El asentamiento del protestantismo en México enfrentó actos de intolerancia en distintos lugares y momentos. Durante el siglo XIX, y a partir de que la nación sigue un camino libre de la dominación española, paulatinamente inicia la visibilización de los protestantes, tanto extranjeros como nacionales. La percepción que de ellos tuvo la población en general y las élites políticas e intelectuales fue diversa, aunque predominó el rechazo, la acusación de ser enemigos de la nación mexicana con la intención de facilitar la injerencia de Estados Unidos. Es amplia la lista de ataques simbólicos y físicos cometidos contra los protestantes.
En la serie que hoy iniciamos tenemos el objetivo de relatar algunos de esos casos.
FERNÁNDEZ DE LIZARDI
José Joaquín Fernández de Lizardi enfrenta la intolerancia religiosa en el terreno de las ideas, pero también deja constancia de que en el México posterior a la Independencia de España se logran colar unos pocos protestantes, que representan la posibilidad de una muy incipiente diversificación religiosa que se anida gracias a la tolerancia disimulada de una parte de la sociedad. Repetidamente insta a sus lectores para que acepten el hecho de que en el país es necesario aprender a relacionarse cotidianamente con protestantes y francmasones que ya forman parte de la población mexicana.
[1]
En un escrito de abril de 1825, parte de sus interesantes diálogos entre el payo y el sacristán (conversaciones en que se pasa revista a los acontecimientos públicos),
[2] El Pensador Mexicano refiere el caso de un protestante ultimado y sus repercusiones: “Cuando un asesino intolerante mató al pobre inglés en las Escalerillas, a pretexto de que no se quiso hincar en la puerta para adorar el Sacramento del Altar, todos los sensatos abominaron el hecho y al hechor”.
[3]
El episodio tiene lugar en agosto de 1824, y se trata del homicidio de “un protestante estadounidense [no inglés, como afirmara Fernández de Lizardi] que se había instalado en calidad de zapatero: cuando… estaba sentado delante de la puerta de su tienda, durante una procesión católica, un mexicano fanático le exigió que se arrodillara; al negarse él a hacer tal cosa, aquél lo atravesó con su espada”.
[4] Carlos Monsiváis afirma que la denuncia de Lizardi es el “primer escrito que [localiza] en México a propósito de un hecho fundamental, aunque advertido marginalmente, en los casi dos siglos de la nación independiente”.
[5]
La violenta muerte del protestante estadounidense motiva que un representante del gobierno de Estados Unidos dirija una carta, 30 de agosto de 1824, al encargado de la Primera Secretaría de Estado, Lucas Alamán, en la cual demanda que “el gobierno mexicano debía adoptar mayores medidas para descubrir y castigar el crimen. Consideraba que fomentaba este tipo de actos al prohibir la entrada al país de habitantes que no procedieran de naciones que profesaran la religión católica”. Los extranjeros residentes en el país que no eran católicos se lamentaban “por el principio de persecución religiosa que se implantó y que [impulsaba] a fanáticos ignorantes a atacar a extranjeros”. Es de notar que “el diplomático llevaba al extremo sus afirmaciones, ya que en realidad no se prohibía el ingreso de extranjeros, sino que se promovía. El documento mostraba la preocupación de que el gobierno, al no admitir oficialmente, la convivencia con otras religiones, diera la pauta para provocar enfrentamientos con creyentes no católicos”.
[6]
El asesinato impacta a las autoridades gubernamentales y repercute en que Lucas Alamán (del ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores) se vea en la necesidad de hacer llegar una circular –2 de septiembre de 1824– a los gobernadores de todas las entidades y les hace saber del “atroz asesinato cometido en esta capital de un extranjero de los Estados Unidos”. Además les insta para que redoblen sus esfuerzos en garantizar la seguridad de los extranjeros bajo su jurisdicción, ya fuesen residentes o estuviesen de paso, porque “los intereses de la nación exigen que se conserve con las naciones extranjeras la mejor armonía y buena correspondencia”.
