Desde Millstadt, Illinois (EE.UU.), nos responde Plutarco Bonilla, teólogo, escritor, asesor de traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas, profesor… Como él mismo dice: “He pasado casi toda mi vida de adulto comprometido con la educación teológica y bíblica y en la educación universitaria calificada de “secular” (en la Universidad de Costa Rica)”.
El tema de su tesis de licenciatura, defendida en 1961, se tituló “El concepto paulino de Logos”, donde, como comenta Samuel Escobar en su libro
En busca de Cristo en América Latina (Ed. Kairós): “El autor entra en profundidad en el estudio del pensamiento de Pablo respecto a Jesucristo en el texto griego”.
Bonilla nació en Las Palmas de Gran Canaria, aunque reside en Costa Rica desde 1955. Allí llegó para estudiar la Biblia y Teología en el Seminario Bíblico Latinoamericano de San José (hoy Universidad Bíblica Latinoamericana), e inició estudios en la Universidad de Costa Rica.
Es de aquí y de allá, donde toque. Porque no pelea por ciudadanías ya que la suya está garantizada. Esto le ha permitido, desde muy joven, utilizar oportunidades de estudiar griego en Atenas, Biblia (Nuevo Testamento) en el Seminario Teológico de Princeton o Filosofía en Madrid. Más tarde se fue al Norte de África donde se estaba implementando un instituto bíblico. En cada lugar se iba nutriendo de lo mejor.
Me encanta oírle decir con nostalgia y conmovido cuánto le enseñaron y estimularon personas que pasaron por su vida dejando huella: su padre, un misionero, una maestra, un amigo, un profesor…
Ha publicado numerosos ensayos, libros y artículos en revistas especializadas. Además de dar conferencias, talleres, cursos y seminarios.
Pregunta.- ¿Ya en su madurez, y siendo de España y de América, ¿cómo siente sus dos mundos?
Respuesta.-La “verdad verdadera” es que como he viajado tanto y he vivido en países de muy diferentes costumbres, me siento en casa en cualquier lugar. A amigos que han tenido problemas de adaptación a causa de sus traslados y me han hablado de “choque cultural”, les he dicho que no sé qué es eso, porque siempre he seguido un principio que me ha ayudado, y mucho: cuando he ido a residir a otro país, jamás he pretendido que los demás se acomodaran a mi modo de vivir. En todo lo que no entre en conflicto con mi fe, soy yo quien procura acomodarse al nuevo contexto. Es una forma controlada de aquello de que “a donde fueres haz lo que vieres” (que yo amplío también a “a donde fueres habla como oyeres”; esto último me ayuda a entender que lo que en “mi” cultura –cualquiera que sea– pueda considerarse, por ejemplo, “mala palabra”, en otras puede ser de lo más normal… Las anécdotas que pueden contarse –que puedo contar– son infinitas. Algunas medio trágicas y otras para estallar de risa…). Todo esto lo aplico también a contextos eclesiales.
No obstante lo dicho, el “gusanillo” del terruño, de “la patria chica”, del espacio geográfico y humano que contribuyó a mi propia formación inicial está siempre ahí, a veces soterrado, a veces a flor de piel.
De Canarias y España en general he aprendido mucho. De Costa Rica y de otros países (especialmente de Grecia, a la que considero mi tercera patria), otro tanto. Todas ellas han contribuido a que yo sea lo que soy. Con todas ellas estoy en deuda. Y a todas ellas les estoy profundamente agradecido.
P.- Hábleme de su niñez, de cómo llegó Jesús a su vida… ¿Piensa que las circunstancias y las personas que nos acompañan durante esa primera etapa son cruciales?
R.-Me gusta decir que “casi” nací en las bancas de la iglesia, pues mi padre se convirtió cuando yo era apenas un bebé. Quizás deba decir que yo no me encontré con Jesús resucitado, sino que él me encontró. En mi caso, sin expresiones espectaculares ni manifestaciones externas sorprendentes, pues desde pequeño mi padre se encargó, con el ejemplo de su vida y con sus palabras, de inculcarnos a mi hermana y a mí valores cristianos. Era ya adolescente cuando tomé mi decisión personal y poco después solicité el bautismo. Aún conservo el certificado bautismal, firmado por el misionero Jaime Carder y por el anciano Francisco Rodríguez (“Tío Paco”), ambos ya fallecidos.
