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R. Vera López, 25 años de congruencia episcopal

Raúl Vera queda conmovido por los testimonios de fe de los pueblos indígenas, así lo ha revelado, y desde el inicio expresa su abierta indignación ante la marginación y a la represión gubernamental.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 11 DE ENERO DE 2013 23:00 h

En los primeros días de 2013, la diócesis católica de Saltillo, Coahuila, entidad fronteriza con Estados Unidos, ha celebrado el 25º aniversario de ordenación episcopal del fraile dominico Raúl Vera López, quien desde 2000 conduce los destinos de esa circunscripción religiosa.

No tendría nada de extraño esta celebración (Encuentro “Construyendo la Iglesia profética”,) si se tratara de algún otro jerarca, pero en el caso de Vera López los invitados fueron Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino, Jesús Espeja, Clodomiro Siller, Eleazar López, Rebeca Montemayor, Emilie T. Smith y Miguel Concha, quienes lo acompañaron y presentaron sendas conferencias teológicas en un ambiente de fuerte crítica a la actitud institucional de la Iglesia Católica.

Los temas tratados fueron: “Responsabilidad profética de la Iglesia ante los desafíos del mundo actual”, “El espíritu ecuménico indispensable para responder a los desafíos” y “Las personas excluidas como principales sujetos para construir la Iglesia”. La homilía final de Vera puede escucharse en Gime. Calificado como “obispo en resistencia” y propuesto al Premio Nobel de la Paz, además de ser fuertemente cuestionado en la diócesis que preside por sus labores pastorales (sus detractores escriben mensajes en su contra en las paredes de la catedral, por ejemplo),[1] Vera inició su polémica trayectoria episcopal precisamente el 6 de enero de 1988 cuando Juan Pablo II lo consagró como obispo de Ciudad Altamirano, Guerrero, en el sur del país, y más tarde, en agosto de 1995, obispo coadjutor, al lado de Samuel Ruiz García, una de las figuras más descollantes de la izquierda eclesiástica.

Una de las situaciones más incómodas que, con cierta frecuencia, debe enfrentar la Iglesia Católica en México, y tal como ha sucedido también en otros países latinoamericanos es, desde hace algunas décadas, echar atrás algunas acciones de estos “obispos progresistas” marcados por la teología de la liberación. Acaso la historia paradigmática sea la de Sergio Méndez Arceo, quien al salir de la diócesis de Cuernavaca, Morelos, fue sucedido por Juan Jesús Posada Ocampo, con la encomienda de acabar con todo lo que él había hecho durante los años 60 y 70, una verdadera revolución religiosa. Vera fue enviado por el Vaticano a “desmontar” la labor de Ruiz, quien se le había vuelto un auténtico problema gracias a que, por ejemplo, había ordenado diáconos casados o había estimulado la denominada “teología india”, que incorpora elementos religiosos propios de las culturas originarias. Ruiz, junto con José Llaguno, Bartolomé Carrasco, Arturo Lona y otros más, representaron el ala de jerarcas que intentaron aplicar algunas de las implicaciones más radicales del Concilio Vaticano II y de las conferencias del episcopado latinoamericano, tales como la inculturación del Evangelio, a diferencia de los tradicionalistas de siempre y de otros francamente impresentables (Cepeda, Sandoval Íñiguez, Lozano Barragán, etcétera).

En el caso de Vera, la marca de la teología liberadora le venía de muchos años atrás, aunque su formación y desarrollo fueron más bien atípicos. Nacido en uno de las ciudades más católicas de México, Acámbaro, Guanajuato, el 21 de junio de 1945, estudió ingeniería química en la UNAM antes de profesar en 1969 y de realizar sus estudios filosóficos y teológicos en el Distrito Federal y en Bolonia, Italia. Se licenció en teología en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino, en Roma y fue ordenado sacerdote en junio de 1975. Ocupó varios cargos en su orden, fue maestro de novicios, miembro del Consejo Provincial (1981-1987), y Provincial y Coordinador de la Familia Dominica en México (1985-1987). Una parte de su labor que le dejó una huella imborrable fue su contacto diario con estudiantes de diversas disciplinas en el Centro Universitario Cultural, adjunto al campus de la UNAM en la Ciudad de México. Allí, Al iniciar su labor episcopal en 1988 su vida cambió, pues asumió una actitud muy distinta a la de muchos de sus colegas.


