Es tiempo de renovarse. Comienza el año y con él vienen gran cantidad de excelentes propósitos que, por desgracia, no suelen terminar de cumplirse. No falta la buena voluntad, pero ésta no suficiente para que las cosas se den como uno espera, como a uno le gustaría.
Puestos a pedir y desear, la gente pide casi de todo. Y en épocas de carencia como las que atravesamos, probablemente con toda la legitimidad y justificación del mundo.
Los buenos deseos se suceden uno tras otro, se saluda (al menos hasta final de mes y, eso sí, sólo en el primer contacto) con un sonoro y sonriente, casi publicitario “¡Feliz Año Nuevo!”, que llega incluso a aquellos a los que normalmente ni se les dirige la palabra, y flota en el aire como un cierto “no sé qué” de felicidad ficticia que no hace sino prodigarse unos cuantos días y luego desaparecer, sin más.
No dudo de que en muchos verdaderamente haya una cierta reconciliación con la vida en estas fechas. Con todo el trasiego navideño pareciera como si el mundo, en alguna medida, se paralizara. Pero lejos de hacerlo, sigue sin pausa y gira sin perturbación que le mueva ni un milímetro de su trayectoria. Eso sí, con nosotros subidos, sin falta, en ese tren de locura.
En ese ir y venir de saludos, buenos deseos y mejores propósitos no deja de percibirse, sin embargo (tristemente porque, insisto, las intenciones no son malas) una cierta superficialidad, ingenuidad y ausencia de enfoque. Lo que se pide y se desea, generalmente en términos de “Salud, dinero y amor” (en ese orden, además) no deja de estar bastante falto de perspectiva, de trascendencia, y no deja tampoco de dejar en evidencia dónde sigue estando el corazón del hombre también, aún, en este 2013.
“La salud se suele desear en primer lugar -dicen los que lo hacen- porque sin ella las otras dos no tienen lugar. Sin salud no hay nada”- terminan afirmando. En segunda posición aparece el dinero, que viene a suplir principalmente los propios deseos, los que se emiten por y para uno, en primera persona, aunque de “rebote” toquen a otros en el camino. Lo del amor va más dirigido hacia fuera, aunque muchos buscan y encuentran en él, simplemente, un cierto nivel de satisfacción para sus propias necesidades y vacíos. En el fondo, es un amor egoísta, alejado del verdadero amor, que es sacrificial y entregado.
Pensarán quienes me leen que tengo, quizá, una visión demasiado pesimista o malpensada de la vida y quienes la componemos. Pero es difícil no tenerla cuando, año tras año, seguimos cayendo en las mismas cosas, en los mismos fracasos, perpetuando los mismos males, aumentando el nivel de desgracia general en este planeta.
No hay menos sinvergüenzas, ni desgraciados, ni asesinos, ni mentirosos, ni amadores de sí mismos por encima de todo. Tampoco menos estafadores, perturbados, ladrones, pendencieros y deshonestos. Y los que, quizá, nos creemos ajenos a tal medida de maldad, un poco como si estuviéramos en la cúpula del mundo, caemos en el error de la autocomplacencia, más aún conforme pasan los años y nos seguimos comparando con quienes, aparentemente, lo hacen peor que nosotros. Eso siempre consuela, pero no sirve.
La gran tragedia, finalmente, es que Dios no nos mide así como nos medimos nosotros.
Para Él no los hay mejores, ni peores; los hay pecadores, en letra mayúscula y resaltada conforme pasan los años, las décadas, los siglos… porque el mal sigue en el corazón del hombre y eso no ha cambiado, independientemente de nuestros buenos propósitos. Esto obliga, necesariamente, a quienes hemos conocido nuestra naturaleza a la luz de la Suya a replantear (privada y públicamente también) nuestros deseos y anhelos para el año nuevo.
Quizá no sean tan sonoros como el consabido “Salud, dinero y amor”, pero tienen para quienes los suscriben, una insondable dosis de riqueza y bendición.
- Que no nos falte el deseo de buscarte, de anhelarte cada día, de tener hambre y sed de Ti, el Creador y dador de todo y de quien proviene todo lo bueno que somos, tenemos y nos rodea.
- Que no nos falte Tu guía, Tu luz en el camino, Tu sabiduría y sostén en cada paso que damos, porque sin Ti, nos dirigimos al abismo.
- Que no nos falte perspectiva y propósito, y que el final del camino, hacia donde nuestra mirada se enfoque, siempre seas Tú y lo que quieres para nuestras vidas.
- Que no nos falte tu Palabra, leída, escuchada y hablada directamente a nuestros corazones, porque es Tu revelación, Tu hoja de ruta para nosotros, y la espada con la que enfrentar nuestras batallas aquí.
- Que no nos falte tiempo para hablarte y escucharte. Esa falta de tiempo verdaderamente no existe. Que no nos falten, entonces, oídos prestos y deseo de saber, atender, comprender lo que Tú quieres seguir diciéndonos en medio del ruido.
- Que no nos falte amor por Ti, por Tu Reino, por Tus cosas, amor por las almas que se pierden, también por las almas que se encuentran, las que Tú traes a Tu redil con Tu sangre para, juntas, rendirte la gloria que Sólo Tú sigues mereciendo a través de los tiempos.
- Que no nos falte santidad, aun cuando para conseguir ésta hayamos de sacrificar algo o mucho de nuestra aparente felicidad y estabilidad, de nuestra salud, que es regalo Tuyo y de otras tantas cosas de las que Tú nos provees y a las que, tantas veces, nos aferramos como si de Ti mismo se tratara.
- Que no nos faltes Tú, en definitiva, porque fuera de Ti no hay palabras de vida eterna, no hay esperanza posible, ni fuerzas para conseguirla. No hay existencia, no hay ser, no hay gozo en medio de la adversidad, ni ríos en el desierto, ni caminos en la soledad. No hay nada, porque lo eres todo, en todos.
- Que no nos faltes Tú, Señor… que no nos faltes.
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