Algunos profesores del Seminario Bíblico Latinoamericano, de Costa Rica, me dijeron, unos años después de mi graduación, que estaban extrañados por los conocimientos de Biblia que yo ya traía al comenzar mis estudios en esa institución. No lo digo por vanidad, sino para dar honor a quien honor se merece: fueron mi iglesia local, las clases de escuela dominical (la maestra Moma Vieira), la organización de jóvenes (la “Misión Juvenil”, y quien fue su presidente por años, don Manuel Vieira), el misionero Vicente Philips (quien en mis años juveniles me trataba de “nieto” y yo a él de “abuelo”), Rubén Lores (quien en Tánger me dio clases privadas de Nuevo Testamento), quienes insuflaron en mí el deseo de estudiar las Sagradas Escrituras y el amor hacia esa especial palabra de Dios. Por eso, antes de viajar a Costa Rica, terminé dos cursos por correspondencia (“Doctrinas fundamentales” y “El Evangelio de Marcos”), patrocinados por esa especie de santo varón y de santo patrón de la Asamblea de Hermanos que se llamó Ernesto Trenchard. A estas alturas, u honduras, de mi vida, y con valor ya estrictamente sentimental, todavía conservo el material de esos cursos, artesanamente encuadernados por mí, ya que en aquella época “me dio” por eso.
Este testimonio que acabo de dar responde, creo, la segunda parte de su pregunta.
P.- En la actualidad y en nuestro ámbito evangélico, ¿se le está restando importancia a la formación bíblico-teológica? ¿Cómo despertar el interés por el estudio de la Biblia?
R.-Hoy vivimos en una época en que todo es “light” (palabra que aparece así en el DRAE). Y esa “laitidad” ha penetrado hasta las mismas entrañas de muchas iglesias. La manifestación más evidente, a mi entender, es el desplazamiento de “centros de interés” tal como se expresa, por ejemplo, en la liturgia del cristianismo evangélico. Nos enorgullecíamos en el pasado de ser, los evangélicos, las personas “del libro”. No meramente por el signo externo (llevar en nuestras manos, sin ocultarlo, un libro fácilmente identificable como Biblia), sino porque en la vida cultual y en la vida personal ese Libro ocupaba un lugar muy importante y jugaba un papel que no lo era menos. Hoy, no solo no se lleva el Libro en la mano y visible (aunque a veces está en el bolsillo... en el teléfono móvil, lo que es legítimo) sino que se ha convertido en el más mencionado libro desconocido. La ignorancia de la Biblia que gran cantidad de evangélicos muestra es supina y de antología.
Un aspecto digno de mencionar que, a mi parecer, ha contribuido a este estado de cosas es la manía de gran cantidad de predicadores del mundo actual de usar en sus sermones pasajes bíblicos (perícopas) solo como excusa, pues se lee el texto correspondiente antes de la predicación y en esta se olvida de aquel. Eso sí, el sermón está lleno de citas bíblicas desperdigadas (con referencias incluidas..., aunque a los cinco minutos, para ser generosos, ya los oyentes las hayan olvidado todas) y arrancadas de cuajo de su naturales contextos. Los predicadores se brincan así la seria y no fácil labor de hacer exégesis del texto y en su lugar usan como muletas... las concordancias. Con ese ejemplo, ¿qué aliento se les da a las nuevas generaciones para que se dediquen al estudio bíblico y teológico?
Por otra parte –y hablo con base en lo que he visto y oído–, la mayoría de la predicación que impera hoy es o chata o insulsa. Sobre este asunto habría mucho que decir –y más si nos referimos a cierto tipo de predicación televisiva sedicente “evangélica”–, pero eso supera los límites espaciales de una entrevista.