Sobre sus tareas en Chiapas, Emiliano Ruiz observa que Veraaparentaba ser el hombre adecuado para domeñar a Samuel Ruiz. Veinte años más joven, era un teólogo con summa cum laude por la Facultad de Teología de la Universidad de Santo Tomás, en Bolonia, famosa por su rigor escolástico-tomista y su apego a la ortodoxia de la Iglesia. Ya había probado su eficacia como gestor de conflictos: su primera experiencia episcopal se remitía a Ciudad Altamirano, a donde fue enviado en 1988 a resolver una grave división interna en el presbiterio. Entre sus tareas de sacerdote dominico se le había encomendado la inspección de seminarios en los que se sospechaba desviaciones dogmáticas y, durante ocho años, había sido el encargado de transmitir la doctrina a los jóvenes novicios que ingresaban a la Orden de Predicadores.[2]

Pero el contacto con la realidad y las acciones de Ruiz, lo cambiaron. Barranco agrega al respecto: “Raúl Vera queda conmovido por los testimonios de fe de los pueblos indígenas, así lo ha revelado, y desde el inicio expresa su abierta indignación ante la marginación y a la represión gubernamental; avala el trabajo pastoral de la diócesis, la postura de defensa de la cultura y los derechos indígenas y, sobre todo, reconoce públicamente la trayectoria y el trabajo pastoral de treinta años del obispo Samuel Ruiz. La curia vaticana no lo perdona y, pese a tener derecho de sucesión, lo transfiere a la diócesis de Saltillo el 30 de diciembre de 1999, decisión que Vera acata con disciplina”.[3] Las palabras que cita Ruiz Parra son conmovedoras: “Me dije a mí mismo: ‘O me hago compañero de su camino martirial o me voy de esta diócesis, porque de otra manera no merezco ser su obispo’. Lo pensé un rato y decidí quedarme, haciéndome un perseguido como ellos. Empecé a denunciar las injusticias que padecían y la persecución de parte del gobierno contra ellos, porque los paramilitares los creaban las autoridades. Eso significó perder mi fama ante los que me valoraban desde su visión negativa de aquella diócesis y de su obispo, y también quedé expuesto a perder mi vida”.

Ya en Coahuila, desarrolla una pastoral que ha incomodado y, se diría, hasta trastornado a la comunidad católica, pues muchos han llegado a solicitar, en tono irónico: “Queremos un obispo católico”, dada la radicalidad con que ha asumido algunos aspectos de su trabajo. Y es que, Vera ha estado “a favor de los sindicatos independientes y de los trabajadores de las minas del carbón, fundó el Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios; hospedó dentro de la curia a una organización de homosexuales y lesbianas, la Comunidad de San Elredo, y fundó una asociación civil para la defensa de los migrantes indocumentados, Frontera con Justicia y su albergue Belén Posada del Migrante, por el que han pasado unos cincuenta mil transmigrantes indocumentados entre 2001 y 2011”.[4] También desenmascaró a un supuesto joven vidente que afirmaba hablar en nombre de la Virgen María, lo que causó una gran conmoción.

