Cualquiera diría que cuando Pablo de Tarso recomienda que: “lo examinemos todo y retengamos lo bueno” está sugiriendo que cuidemos la mente, ya que ésta se oxida, se devalúa, se inutiliza a fuerza de no usarla.
He conocido a personas que habrían sido ejemplares, eruditas y llenas de agudeza y de sentido si hubiesen cultivado (me gusta la expresión “vamos al culto”) la funesta (hubo un tiempo que así se decía) costumbre de pensar.
A mis lectores les recomiendo que no abdiquen del ejercicio de la razón serena pues es patrimonio del ser humano. No debemos olvidarlo, a pesar de que la inestabilidad económica nos haya hecho dejar el sonreír; a pesar de que una mañana que no veamos luminosa nos haya desilusionado; a pesar de que un ambiente mastuerzo y mostrenco nos tiente a ser desconfiados e indecisos a la hora de proyectarnos con valentía hacia adelante.
Estamos rodeados de gente a la que no interesa que nos cultivemos en la hondura de la fe; que desprecia la reflexión sobre uno mismo: el primer paso de cualquier sentir y comprender, y que han conseguido entronizar la trivialidad del mucho ruido y pocas nueces, escogiendo como norma de conducta la que lleva más rápido y directa-mente al éxito, sólo medido en poder, fama o dinero.
Sobre nosotros se está vertiendo el diluvio de una información tan desmedida que tiende a cegarnos, la masificación ensordece el verdadero sentido de las ideas;
los ecos no nos permiten escuchar las verdaderas voces: hay que examinarlo todo más que nunca. La confusión en temas vitales es hoy mayor que nunca: las imágenes acaban por obnubilar, y los decibelios, por acallar las opiniones.
¿Qué nos servirá o Quién nos será de guía o de luz en un tiempo en que la televisión estupidiza o, en el mejor de los casos, enajena con su sabiduría de calendario; en que se tiende a convertir al individuo en alguien que aprieta botones, o lee pantallas que le resuelven en apariencia sus problemas, y se vanagloria de una tecnología que sin darse cuenta lo deshumaniza?
¿Cómo continuar siendo uno mismo ante la falsa equivalencia de la virilidad de una colonia, del atractivo de un Smartphone de última gama como de los coches, del amor como una segunda o tercera opción? ¿Qué certeza conseguirá resistir ante la continua igualación de la categoría con la anécdota, de lo sustancial con lo accesorio, de la atención con el papanatismo, del bluf de una cacareada serie televisiva sobre la Biblia decorada con sus flecos más fantasmagóricos con el valor real de la genuina Revelación?
Todos quieren enseñarnos y mandarnos, y se apoyan en su razón, no en la Razón y la Fe. Más que nunca hemos de examinarlo todo, no es sabio aceptar tales enseñanzas sin pasarlas por el tamiz de nuestros propios criterios surgidos de la fe y la luz. Se nos escamotean las soluciones y se nos seduce a reflexionar lo menos posible.
La Fe y la Razón son caminos que han de andarse parejos: no son gratuitos, requieren reflexión y guía desde el manual con el que somos cultivados por el Creador. Hemos de hacernos las preguntas necesarias para sacar nuestras in-transferibles consecuencias. ¿Será razonable la fe que predican los religiosos de todas las deidades?; en absoluto. Sólo la Verdad es la luz de la razón.
“Desde el Corazón” desconfío de toda vía que conduzca directamente al dinero, de tal entronización desciende la epidemia que padecemos: la de los corruptos corruptores que contaminan el aire; desconfío de toda vía que tenga como meta el poder, el placer por placer y el egoísmo como razón de ser.
Hemos de procurar el ejercicio de nuestra fe, la dinámica de nuestra razón, la razón de nuestra vida, y con la fe que en nosotros mismos se desarrolla cuando mana de la Fe del Creador, fe que nos amplía a nosotros y no en la que da pasta.
Si huimos de la pobreza, no lo hacemos hacia la riqueza, que es así mismo inicua; sino hacia la justicia que está grabada en el corazón de carne que el Creador rehace: ese corazón que es en el fondo, lo único que espiritualmente importa.
Porque en Él reside, por Gracia, la meta común, luminosa y altísima en la que todos –de cualquier condición, raza, sexo, lengua o clase‑teniendo le Fe, coincidimos.
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