Esta es la primera de una serie de reflexiones sobre la presencia de Cristo en la Historia, en una parcela propia, la de la Iglesia Vaticana y la Compañía de Jesús. Llaman a este domingo de “resurrección”, final de la semana santa. Es un signo de esa presencia en la Historia de nuestro Redentor, un signo de contradicción. Se recuerda su obra con las Escrituras usadas por el diablo, tal como fue en el desierto en sus tentaciones. ¿En cuántos templos, de cualquier denominación, se le está diciendo de nuevo: Serás rey pero con mis condiciones? Pero Cristo sigue siendo Señor.
El modelo de Iglesia que se empieza a fabricar con su corrupción jerárquica, tiene precisamente en la tradición de esta semana santa uno de sus puntales. La autoridad de las diferentes sillas episcopales se dirimió por la imposición de fechas concretas para el llamado Calendario Litúrgico. En eso se incluyó también la Navidad. Se estableció un nuevo orden de los tiempos, con alguna copia del pasado orden dispuesto desde la salida de Egipto; con un año “litúrgico” definido (era lunar) en el Antiguo Testamento desde un día específico. El nuevo templo y las nuevas leyes suponen la exclusión del Mesías que ha venido, sufrido, muerto y resucitado; y vive y reina por los siglos. También en nuestro día.
Ya no tenemos año litúrgico, ni días sagrados, sino que todo el tiempo ha sido consagrado al Mesías y por él. Ahora cada instante lo es de salvación, y de juicio. Es el Día del Señor, grande y temible. En cada instante nuestro Redentor está encontrándose con sus redimidos, aquellos por los que murió en la cruz.
Los conoce por nombre porque por nombre le fueron dados del Padre, por ellos se entregó. Su pecado llevó en sus hombros. ¡Cuánto anhelaba el momento de la Redención! Ese terrible momento, porque era la hora de las tinieblas ordenadas por el Padre, cuando el Hijo amado se hace pecado por nosotros en todo su significado. El Hijo obediente hasta la muerte, se hace muerte, desobediencia, antes de morir como castigo por esa muerte y rebelión. Así tiene que ser. Ha conocido perfectamente a cada uno de nosotros, sus redimidos. Ha pagado el precio, que ha conocido en su propio cuerpo y alma. Y lo ha conocido también como Dios, pues vive la muerte de la rebelión contra el Dios Vivo como Hombre, y la recibe como uno de nosotros, el que nos Representa, el que es colocado en nuestro lugar; pero no queda sujeto a sus consecuencias para siempre, la muerte no lo ha vencido, sino que sus cadenas las ha roto con su propia muerte, que es así vida y vida eterna para el que cree.
En un momento de la Historia, del tiempo, se hace muerte por nosotros, pero vence a esa muerte. ¡Cuánto anhela el momento! Ahora en cada instante de la Historia, se encuentra por su Espíritu con cada uno de los que llevó en la cruz. ¡Cuánto anhela ese momento! Ahora está tomando de la mano a cada uno de los suyos, los está librando de la muerte en que se encuentran, les declara que sus pecados son perdonados, que doblemente pagó por ello, que ya no hay condenación. Les está diciendo: Yo soy tu salvación. Los encuentra, nos encuentra, en nuestras sangres, en nuestra inmundicia, sin santidad, aborrecibles, pero nos limpia, nos bautiza, nos lava con su sangre y nos atavía como esposa, perfecta, sin mancha ni arruga. No hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Los que no caminan conforme a la carne sino al Espíritu. Esa es la Historia de la salvación que se consuma cada momento en todo el mundo.
Se encuentra nuestro Redentor con nuestros hermanos, así reconocidos, como parte de los que antes ya llamó, ya santificó, ya justificó, ya glorificó, en sitio de muerte, siempre. En lo alto de un trono humano, o bajo lo más abyecto de ese trono, en la libertad social o esclavitud, en la riqueza, miseria, salud, enfermedad, hombres, mujeres, niños, por los que se entregó en la cruz. Y los encuentra, y los abraza en su Comunión, por su Palabra. Esa Palabra que les llega como Evangelio de salvación. Donde se les comunica que son comprados por precio, que no se pertenecen, que son librados de la esclavitud de sus obras, obras de su padre el diablo, a la libertad de los hijos de Dios, trasladados al reino de Gracia, Luz, Salvación.
Eso acontece en cada instante. Esa es la Historia. Ese es el tiempo. Ese es el Día del Señor. De salvación para los suyos, de juicio para sus enemigos. Y todos somos enemigos en el encuentro, pero siendo así nos trae la amistad de su cruz, y la tomamos y le seguimos. Con esa Palabra nos da vida, y la mantiene.
La muerte donde cada uno se encuentra es algo real. Nuestra carne, nuestra alma, nuestra manera de pensar, nuestra religión. Y nos libra, y nos hace nuevas criaturas. Nos saca de nuestra Jerusalén y nos lleva a su Casa, la nueva. Nos saca de Egipto y nos traslada a su Persona. Así caminamos en Cristo.
Ese es el Lugar donde nos encontramos con el Redentor. Por eso la Historia es de salvación. Ahí encontramos ese momento, cuando Cristo se arrima a cada uno de los suyos y le dice que no tema, que él ha vencido; y lo lleva de la mano, y nadie lo puede arrebatar de ella. Esa mano que es la experiencia del tiempo para cada creyente, donde recibimos la gracia del Redentor, por medio, eso sí, muy contrarios a la humana imaginación. A veces es una enfermedad, una ruina económica, un fracaso, una victoria, en todo lugar. Esa experiencia de la vida donde recibimos cada instante el fruto de la cruz.