[7]
Es un hecho que en la capital del país eran residentes varios protestantes, algunos de ellos ocupados en cuestiones comerciales y otros como representantes diplomáticos. ¿Cuántos de ellos transmitieron sus creencias a mexicanos? Por lo que escribe, parece muy factible que Fernández de Lizardi haya tenido conocimiento, y tal vez trato directo, con protestantes extranjeros asentados en la ciudad de México.
Esto explica que como ningún otro escritor de la primera mitad del siglo XIX mexicano, El Pensador refiera casos como los siguientes:
Estos [los fanáticos católicos intolerantes] bribones son los enemigos de la república, de la libertad de la imprenta, de todo sistema liberal y del tolerantismo religioso, porque los desnuda de sus altivas y soberbias preeminencias sobre los pobres, acusa sus vicios públicamente y reprehende (el tolerantismo) su conducta hipócrita y criminal. Por ejemplo: nunca se ve un sacerdote protestante mezclado en los negocios civiles, mucho menos en los teatros, circos, tabernas, juegos, bailes, etcétera. Ellos no gozan más privilegios que los ciudadanos; son iguales ante la ley, y el que delinque contra ella, es castigado como cualquiera. De aquí es que son ejemplos de moderación y virtud. No puede sufrir un sacerdote vicioso y católico el reproche que le hagan con la moral del sacerdote protestante.[8]
¿Cuántos vagos y borrachos católicos, apostólicos y romanos no nos escandalizan diariamente, ya tirados en las calles como troncos y ya profiriendo en sus riñas las palabras más indecentes y obscenas, que no debieran herir jamás los oídos castos?, y no vemos mal ejemplo de éstos con los anabaptistas, presbiterianos, luteranos, etcétera. Luego esta clase de gentes, a quienes llamamos herejes por apodo, son más hombres de bien, de mejor conducta moral y más obedientes a nuestras leyes que nosotros mismos […] cuál conducta… es más agradable, si la del protestante que respeta la ley del país en que vive, que es buen esposo, buen padre de familia, buen amigo, trabajador y útil a la sociedad, o la del apostólico, romano, borracho, ladrón, asesino, mal padre, mal marido, y a quien las leyes tienen por mejor matarlo que sufrirlo. Es menester mucha hipocresía y fanatismo para no responder precisamente.[9]
Decidido crítico de los abusos y despropósitos del clero católico, Fernández de Lizardi era “lector incansable de la Biblia y de los padres de la Iglesia”.
[10]
Incluso en su
Testamento y despedida de el Pensador Mexicano, fechado el 27 de abril de 1827, el autor, sabiendo que la terrible enfermedad que le tiene postrado no va a tardar mucho en cobrarle la vida, reitera ser católico, apostólico y romano pero sin creer “que el papa es rey de los obispos, aunque sea su hermano mayor por el primado que ejerce en la Iglesia universal. Tampoco creo que es infalible sin el Concilio general, pues la historia de todos los obispos de Roma me hace ver que son errables como todos, y que de hecho han sido engañados y han enseñado errores contra le fe,
pro cathedra”.
[11]
Dos días después del Testamento de Lizardi desembarca en Veracruz James Thomson. Tras algunos altos en la ruta, para descansar y abastecerse, el enviado de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera llega a la ciudad de México el 17 de mayo.
Fernández de Lizardi muere en la misma urbe en la que recién se ha instalado Thomson, “consumido por la tisis a las cinco y media de la mañana del 21 de junio”.
[12] O sea que apenas y existe poco más de un mes de intervalo entre uno y otro acontecimiento.
Thomson no alcanza a conocer a Lizardi, ferviente convencido del método lancasteriano
[13] y partidario de la lectura de la Biblia sin la supervisión del clero católico; por su parte la etapa final de la enfermedad y deceso de Lizardi tienen lugar cuando Thomson, difusor de las escuelas lancasterianas en América Latina y promotor de la Biblia, está iniciando sus actividades en el país.
