No estoy seguro de ser capaz de escribir esta carta. “¿Cómo empezar?”; “¿Estimado Papa emérito?”
No me agrada, pues es llamarle Papa cuando siéndolo aún, no lo es totalmente. Un Papa al que casi nadie verá ya, ni oirá, ni leerá –al menos una inmensa mayoría‑, y del que sabremos que no calzará sus singulares zapatillas rojas, cambiadas por unas marrones, que llevará su sotana blanca, pero sin la “esclavina” prenda de vestir en forma de capa corta, que se sujeta al cuello y cubre los hombros, que los peregrinos solían llevar una esclavina, y los romeros en las romerías y las mujeres para cubrir sus hombros del frío, y que no he podido averiguar “qué significa en la vestimenta del Romano Pontífice”, pues supongo que nada relacionado con festivaleras Romerías.
Por otra parte, las cartas se escriben cuando hay al menos la esperanza de que el receptor las lea, y me temo que a Usted le van a dejar como en una cárcel de oro, Usted, que como Papa, inauguró también el twittear.
“Desde el Corazón” continúo dando vueltas a porqué me siento incapaz de escribirle, a no ser que necesite aferrarme a mi terquedad y determinación, de compartir el verdadero Evangelio, con quienes estando tan cerca y conocerlo teológica e intelectualmente, aún permanecen tan lejos.
Pero cuando leo que usted ha dicho que no será un “Papa inactivo” y que va a llevar a cabo una tarea esencial, la de orar por la Iglesia, ahí sí quiero escribirle unas notas, porque en la oración podemos unirnos los verdaderos nacidos de nuevo.
Y de forma clara, como la agenda de oración que mantengo a lo largo de años,
quiero animarle a que ore por frenar el declive de la Iglesia. Sabemos que las nuevas generaciones van abandonando a la Iglesia, y no debemos confundirnos por los grandes montajes espectáculo, pues no son evidencia de genuina fe. La Iglesia se encuentra en una situación de laicismo, secularismo y relativismo que lleva a pasos agigantados a su extinción.
Para que este proceso se ralentice, hemos de orar por un nuevo Papa que no se enroque en la política, ni en el inmovilismo y sí clame a una profundización real del Evangelio de Jesucristo, y lleve a cabo una buena poda, nunca un tribunal inquisitorial, al árbol de la Iglesia para que broten nuevas ramas con nueva savia.
El nuevo Papa debería replantear la figura no bíblica del papado y del colegio cardenalicio, reestudiar la financiación de la Iglesia, que debería ser de sus fieles y no de componendas políticas con gobiernos humanos;
eliminar el celibato de los clérigos como imposición, porque tampoco es bíblico.
Reconocer la igualdad de hombre y mujer, ¿cómo puede la sociedad moderna creer en un Dios que margine a la mujer? Esto es cruel en Alá, pero en el Dios que no hace acepción de personas, es un insulto.
Debería también eliminar progresivamente las riquezas que encierran las Iglesias para dotarlas de sobriedad y sencillez. Destinarlas a aulas escolares o venderlas para aliviar la pobreza en el mundo; establecer una doctrina mucho más cercana a los Evangelios.
Anular la existencia del Purgatorio, aunque signifique una disminución de ingresos y prebendas.
Desarrollar una sabia filosofía del sufrimiento, contraria a la que se enseña como resignación y prueba de martirio, en contra del Evangelio de Cristo que nunca hizo apología del sufrimiento, sino todo lo contrario, alivió el hambre de los hambrientos de toda clase, curó a los enfermos, dio fuerzas a los débiles… Cierto que Él sufrió, pero no exigió a nadie que le siguiera en el sufrimiento, ni siquiera en su camino hacia el Calvario, sólo le siguieron unos Apóstoles, de lejos, más cerca su madre y las mujeres. Sólo nos recordó que vivir como genuinos cristianos tiene su gozoso sacrificio.
Y orar, para que el nuevo Papa, entienda que esto de ser Iglesia no es anclarse en la silla romana, sino que es el seguimiento fiel y sencillo de Jesús, por amor, en fe, en la libertad y en la obediencia a Sus enseñanzas, como individuos y como comunidades. Un desafío purificador, que nos mueva a reencontrar y valorar debidamente su propia identidad espiritual y evangelizadora.
Que el nuevo Papa, entienda como sabemos los evangélicos, que somos conscientes de la infinitud de nuestras limitaciones, pero que con el poder del Espíritu Santo, Su Palabra vivida y proclamada no volverá vacía, que pese a los grandes juicios relativistas que nos rodean en el mar de los intereses y diversas ideas, no es imposible diseñar con el Evangelio los valores absolutos que este mundo necesita.
Y que si seguimos orando, veremos como fuente de luz y clarividencia, nos seguirá ayudando a todos a ser un poco mejores y compartir y seguir disfrutando de los tesoros con que Dios nos obsequia.
No sé “Desde el Corazón” si se habrá entendido el por qué me resultaba casi imposible escribir esta carta.
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