La iglesia –hablo en términos generales– está desperdiciando el gran potencial educativo e inspirador del púlpito. Ítem más, cultura y teología parecen estar divorciadas, por el desinterés de los “teólogos” (o “pichones de teólogos”) respecto de aquella. (Véanse sobre este asunto los artículos publicados por Pérez Alencart en P+D). Otras “formas” de predicación han ocupado su lugar, y suelen ser formas “light”. Ante algunas, producto de una imaginación desbordante y desbordada, el gran Orígenes debería estar revolcándose en su tumba.
Tampoco la llamada “escuela” dominical contribuye a despertar en sus alumnos las ansias de estudio. Para comenzar, dicha escuela suele tener muy poco de verdadera escuela. Además, todavía perdura en la mente de la mayoría de los dirigentes de nuestras iglesias la idea de que “eso” es para niños y adolescentes y, cuando más, también para jóvenes. En otras palabras, es de importancia secundaria en el panorama general de la vida de la iglesia. Si nos dejáramos llevar por las estadísticas, tendríamos que concluir que nuestras escuelas dominicales son “un fracaso académico”.
Sin la renovación de todo el proceso educativo de la iglesia (púlpito incluido) y sin comprometer a los profesantes de nuestras comunidades eclesiales en todos los aspectos de la vida de la iglesia (cada uno según los dones que haya recibido), no hay futuro esperanzador ni para la formación bíblica y teológica ni para la iglesia misma.
P.- ¿Cómo valora el estado actual de la traducción bíblica?
R.-La traducción de la Biblia ha adquirido una importancia inusitada en los tiempos modernos. Me atrevería a decir que la iglesia cristiana nació con una vocación por la traducción: en su propio desarrollo, el cristianismo rompe muy pronto las fronteras lingüísticas del ámbito de su nacimiento e incursiona en otros espacios lingüísticamente distintos, donde se establecen comunidades cristianas. Por ello, siente el imperativo de poner a disposición de esas nuevas comunidades que no hablaban griego (el idioma del Nuevo Testamento y del Antiguo en uso: la Septuaginta) los escritos que eran parte de su herencia espiritual y que consideraba palabra de Dios. Así comienza la larga tradición de la traslación de la Biblia a los idiomas del mundo.
Como era de esperar, primero se tradujeron esos textos sagrados a los idiomas con mayor número de hablantes... Y esa fue la tendencia que predominó cuando resurge el interés por las traducciones en el período de la Reforma Protestante y en siglos subsiguientes. Con la aparición de las diversas sociedades bíblicas, y especialmente en el siglo XX y en lo que va de este, se produce una especie de explosión en ese campo y aparecen innumerables nuevas traducciones, tanto a idiomas a los que ya se había traducido la Biblia como a los muchos que quedaban –y quedan–, que no cuentan siquiera con una porción de estas Escrituras para uso de sus hablantes.
Todo el proceso es muy complejo (como siempre lo ha sido). Simplificado –y en ocasiones complicado– por el uso de las nuevas tecnologías, la tarea de traducción y de producción de las Escrituras se ha acelerado asombrosamente. Al escribir esta parte de este texto (el 19 de diciembre de 2012), una noticia nos llega por internet: “Usando las tecnologías de vanguardia han creado la Biblioteca Bíblica Digital, operada por las Sociedades Bíblicas Unidas, donde ya están disponibles cientos de traducciones bíblicas. En 2013 esperan tener allí más de 1.000 traducciones en variados idiomas y en los próximos cinco años la meta es de 2.000”. (En
www.cristianos.com).
Permítaseme añadir algo en relación directa con la traducción de la Biblia a nuestro idioma. He escuchado algunas voces de queja por “la confusión” –eso dicen esas voces– que crea la existencia de tantas diversas traducciones. Personalmente doy gracias a Dios por ellas. La confusión de que se habla es resultado natural de la ignorancia en que dirigentes religiosos –por propia ignorancia parcialmente excusable o por silencio culposo, no me toca a mí juzgar– han mantenido a sus comunidades respecto de la formación y transmisión de los textos que componen esa colección de escritos (a algunos los llamamos “libro” solo en sentido traslaticio) que es la Biblia. Con el reconocimiento, el respeto y la gratitud debidos a la traducción que conocemos como “Reina-Valera” (aunque,
sensu stricto, la que usamos hoy es “Reina, Valera
et multi alii”), considero que en el cristianismo de habla castellana ha habido una especie de esclavitud mental y espiritual a esa versión. Como consecuencia, se ha producido un bloqueo emocional que rechaza
ad portas, como dicen los abogados, cualquier intento de explicación de las bondades de alguna nueva traducción. La situación se hace más compleja porque intelectuales (y, digámoslo paladinamente, pseudointelectuales) evangélicos propagan en sus escritos flagrantes falsedades respecto del proceso de transmisión de los textos del Nuevo Testamento. De ello, algo he escrito en reseñas de libros publicados en España o en América Latina.