Quiso el diablo matarlo en su nacimiento. Quiere matar a cada creyente en el suyo. A la Iglesia toda. Por medios diversos. La fuerza, el engaño. La espada del emperador, o la tergiversación de la Escritura en el desierto. Con la condena a muerte, o con “de ninguna manera esto te acontezca”. Llevándolo a la muerte o pretendiendo librarlo de la misma.
Siempre bajo tutela. Pero no, es siempre libre, siempre Señor. Aunque encadenado es libre. Qué grandeza, que sus propias cadenas sean signos de su libertad y poder. Tengo poder para dar mi vida y para tomarla. Pero ese poder, oh grandeza, es el de hacerse rebelde, pecado. Escupen a su rostro, pero él, hecho pecado, rebelde, por nosotros, está escupiendo al Padre. Esa es la cruz. No son los golpes que recibe, sino los que él propina contra el Padre, contra la justicia y la verdad, porque ahora es pecado. Por nosotros. Por nosotros. La pasión no es lo que le hacen al Redentor, sino lo que él está haciendo contra Dios. Por nosotros. Ese es su dolor. Es hecho rebelde por su voluntad. Quiso venir. Quiso tomar nuestro lugar. Y así ahora quiere venir a rescatar a cada uno de los que redimió. Cada día viene a los suyos, y los saca de la muerte.
Oh grandeza. El Cristo en la cruz conoce el pecado. Es rebelión. Pero conoce la justicia. Es su muerte, su agonía. Tiene que convenir en su condena, justificar a Dios. Y resucitó. La muerte no lo mantuvo en su poner, no podía, es también el Señor de la muerte. Cada uno peca en su infinitud, conociendo en parte. Cristo conoce la plenitud del pecado. Y conociendo nuestro pecado, perfectamente, viene a sacarnos de nuestra inmundicia. Ya sus manos no pueden mancharse con nuestra impureza, las ha lavado en su propia sangre, hecha impureza por nosotros, y ha vencido a la impureza. Ahora esas manos se colocan en nuestras llagas y las sana. No se contamina. ¡Ay miseria!, que los religiosos del diablo quieren que se limpie primero el pecador para luego poder ir a Cristo. Esa es la cristiandad en la Historia. Por eso tenemos que reflexionar sobre el papado, y el jesuitismo.
Realizo estas reflexiones desde el contexto de la Historia, desde el lugar bendito de encuentro del Mesías con su “iglesia chiquita”, desde Sevilla. Aquí se puede ver mucho. Aquí estuvo el corazón de las tinieblas, y la fuerza de la luz. El papado, aquí lo vemos. Los jesuitas, aquí empiezan su trabajo. Y ahora son una misma cosa en la figura de un papa.
La Alianza Evangélica convocó un premio para un ensayo sobre el papado, 1851. Lo ganó el pastor J. A. Wylie, que luego se recordará sobre todo por su
Historia del Protestantismo.
Estaba repasando unas notas de esta obra,
The Papacy; its history, dogmas, genius, and prospects, (en la edición de 1889) cuando leo las favorables declaraciones de la Alianza Evangélica Mundial sobre el nuevo papa. Me parece muy esclarecedor; estas cosas son muy buenas, para poner a cada uno en su sitio. Cristo se encuentra con sus redimidos en todo lugar y circunstancia, ya lo he dicho, pero se los lleva con él; los libera. No creo que las políticas eclesiásticas tengan algo que ver con esta liberación.
Son los nuestros tiempos de confusión, pero también de luz y claridad. Precisamente sobre el papado existe mucha confusión, y ¡qué decir sobre los jesuitas! Será muy útil que reflexionemos sobre esto.
Estar en Sevilla supone un privilegio, también una responsabilidad. Aquí tenemos mucho que ver y explicar. Tenemos, además, mucha investigación (bueno, mucha, en comparación al olvido y confiscación de la Historia de siglos atrás, y cuya actitud perdura). Gianclaudio Civale es uno de esos historiadores que ha visto la situación de Sevilla;
Chiesa e Inquisizione nella Siviglia del secolo XVI, 1500-1566 (tesis doctoral no editada, 2006). Los que escuchamos su conferencia sobre los jesuitas contra la iglesia de Sevilla en el XVI, (en uno de nuestros congresos sobre Reforma Española, en la Complutense) recordamos la excelencia de su trabajo, y la necesidad de dar a conocer esos hechos.
Stefanía Pastore,
“I primi gesuiti e la Spagna: strategie, compromessi, ambiguità”, 2005;
Il Vangelo e la spada: L’Inquisizione di Castiglia e i suoi critici, 1460-1598, 2003. Michel Boeglin (acabo de recibir dos artículos valiosos sobre nuestra Reforma), Tomás López, con su obra
La Reforma en la Sevilla del XVI, 2011,y otros. Los trabajos sobre la filosofía jesuita, imprescindibles, de los profesores José Luis Villacañas y Antonio Rivera, y otros muchos, en el País Vasco, en Navarra. Las traducciones que lleva a cabo Francisco Ruiz de Pablos, las ediciones, y un etcétera donde entran muchos y valiosos investigadores. Mucho conseguido para mostrar la verdad de la Historia. Pero hay que seguir, porque es tiempo de confusión.
Y para no confundirles, aquí dejamos esta presentación de intenciones. La semana próxima, d. v., vemos los inicios del papado.
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