[1] “Lizardi en las
Conversaciones [
del payo y el sacristán] exhorta repetidamente a los mexicanos a convivir de manera pacífica y fraternal con los protestantes y masones, lo cual entiende como un verdadero reto en la observancia del mandato evangélico del amor y la convivencia pacífica con gente que no por no ser católica deja de vivir conforme a las leyes civiles”.José Enrique Covarrubias, “Inútil e insociable; la Iglesia católica según la crítica sociológica de Fernández de Lizardi, Prieto y Ramírez, 1821-1876”, en Savarino, Franco y Andrea Mutolo (coords.),
El anticlericalismo en México,Cámara de Diputados (LX Legislatura)-ITESM-Miguel Ángel Porrúa, México, 2008, p. 290.
[2] Fernández de Lizardi, “Todos los buenos cristianos toleran a sus hermanos. Decimotercia conversación del Payo y el Sacristán”, en María Rosa Palazón Mayoral (Selección y prólogo),
José Joaquín Fernández de Lizardi, Ediciones Cal y Arena, México, 2001 (tercera edición) pp. 746-760.
[3] Ibid., pp. 756-757.
[4] Hans-Jürgen Prien, 1985:714. Lorenzo de Zavala, en una obra publicada en 1831, consigna una versión distinta sobre homicida y víctima: “criticó la intolerancia de un zapatero que mató a un extranjero en la Plaza Mayor de México porque no se arrodilló al paso de una procesión religiosa”.
Apud. Fernando S. Alanís Enciso, “Los extranjeros en México, la inmigración y el gobierno: ¿tolerancia o intolerancia religiosa?, 1821-1830”,
Historia Mexicana, vol. XLV, núm. 3, 1996, p. 554.
[5] Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García,
Protestantismo, diversidad y tolerancia, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, 2002, p. 19. Es posible que antes del acontecimiento de 1824 haya tenido lugar uno de iguales consecuencias trágicas. Apunta Monsiváis: “En 1816, en México, un ciudadano inglés, anglicano, al no descubrirse al paso del Santísimo fue insultado, golpeado y, finalmente, linchado por una turba que suplía a la Santa Inquisición en sus funciones. Muy influido por Voltaire, y su notable defensa del hugonote Jean Calas, José Joaquín Fernández de Lizardi criticó lo acontecido y se pronunció por la tolerancia”.
[6] Fernando S. Alanís Enciso,
op.
cit., p. 554.
[7] Ibid, p. 555.
[8] Fernández de Lizardi, “La nueva revolución que se espera en la nación”, en María Rosa Palazón Mayoral (Selección y prólogo),
José Joaquín Fernández de Lizardi, Ediciones Cal y Arena, México, 2001b (tercera edición) p.741.
[9] Fernández de Lizardi, “Todos los buenos cristianos toleran a sus hermanos. Decimotercia conversación del Payo y el Sacristán”,
op.
cit., pp. 751-752.
[10] María Rosa Palazón Mayoral, “Estudio introductorio”, en María Rosa Palazón Mayoral y María Esther Guzmán Gutiérrez (selección),
José Fernández de Lizardi: El laberinto de la utopía, una antología general, FCE-FLM-UNAM, 2006, p. 36.
[11] Fernández de Lizardi, “Testamento y despedida de el Pensador Mexicano”, en María Rosa Palazón Mayoral y María Esther Guzmán Gutiérrez,
op.
cit., p. 290.
[12] María Rosa Palazón Mayoral (selección y prólogo),
José Joaquín Fernández de Lizardi, Ediciones Cal y Arena, México, 2001 (tercera edición), 2001, p. 18.
[13] “El Pensador Mexicano apoyó el método lancasteriano defendido por los masones [del rito escocés en México], en el cual los alumnos más avanzados ayudan a los rezagados o que inician su enseñanza”. María Rosa Palazón,
op.
cit., 2006, p. 47.
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