Bienvenidas sean las nuevas traducciones que sean patrocinadas por entidades serias y responsables y realizadas –como recomendó el propio don Casiodoro de Reina al final de su
Amonestación (texto que muy pocos evangélicos han leído)– por equipos de conocedores del texto bíblico (y, añadimos ahora, de especialistas en las diversas ramas del saber que inciden sobre el trabajo de traducción de textos antiguos).
P.- ¿Y de las traducciones a las lenguas indígenas en América Latina?
R.-Algo indiqué sobre este asunto en la respuesta anterior. Aunque no he incursionado mucho en ese campo, sí puedo decir que entidades como Sociedades Bíblicas Unidas (incluidas muchas de las sociedades bíblicas nacionales que conforman esa fraternidad) y otras instituciones dedicadas a similar tarea están realizando una encomiable labor de traducción de la Biblia al mayor número de idiomas del continente americano (latino y no latino). Creo que lo mismo puede decirse de otros continentes.
P.- Se está dando un crecimiento espectacular de los evangélicos en América Latina, ¿va acompañado éste de un conocimiento bíblico y de una reflexión teológica?
R.-El dicho crecimiento, sin negarlo hay que tomarlo
cum grano salis, es decir, haciendo las salvedades del caso. Como evangélico, no quiero que me identifiquen con ciertos grupos que pululan por nuestras tierras y que se consideran a sí mismos evangélicos. En más de uno se aprecian aberraciones teológicas y prácticas. Y es la falta de una verdadera educación bíblica en muchas de nuestras iglesias lo que hace que muchos de sus propios miembros acepten con mentalidad acrítica tales aberraciones. Lo peor sucede cuando eso se aprovecha para “mercantilizar la fe”. Esta última expresión no es mía. Hace unos años, en un periódico de Costa Rica se publicaron unos artículos sobre “los mercaderes de la fe” en que se mostró claramente el carácter multimillonario de una cierta organización evangélica que de manera sutil unas veces, y descarada otras, vendían por dinero bendiciones del cielo. Mucho de ello se promociona a base de la manipulación de algunos textos de las Sagradas Escrituras, cuidando muy bien el no citar otros. Hay, en ciertos sectores, un claro interés en que la gente no piense con su propia cabeza, sino que acepte como de autoridad definitiva lo que dice el “pastor” o dirigente que habla en nombre de Dios (los autonombrados y autodenominados profetas, apóstoles y hasta patriarcas). Y claro, resulta mucho más fácil vivir descargando sobre otros la responsabilidad de pensar. Aquello del libro de Stott, de “creer es también pensar”, suena a muchos oídos actuales como algo obsoleto y superado..., por no decir extravagante.
Dicho lo dicho, debo aclarar, además, que no es de ese talante todo el crecimiento por el que se pregunta. Muchas vidas han sido realmente transformadas. Los testimonios personales no dejan lugar a duda alguna, según nuestro leal saber y entender. Pero aun así hay algo que a mí personalmente me deja inquieto. Según ciertas estadísticas, en un país centroamericano al menos el 50% de la población es evangélica. Si es verdad, ¿qué tipo de evangelio se está predicando cuando las situaciones de violencia y corrupción, en todos los niveles de la sociedad, han ido en aumento? ¿Qué es lo que está pasando cuando diputados evangélicos son acusados de vender sus votos por prebendas, o un presidente huye de su propio país porque se le achaca haberse robado millones, y a otro lo sientan en el banquillo para responder a cargos de genocidio... y también son evangélicos?
