Entre los muchos textos de la Biblia que los traductores interpretan diferentemente está el de Job 11:7. En la moderna versión de Reina-Valera figura así: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?”
Donde aquí se traduce
secreto otras versiones transcriben
sondeo (Nacar Colunga),
esencia (Bover-Cantera),
profundidad (Compañía de Jesús),
misterio (Profesores de Salamanca),
hondura (Biblia de Jerusalén),
abismo (Nueva Biblia Española),
camino (Torres- Amat), etc.
Es claro que las versiones no se corresponden. La
esencia y el
camino, por ejemplo, tienen muy poco o nada en común. No concuerdan ni siquiera utilizados como metáforas.
La antigua versión de Reina –Valera, traducción de 1602, explica Job 11:7 de esta otra manera, a mi parecer más ortodoxa: “¿Alcanzarás tu el rastro de Dios?”.
Estas palabras de Sofar, amigo de Job, constituyen
una apología sobre el misterio de Dios. En su esencia, Dios es como un mar de inmensa extensión. Llena todo el orbe, desde la altura del cielo a lo profundo de la tierra. Difícilmente comprendido o penetrado por el entendimiento humano. Pero sus huellas pueden ser rastreadas y seguidas por quienes deseen hacerlo.
El substantivo rastro expresa la idea de huella, estela, pista que deja alguien, por la que pueda ser seguido o perseguido. “Creyentes o no creyentes, los hombres de hoy hemos llegado a una posición determinada porque muchos otros hombres antes que nosotros buscaron por aquí, erraron por allá o descubrieron acullá determinados destellos del Incognoscible”, dice Revilla. (17)
¿Fue Ortega uno de esos hombres? ¿Es cierto que el filósofo anduvo tan ocupado en hacer proselitismo a favor del humanismo que descuidó el tema de la existencia de Dios? ¿Anduvo Ortega en alguna ocasión tras las huellas del Omnipotente? ¿Persiguió en su vida o en su obra el rastro del Eterno?
Las opiniones se dividen. Y se dividen de acuerdo al color del cristal en la lupa que cada cual emplea para analizar los escritos del gran filósofo español.
El hebraísta catalán
Millás Vallicrosa reduce la creencia religiosa de Ortega a un ateísmo casi puro: “La Teodicea de Ortega – escribe- es negativa. Dios no es otra cosa que una simple abstracción, la idealización de las mejores partes del hombre”. (18)
Demasiado radical y poco riguroso el señor Millás.
Más exacto se muestra el sacerdote y filósofo Francisco Goyenechea, ya citado. Goyenechea cuenta a su favor el haber estudiado ampliamente la obra de Ortega. Ha publicado varios trabajos sobre el pensamiento religioso del filósofo madrileño.
Para
Goyenechea, “el tema de Dios no ocupa muchas páginas de la inmensa mole de sus escritos, pero no está ausente. Podemos decir que su presencia crece en los últimos períodos de su vida, al par que crece en sus palabras un empeño de mayor precisión- sin olvidar que no es teólogo ni pretendió hacer teología- ante la insondable realidad de un Dios infinito”. (19)
Es cierto que Ortega no se planteó la existencia o inexistencia de Dios a niveles que llegaron a atormentar a otros grandes pensadores: Voltaire en Francia, Nietzsche en Alemania, Unamuno en España, etc. Pero de esto a decir que vivió de espaldas a Dios, hay un abismo.
Quienes monopolizaron el catolicismo español después de la guerra civil llamaban ateos a todos aquellos que no comulgaban con los estrechos dogmas de una Iglesia católica triunfalista, cerrada al pensamiento, divorciada de la cultura y de la libertad.
Para éstas mentalidades, los escritos de Ortega y Gasset eran espiritualmente perniciosos. Léase como ejemplo lo que a mediados de los años 50 enseñaba a los jóvenes españoles uno de los capellanes nacionales de aquél Frente de Juventudes, el sacerdote Ramiro López Gallego: “Para valorar la obra de Ortega, no basta manejar sus libros; es preciso conocer el efecto en las almas de los que han recibido el impacto de esos libros. Personalmente conozco hombres por cuyo espíritu el aliento espiritual de Ortega ha pasado como un ciclón devastador de sus creencias religiosas. Otros, sin llegar a perder la fe, se enfriaron de tal manera que fríos siguen todavía”. (20)
A mí me ha ocurrido exactamente lo contrario.
Me he zambullido en los once tomos que contienen las Obras Completas de Ortega publicadas por la REVISTA DE OCCIDENTE y he salido de la experiencia con mi fe intacta, tal vez un poco reafirmada. Al propio tiempo he descubierto a un filósofo para quien el tema de Dios constituyó un motivo de preocupación constante.
LA GRAN COSA POR EXCELENCIA
En 1909 Ortega tiene 24 años. A esa edad ha publicado ya numerosos artículos que más tarde serían recogidos en un tomo de 300 páginas.
Entre estos trabajos figura un ensayo sobre Ernesto Renán. Quienes se empeñan en negar hondura religiosa a Ortega señalan la influencia que en su espíritu tuvo el famoso racionalista francés del siglo XIX, que se desnudó de sus hábitos religiosos para convertirse en crítico del Cristianismo con su fe católica naufragada.
Precisamente en este ensayo de juventud
Ortega afirma que “la humanidad es el camino que lleva hacia Dios”. Esto, que puede parecer herejía, es pura Biblia. El ser humano, dotado de cuerpo, alma y espíritu, (21), es el único que, erguido sobre su verticalidad, puede elevar su mirada hacia el infinito de Dios.
Tan es verdad que la humanidad es el camino que lleva a Dios, que Él se hace humano para convertirse, a la vez, en Camino de sí mismo, hacia sí mismo.
Unas líneas más abajo de la cita anterior,
Ortega escribe: “En España solemos decir, cuando algo es muy bueno: esto es una gran cosa. Tal vez en el dicho vulgar vaya incluida una profunda sospecha teológica, según la cual la Gran Cosa por excelencia sería Dios. (22)
Es Dios.
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NOTAS
17. Federico Revilla, TRAS LA PISTA DE DIOS, ediciones Telstar, Barcelona, pág. 6.
18. José María Millás Vallicrosa en la revista PUNTA EUROPA, octubre 1962.
19. Francisco Goyenechea, obra citada, Volumen II, pág. 366.
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