Dios ha sido y sigue siendo un incomprendido. Y entiéndase esto desde el más absoluto respeto. Simplemente es una cuestión descriptiva: sea por la razón que fuere, por Su complejidad, por Su dimensión o por nuestra simple incapacidad, Dios y Su forma de ser y hacer resultan difíciles de comprender para el hombre.
Tanto ha sido así que, a pesar de la tan extendida afirmación de que Dios es amor, las personas siguen viendo difícil entender y creer esto debido a la realidad de que Él también es un Dios justo, y al revés.
De la misma forma que contraponemos estos dos elementos que complican nuestra comprensión de Dios (porque nosotros ni somos amor, ni tampoco justos), podríamos hacerlo con cualquier otro y obtener el mismo resultado. Nuestra mente finita no alcanza a comprender realidades como una salvación a través de un sacrificio vicario, el de Cristo, o la gracia misma, que está en el centro del corazón del Evangelio.
Así las cosas, pensaba estos días en que uno de los conceptos relacionados con Dios y específicamente con nuestra relación con Él que no terminamos de comprender y que el mundo, sin duda, no sólo no comprende, sino que denomina “locura”, es el del temor de Dios.
La gente entiende el temor de Dios como MIEDO a Dios, y eso además les cuadra perfectamente con la teoría generalizada de que Dios es un Dios mezquino, distante y castigador ante el que hay que horrorizarse y del que hay que mantenerse alejado.
En el otro extremo, los que argumentan que Dios sólo es el bonachón que todo lo perdonará y al que prácticamente no hay que tener en cuenta porque, hagamos lo que hagamos, no se dará por ofendido, creen que ese temor de Dios es una cuestión para el pasado, pero que está descontextualizada y que ya no tiene sentido en los tiempos que corren.
Pues bien, ni lo uno ni lo otro.
El temor de Dios tiene que ver con una cuestión mucho más profunda. Implica que la persona mide sus pasos y los da en una u otra dirección teniendo en cuenta que Dios existe y que tiene un papel en la vida que no puede ni debe ignorarse. La impiedad, el vivir como si Dios no existiera, como si no tuviera nada que decir ante las cosas que hacemos, está relacionada justo con la actitud contraria al temor de Dios.
Y en ese temor, los cristianos, quienes pensamos que Dios demanda de nosotros no sólo fe en Sus promesas, sino en Su fidelidad con nosotros a través de situaciones adversas, a veces llevamos adelante acciones que, ante el mundo, son una absoluta locura. Es más, desgraciadamente, a veces entre los propios creyentes también lo son.
Esto no deja de sorprender cuando se comenta, tanto en círculos evangélicos como fuera de ellos.
Se supone que a los cristianos debería reconocérsenos precisamente porque nuestra conducta es diferente. Sin embargo, más bien hemos venido esforzándonos constantemente por pasar bastante desapercibidos, por mostrar que no somos “bichos raros” y por hacer ver que, finalmente, el Evangelio no es tan limitante como a muchos les pueda parecer.
De ahí que nuestro objetivo haya empezado a ser más bien mimetizarnos con el mundo que nos rodea y no precisamente actuar a la luz de lo que marcaría el temor de Dios, que nos suele llevar generalmente contracorriente. Y si creemos actuar en piedad, pero eso nunca nos lleva contracorriente, algo está fallando.
Pensaba en el caso de Nehemías de nuevo, y cómo incluso siendo gobernador y habiendo podido usar su posición para recaudar tributos (porque le era legítimo), por temor de Dios prefirió no hacerlo, entendiendo que esa acción, a pesar de la legitimidad humana, era poner más cargas sobre el pueblo de Dios. Su conciencia, de alguna manera, a la luz de lo que entendía frente a un Dios Santo, no le permitía atribuirse esa licencia. Y simplemente no lo hizo.
Pudo enfocarlo de otra forma, pero decidió abordarlo según criterios divinos y no humanos (cap. 5:15). Y puso la causa de su ofrenda finalmente en manos de Dios mismo, al que decía “Recuerda, Dios mío, todo lo que he hecho por este pueblo, y favoréceme”. Bien distinto al tan usado refrán de “Más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Tantas y tantas cosas son hoy locura para un mundo que no cree. Para los creyentes, sin embargo, son algo muy diferente. Porque es frente a ese Dios tres veces Santo que tendremos que dar cuentas. TODOS. Incluso aquellos que viven alejados de Su temor.
Dar segundas oportunidades a matrimonios rotos, no convivir en pareja hasta casarse o llegar vírgenes al matrimonio, decidir no defraudar a Hacienda en un mundo en que todos lo hacen, no mentir a pesar de que eso pueda hacer peligrar la estabilidad de un trabajo… Todos ellos son motivo de burla para el mundo, que no duda en hacer sangre cada vez que puede, dejando bien en evidencia cuán pardillos nos considera.
Sin embargo, nosotros no hacemos ninguna de estas cosas frente al mundo que nos observa con la preocupación del “qué dirán”, aunque no deja de entristecernos, porque en los dedos acusadores y burlones de quienes nos juzgan están nuestras propias familias y amigos en ocasiones. Lo hacemos porque vivimos a la sombra de Sus alas y en la luz de ese Dios Santo que todo lo ve, aun cuando el mundo no quiera verle.
Tal y como decía la famosa canción de Ketama, “No estamos locos, que sabemos lo que queremos…”. ¿Locura? No. Temor de Dios, simple y llanamente.
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