Mi respuesta a la segunda parte de la pregunta es negativa, aunque haya excepciones que honran.
P.- Según usted… ¿qué aportes ofrece CLADE V?
R.-Como no participé en ese Congreso, pues estaba en España cuando se realizó (en Costa Rica), nada puedo afirmar de primera mano. Sin embargo, y con tristeza, puedo decir que según testimonios que he escuchado de labios de personas en cuyo criterio confío, los resultados fueron poco o nada alentadores. Por ciertos signos que percibí durante la preparación del Congreso, yo temía que fuera “más de lo mismo”. Los comentarios posteriores confirmaron esos temores. Más de esto, ni puedo ni debo ni deseo añadir.
P.- ¿Es la teología sólo para unos pocos?
R.-Cuando se oye a ciertos predicadores, pareciera que sí. Por varias razones:
primera, por el lenguaje que usan, que parece ser (¿o lo será?) lenguaje de iniciados. Ya en los años de la década del 60 del siglo pasado indicábamos que muchos predicadores usaban una especie de “latín evangélico”, comprensible solo para quienes ya conocían (¿la conocerían de verdad?) cierta “terminología sagrada”. Aún hay muchos evangélicos que la siguen considerando así (por lo que debe ser intocable en las nuevas traducciones), por no tomar en cuenta (o no saber) que mucho de ese “vocabulario cristiano” era en sus orígenes lenguaje popular y hasta del mercado de esclavos o de creencias que tenían muy poco de cristianas. Y ahora nos hacemos esclavos de ciertas palabras...;
segunda, porque se tiene miedo de que los miembros más inquietos de las congregaciones evangélicas lean libros de carácter crítico. Esto no es nuevo: recuerdo que cuando fui secretario de la Asociación Latinoamericana de Educación Teológica (Región del Norte) visité un Seminario en una capital de un país andino. Fui a la biblioteca y descubrí, para mi sorpresa, que había una sección cerrada bajo llave. No se trataba de que allí hubiera libros que deberían protegerse por su mucho valor (ya fuera por su antigüedad o por ser de ediciones especiales). Eran, más bien, libros que podían leer, además de los profesores, solo ciertos alumnos que debían conseguir permiso para ello, ya que tales libros eran considerados... de autores liberales. ¡Y en un Seminario teológico! De hecho, cuando visito la casa de algún pastor, si se me presenta la oportunidad husmeo en su biblioteca. Ya no me sorprende ver que en muchas de ellas los pastores tienen libros (¡los que los tienen!) que son solo de autores de la misma línea de pensamiento que ellos. ¿Cómo va una persona a crecer teológicamente si solo lee a aquellos autores que piensan como ella piensa, que no la confrontan con un pensamiento distinto para obligarla a dar razón de lo que cree y “afilar” así sus propias creencias?
He pasado casi toda mi vida de adulto comprometido con la educación teológica y bíblica y en la educación universitaria calificada de “secular” (en la Universidad de Costa Rica), y respecto de la primera me he preguntado si los esquemas educativos predominantes no han contribuido a introyectar en quienes componen nuestras comunidades evangélicas la idea de que la teología es solo y exclusivamente para los profesionales de la religión (por decirlo de alguna manera).
Por vía indirecta he querido responder a la pregunta: sí, la teología es para todos. Y quiérase o no, de una u otra manera todos hacemos teología. El problema no está en el nivel (provisto generalmente tanto por las oportunidades de formación que se haya tenido como por las propias capacidades), sino en la calidad. No me considero teólogo profesional, ni siquiera por formación académica, pero me considero con capacidad suficiente para leer con criterio lo que dicen quienes sí lo son. La clave radica en el desarrollo de ese “criterio”, lo que, en el campo de que hablamos, se obtiene, en buena medida, por medio del estudio de la Escritura, sobre todo cuando se le pierde el miedo a hacerle preguntas, incluidas las que nos son inquietantes y hasta parecen irreverentes. No olvidemos que los grandes personajes de la Biblia regatearon, discutieron y hasta pelearon con el mismísimo Dios. Quizás eso fue lo que los hizo grandes…
P.-¿Cuál es la misión de la Iglesia para este siglo XXI?
