El libro de Joseph Ratzinger La infancia de Jesús[1], se publicó a finales del 2012. Ya sabíamos delos dos tomos anteriores titulados Jesús de Nazaret. En el proemio se aclara que «No se trata de un tercer volumen, sino de algo así como una antesala a los dos volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret».
Lo leí con avidez, sobre todo por mi interés en la infancia (de Jesús y en general de la infancia en la Biblia), en la teología de la niñez y por el respeto que me inspira Ratzinger como escritor y teólogo. Las diferencias que pueda tener con algunos de sus planteamientos prefiero tratarlas de otra forma que no sea desconociendo la altura de su carrera teológica.
Es un libro corto, de 136 páginas, escrito en un lenguaje que se adecúa muy bien a públicos no especializados. Se divide en cuatro capítulos siguiendo el orden cronológico de las narraciones bíblicas, desde las genealogías de Jesús, el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista hasta la visita de los Magos de Oriente y la huída a Egipto.
Desde las primeras líneas del texto se anuncia que es un trabajo de interpretación de los principales textos bíblicos de la infancia de Jesús. Por cierto, una interpretación ceñida a criterios ortodoxos en los que el exégeta se pregunta primero qué quiso decir el autor sagrado en su momento histórico y, después, indaga por el significado pastoral o espiritual del texto para nuestro momento. Según el autor, la forma correcta de hacer exégesis bíblica requiere esos dos pasos.
Así, lee los textos en forma literal y defiende la historicidad de cada una de las narraciones expuestas. Poco o ningún lugar le concede a las lecturas sociológicas o a las llamadas hermenéuticas de la apropiación (H.G. Gadamer y P. Ricoeur) y menos aún a las exégesis posmodernas que se preguntan, entre otros asuntos, por el potencial trasformador de los textos y los efectos que ejercen los textos sobre su auditorio.
Y así transcurre el libro: primero se enuncia el texto bíblico correspondiente, luego se descifran sus aspectos histórico-textuales y, al final de cada sección, se presentan algunas aplicaciones pastorales y teológicas para la vida de fe. Siempre que se ve la oportunidad, se refuerzan las antiguas doctrinas de la Iglesia y se confirman los dogmas, como sucede, por ejemplo, cuando se explica el parto virginal de María.
Terminé de leer el libro el pasado 24 de diciembre mientras disfrutaba de un tiempo de vacaciones en mi ciudad de origen (Cali, Colombia).
Lo leí y debo confesar que me quedé esperando que Ratzinger me ofreciera, aunque fuera en dos sucintas páginas, su perspectiva teológica sobre la niñez a partir del niño-Dios (o del Dios-niño). Pero no lo hizo; acudió primero a su afición de exégeta que a su verdadera especialización que es la teología… y, en esto, me dejó sin respuestas.
Pudo más la adultez de Ratzinger (su adultocentrismo teológico) que la infancia de Jesús como lugar teológico (locus theologicus) a partir del cual se redescubre, entre otros, la debilidad de Dios, la grandeza de lo débil y el poder redentor del pequeño de Belén.
El interés primordial del libro son las discusiones hermenéuticas, las cuestiones apologéticas y el resguardo de las tradiciones de la Iglesia. Estos son intereses que se explican por sí solos si se tiene en cuenta la figura de su autor: un típico teólogo académico europeo, de matizada herencia tomista-agustiniana
[2] e interesado, en razón de su investidura, en la institucionalidad de la Iglesia.
La teología de la niñez no es el enfoque prioritario del libro; como tampoco lo es la perspectiva profética, tan necesaria en los países del llamado Tercer Mundo, donde pulula la pobreza y la injusticia; dónde la figura del niño Jesús pobre, desplazado y en riesgo transmite un mensaje de identificación y de esperanza trasformadora. Se acepta que Jesús fue pobre y que «los pobres en general son los predilectos del amor de Dios» (p.79), pero no se dice nada acerca de las implicaciones misioneras de esa condición y de sus repercusiones para el compromiso con los millones de niños y niñas empobrecidos del mundo.
En este mismo sentido de lenguaje profético,
me asombró que no se hiciera un análisis específico de la oración de María, conocida como el Magnificat (Lucas 1:46-55). Desatención que sorprende en un intérprete que transita de manera minuciosa por todos los textos del anuncio, nacimiento e infancia de Jesús. El
Magnificat se menciona en tres ocasiones (pp.91,110,131), pero siempre de manera tangencial, nunca como texto específico sujeto del análisis.
Pero, seamos sinceros. Estas ausencias que se observan en el libro del actual papa Benedicto XVI no le pertenecen solo a él. La mayoría de cristianos y cristianas, católicos o no, sean teólogos o lo presuman, incurren en la misma omisión al hablar del niñito de Belén.
Igual sucede con muchos de los comentaristas exegéticos (sean católicos o protestantes) al arribar a esos mismos textos canónicos. Lo que más les interesa es, por ejemplo, que Belén era conocida como Éfrata, que la fecha del nacimiento no pudo ser diciembre, que el censo era el primero que abarcaba a todo el imperio, que el emperador Augusto César nació bajo el nombre de Cayo Octavio Turino…además las consabidas diferencias entre las genealogías de Mateo y Lucas; en fin, divertimientos interpretativos para rodear el texto bíblico sin correr el riesgo de llegar al mensaje.
Lo que le falta a nuestras comprensiones bíblicas acerca de la niñez es la capacidad para reencontrarnos en esos textos con Dios sin los condicionamientos de nuestra mentalidad adultocéntrica, caracterizada por ser racionalista, institucional, jerárquica e individualista (marcas que distinguen no sólo nuestra fe sino también nuestra cultura). Lo que nos falta es adentrarnos en su lectura ateniéndonos a las enseñanzas del Maestro, de hacernos como niños y niñas, como única forma de acceso a los misterios del Reino: «Os aseguro que, si no cambiáis de conducta y volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 18:3).
Estamos, entonces, ante un reto que, más que exegético, es espiritual; el reto de superar nuestra adultez y ascender hasta la alta cima de nuestra
infancia espiritual, para usar la expresión de Teresita de Lisieux.
[1]Joseph Ratzinger,
La infancia de Jesús, Planeta, Buenos Aires, 2012.
[2]Cf. Pablo Blanco Sarto,
La teología de Joseph Ratizger. Una introducción, Palabra, Madrid, 2011, p.30ss.
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