libros anteriores, o prohibirlos por ser contrarios a este nuevo catolicismo de la infalibilidad papal.
El talante que Döllinger muestra en su prefacio a la obra citada, es muy cercano al que hoy debemos sostener. Lamento que Döllinger lo lleve a cabo con la tradición, pero fue honrado con sus ideas. Investigando a la luz de la Historia, “pero no como un acto académico neutral y cómodo (…) sino como uno de política eclesiástica, en una palabra, algo que afecta a todos los ámbitos de la vida, una apelación a todos los pensadores cristianos, una protesta basada en la Historia contra una amenaza para el futuro, contra el programa de una coalición poderosa, que a veces se muestra con claridad, otras solo insinuada, con ocultación, y en la que se ocupan a diario, cada hora, miles de manos para llevar a cabo sus fines. Escribimos bajo un profundo sentido de la ansiedad en la presencia de un serio peligro (…) Este peligro no es de ayer, y no empieza con la proclamación del Concilio. Ya por 24 años atrás el movimiento reaccionario dentro de la Iglesia Católica, el que ahora sale como torrente que arrolla, se ha ido manifestando, y ahora está preparado, igual que un diluvio, para anegar y tomar posesión de toda la vida orgánica de la Iglesia por medio del Concilio (…) Confesamos seguir la visión de la Iglesia Católica que sus oponentes llaman Liberal, un término de la peor reputación para todos los sumisos adherentes de la Corte de Roma y de los Jesuitas –los dos poderes aliados últimamente–, y nunca mencionado por ellos sin rencor (…) Para nosotros la Iglesia Católica y el Papado no son términos convertibles en manera alguna, y por tanto, mientras tenemos comunión externa con ellos, estamos separados internamente por una gran sima de los que su ideal de Iglesia es un imperio espiritual universal, donde es posible, físicamente, ser regido por un solo monarca. Un imperio de fuerza y opresión, donde la autoridad espiritual es ayudada por el brazo secular para suprimir de forma sumaria todo movimiento de oposición. En una palabra, rechazamos esa doctrina e idea de una Iglesia que por años ha sido propuesta por el órgano de los Jesuitas Romanos como la sola verdad, como la única ancla permanente de salvación y liberación para una raza humana que perece (…) [Esto se ha desarrollado] Por el crecimiento de un partido poderoso (…) que ha obtenido una base fuerte por medio de las ramificaciones de la Orden de los Jesuitas, y alista en sus filas nuevas energías con la constante incorporación de seguidores-trabajadores en los clérigos educados en el Colegio Jesuita de Roma (…) El papado ha sido la expresión de una deformante, enferma, y chocante excrecencia sobre la organización de la Iglesia, dañando y descomponiendo la acción de sus poderes vitales, y trayendo muchas enfermedades en su camino.”
Cipriano de Valera escribió sus Dos tratados: del papa y de la misa, con el argumento central de que la iglesia Romana se sostenía en esas dos columnas. Y las dos se sostenían en común; si cae una se viene abajo todo el edificio. Creo que lleva toda la razón. Y eso que en su tiempo el papado todavía no era como hoy. Döllinger es una muestra de los estudiosos que asumen que el papado, aunque sea como ya se expresa en el Vaticano I, e iglesia Romana no son términos intercambiables; que se puede aceptar la una sin necesidad de aceptar lo segundo. Así ocurre con otros, por ejemplo, en la actualidad con el teólogo Hans Küng, pero que son ejemplo de la contradicción de ese modelo. Aquí traigo esta cuestión, porque al ponernos a ver el papado en su nacimiento, no podemos excluir su identidad con el nacimiento de la iglesia Romana (por supuesto, que no es lo mismo que la iglesia de Roma a la que Pablo escribe una epístola; es la iglesia en esa localidad, pero pervertida en siglos posteriores).
Y nos ponemos a ver el nacimiento del papado, con todas sus repercusiones, es decir, que su continuidad como estructura requiere que se asuma que sobre Pedro se edificó tal iglesia, y que el suyo fue tal ministerio, como hoy lo conocemos.
Lo que a simple vista parece que no es posible, pero ya veremos.
Realmente es problemático, y así lo reconocen esos estudiosos en comunión con la iglesia Romana en la tradición, pero opuestos a un tipo de papado absoluto, que se pueda identificar a Pedro, o su Iglesia, con organizaciones políticas, como la de los Estados Pontificios, con falsos documentos, mentiras, con ejércitos, bancas y bancos, etcétera. (¿Se imaginan al bueno de Pedro abandonando el Quirinal y metiéndose en el Vaticano, y allí considerarse secuestrado, y sus sucesores, hasta que se arregle políticamente el asunto con el reconocimiento mutuo del Estado italiano y del Estado Vaticano, precisamente con Mussolini? ¿O entregando la medalla militar de la Suprema Orden de Cristo, reservada a reyes y jefes de Estado que hayan apoyado el Primado Petrino? –Eugenio Pacelli se la concedió a Franco–) Si alguien se quiere engañar es libre de hacerlo, pero
se ha demostrado que quien rechaza el papado absoluto, es expulsado de la iglesia Romana. La propia entidad reconoce su vinculación vital, forman un solo corazón. Esto debería también servir a los “evangélicos” entusiastas de los gestos papales.
Al lado de Pedro y como parte de la iglesia que Cristo edifica sobre él; con la presencia del Redentor en nuestra Historia, vamos a reconocer a su Iglesia y mostrar la naturaleza de la que usurpa su lugar. Con toda seriedad, por la situación de confusión en que nos movemos en nuestros tiempos. Seguimos, d. v., la próxima semana.
Si quieres comentar o