R.-La misma de siempre (lo que no quiere decir que siempre la haya cumplido): anunciar –con hechos y con palabras, pero principalmente con hechos– las buenas nuevas de liberación en el Jesús resucitado. Tal misión hay que llevarla a cabo hoy desde la realidad del siglo XXI y no anclados en la realidad o realidades de siglos pasados y preteridos; es decir, se trata de “misionar” haciendo frente a las situaciones de hoy y a los nuevos retos que esas situaciones –diferentes en diferentes latitudes– nos presentan. Hay, es cierto, lo que parece ser constantes en la historia de la humanidad: pobreza y pobreza que llega al grado extremo de miseria; corrupción en todos los órdenes del quehacer social (político, económico, educativo, religioso, judicial y hasta jurídico…); discriminación por razones religiosas, culturales, sexuales o de estatus socioeconómico, etc. Pero también hay nuevas formas de pecado personal y social, y viejas formas revividas, que deben ser confrontadas con esa buena nueva que se concreta en la persona de Jesús. “Andar en sus pisadas”, como dijo Pedro, sigue siendo la única forma legítima de ser seguidores de Jesús. Si no se sigue a Jesús no hay misión, sin importar cuál nombre se le asigne.
P.- ¿Cree posible que se llegue a hablar de un trabajo conjunto entre las iglesias del Norte y del Sur?
R.-Hablar, lo que se dice hablar, se ha venido haciendo ya por muchos años. Otro cantar consiste en ponerle piernas a ese hablar para que sea también un andar. El problema es que en eso no nos ponemos de acuerdo: unos por la soberbia del que tiene, y otros, por la rebeldía de quienes se sienten despreciados o relegados; unos por sus fundamentalismos de derechas, y otros por sus fundamentalismos de izquierda (y perdóneseme el estereotipo de esta imagen); unos porque todavía creen, aunque no lo digan, que quien paga la música manda el baile, y otros porque prefieren bailar sin que haya música.
Lo más hermoso, no obstante, y eficaz, resulta cuando, al margen de estructuras misioneras dominantes y de fórceps eclesiásticos (que no eclesiales), nacen criaturas que desde abajo (¿no habló Pablo, el de Tarso, de “lo despreciable” y “que no es”?) hacen que surjan proyectos en los que gentes del Norte y del Sur (y del Este y del Oeste) ponen juntas sus manos sobre el arado de la historia para ir sembrando la semilla del Reino. No hacen grandes aspavientos, pero van haciendo realidad esa vida eterna que Jesús definió como amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Pasa lo mismo con el ecumenismo (aunque a algunos evangélicos, o a muchos, esta palabra les suene, ¡todavía!, a mala palabra): el de las altas jerarquías se agota en mera palabrería. El de la acción desde abajo da sus frutos… sin importar si en algunos casos sea solo del treinta por uno…
P.- Háblenos de Libertad Religiosa en América Latina.
R.-No me considero experto en este campo (ni, de hecho, en ninguno), pues solo soy un cristiano que observa, lee y quiere pensar. Como soy miembro de una iglesia metodista, no olvido un lema de Juan Wesley: “pensar y dejar pensar”. Por lo general, el que no deja pensar es porque no piensa. El tema de la libertad religiosa es tema muy complejo, no tanto desde el punto de vista teórico (que de por sí lo es) sino sobre todo desde la perspectiva de la realidad práctica. Por varios factores. Para comenzar, porque en todos los países de la América que mayoritariamente habla español (y España no es una excepción) ha existido –en todos ellos
de facto y en algunos también
de jure–, una iglesia dominante con un enorme poderío económico y una no menos enorme cantidad de privilegios que le han concedido, de manera legal o al margen de las Constituciones respectivas, los gobiernos de diversos signos que ha habido. Limitar ese poder y eliminar esos privilegios, ¿es acaso “coartar la libertad de religión” o persecución religiosa? ¿Lo es, quizás, el poner orden en la concesión de licencias para explotar las ondas de radio? Cuando a un diputado ateo elegido democráticamente se le quiere obligar a jurar su cargo en el nombre de un dios en el que no cree (lo que moralmente haría inoperante dicho juramento), ¿es o no es eso atentar contra la libertad religiosa? Poner coto a ciertas actividades cultuales de algunas comunidades protestantes porque impiden el legítimo descanso de quienes al día siguiente tienen que levantarse temprano para ir a trabajar, ¿es persecución religiosa? La misma pregunta es válida cuando se trata de exigir que los lugares de culto cumplan con las normas generales de seguridad y sanidad establecidas por la ley para tales establecimientos.