El caso de la mina de Pasta de Conchos, donde quedaron sepultados 65 obreros, mostró claramente la diferencia con su vecino el obispo de Piedras Negras, Alonso Garza Treviño, pues mientras éste afirmaba “que las condiciones laborales de la mina Pasta de Conchos eran muy seguras y exhortaba a los deudos a la resignación, la reconciliación y el perdón”, Vera “denunciaba la cultura laboral de la muerte en la industria carbonífera, y promovió que un equipo de abogados y activistas, agrupados en el Equipo Nacional de Pastoral Laboral, interpusiera 43 procesos legales a favor de los familiares de los mineros desaparecidos”.[5]

Ruiz Parra resume muy bien los alcances de la labor de este obispo (sin dejar de referirse a sus limitaciones, que nunca olvidan sus opositores: dicharachero, obsesionado por la tecnología, frecuentador de fiestas y reuniones…) que, a contracorriente de las políticas oficiales de su iglesia, ha buscado hacer presente el impacto del Evangelio de Jesucristo en la vida de las personas y en la sociedad en su conjunto, lo que puede resultar inspirador para creyentes de diversas confesiones:

Sencilla y poderosa, la historia de (un) Dios que se mezcla entre carpinteros, pescadores, campesinos, lavanderas y madres de familia y se pone del lado de los leprosos y las prostitutas se torna en un modelo de vida para Vera López quien, incluso, interpreta su propia biografía como una imitación de esa renuncia: de la arrogancia del teólogo boloñés que fue elevado a obispo a la decisión consciente de dedicar su tiempo y la influencia de su cargo episcopal a la defensa de quienes padecen injusticias. […]
Roma siempre ha representado, para Vera López, la comunión de la fe. Su conversión a la izquierda no llegó tan lejos como para que rompiera con los dogmas del magisterio de la Iglesia, o no completamente. Vera López reivindica los derechos de los gays y las lesbianas, pero ocupa tanto tiempo como sea necesario para explicar por qué las uniones civiles de homosexuales no deben ser equiparadas ni mucho menos llamadas matrimonio. Es un feminista que, para no provocar al Vaticano, no se atreve a decir públicamente (se lo pregunté) si está o no a favor de que a las mujeres, además de los hombres casados, se les permita convertirse en sacerdotisas y sacerdotes. Cuando era coadjutor en San Cristóbal, a los indígenas de Chiapas que le exigieron reconocer el sacerdocio uxorado les respondió: “Imposible, no soy el papa, no puedo modificar la Iglesia”.
Aun dentro de esos límites, Raúl Vera López es uno de los defensores de derechos humanos más significativos y entrañables del país […] Su causa se resume en que los seres humanos —y las seres humanas— se vuelvan sujetos de su propia historia. Según esta interpretación del evangelio, la salvación en el Cielo no será posible sin la liberación en la Tierra.[6]



[1]Cf. “Un obispo acosado por católicos por apoyar a la comunidad LGBT”, en Radar G, 4 de agosto de 2011, www.radarg.com/noticias/2011/08/un-obispo-acosado-por-catolicos-por-apoyar-a-la-comunidad-lgbt; Emiliano Ruiz Parra, “La gente piensa que el obispo no es católico”, en Gatopardo, diciembre de 2011, www.gatopardo.com/ReportajesGP.php?R=120. (amplio reportaje en ocasión de su visita a Bergen, Noruega, donde recibió en 2010 el premio de la Fundación Rafto para los Derechos Humanos), y el número completo de Voces de Esperanza, órgano oficial de la Diócesis de Saltillo, año 2, núm. 76, 6 de enero de 2013, www.diocesisdesaltillo.org.mx/descargas/voces/Ve76.pdf.
[2]E. Ruiz Parra, op. cit, www.gatopardo.com/ReportajesGP.php?R=120&pagina=7.
[3]B. Barranco, “El jubileo de don Raúl Vera”, en La Jornada, 2 de enero de 2013, www.jornada.unam.mx/2013/01/02/politica/014a1pol.
[4]E. Ruiz Parra, op. cit.
[5]Ibid., www.gatopardo.com/ReportajesGP.php?R=120&pagina=9.
[6]Ibid., http://www.gatopardo.com/ReportajesGP.php?R=120&pagina=13.
 

 


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