Al margen de leyes que de por sí son discriminatorias desde el punto de vista religioso (como que el Estado tenga una religión oficial), sobre todas las anteriores preguntas hay otra que las afecta de manera directa: cuando se aplica la ley (supuestamente no discriminatoria), ¿se aplica indiscriminadamente o solo a algunas instituciones religiosas y otras se les beneficia al no aplicárselas? Si ese fuera el caso, hay, sin lugar a dudas, persecución religiosa.
La pregunta que se me ha planteado es muy general y no puede decirse que sí hay o que no hay libertad religiosa en América Latina. Por lo pronto, solo me atrevería a decir que, en mayor o menor grado, en todos los países hay libertad religiosa. Incluso dentro de un determinado país puede haber regiones en que se produzcan actos de persecución religiosa mientras que en otras no. Este es, por ejemplo, el caso de México, según ha informado
Protestante Digital recientemente y en varias ocasiones.
P.- ¿Cuál su opinión sobre la participación de los evangélicos en la política?
R.-Que ha sido una desgracia… que muchos de ellos hayan participado como políticos (por no decir politiqueros o politicastros) y no como evangélicos, o que lo hayan hecho como evangélicos sectarios y hayan confundido (y estén confundiendo) el estado civil de derecho de un determinado país con la iglesia (o secta) a la que pertenezcan. El discurso de algunos de ellos (hablo de lo escuchado directamente) es el discurso de quienes añoran establecer en el país –cualquiera que este sea– una teocracia en el que la ley de Dios (interpretada por ellos, por supuesto) se imponga a rajatabla tanto a quienes crean en ese Dios como a quienes crean en otros o en ninguno. Pareciera que quisieran retornar a los tiempos del Antiguo Testamento o a los de la Edad Media. Como alguien me dijo recientemente, ¿de qué hablan esos al hablar de postmodernidad si ni siquiera han conocido la modernidad?
De esa rara (¿?) especie de políticos evangélicos, ¡líbranos, Señor!
Afortunadamente hay otros, los menos, que son políticos de verdad, por vocación y por formación, y evangélicos de verdad. Y digo “evangélicos” en su sentido bíblico y teológico, y no en el de mera identificación sociorreligiosa.
P.- ¿Qué significa Cristo hoy? ¿Cuál es el mensaje que la cruz la dice al hombre de nuestro tiempo?
R.-Dos aclaraciones debo hacer: primera, no creo en el mensaje de la cruz, así “a secas”. Creo en el mensaje de la resurrección que implica el de la cruz. Es lo que dice Pablo en el que quizás sea el capítulo más extenso de todo el Nuevo Testamento: la cruz sin la resurrección no tiene sentido. Es la tumba vacía la que le da sentido a la cruz. Porque la palabra final de Dios no es palabra de muerte, sino palabra de vida. Esa es la esperanza última del discípulo de Jesús.
La segunda aclaración es que, para el cristiano, el significado de Cristo hoy se identifica con el significado de la misión, ya que la misión se identifica con él mismo. Por tanto, mi respuesta aquí es la misma que di cuando respondí a la pregunta sobre la misión. Y a ella me remito.
Finaliza la entrevista. Gracias, hermano Plutarco, por sus comentarios que me estimulan a oír con más tolerancia las opiniones de los demás, contrastar, preguntar, dudar… para luego evaluar con criterio lo que se me ponga por delante. Qué bueno oírle decir que su iglesia, la escuela dominical, el grupo de jóvenes y sus maestros le insuflaron el amor por la Palabra de Dios. Me lleva a pensar en nuestra inmensa responsabilidad por los más jóvenes.
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