Concluye un año ciertamente duro y complicado. Este 2012 ha sido, sin lugar para demasiadas dudas, bastante peor de lo que imaginábamos o ni tan siquiera temíamos, y nos despedimos de él con la convicción de que, en muchos aspectos, lo peor aún está por venir.
En medio de estas fiestas miro hacia atrás y,
sin embargo, constato que he llenado mi mochila de cosas positivas también.
Al lado de los sinsabores y las pérdidas, algunas casi insoportables por dolorosas, brillan con luz propia las ganancias: todo lo aprendido, la experiencia vivida, el amigo reencontrado, el calor percibido, las complicidades del equipo, los sueños cada vez más cercanos…
¡La lista sería tan larga!
Sé, y no es un conocimiento nuevo, que mi mochila está llena de las bendiciones de mi Dios. Y mi casa también.
Por su misericordia, que hace que se compadezca de mí y no me pague conforme a lo que merezco; y por su gracia, pues encima me hace regalos asombrosos.
Toda esta acción deliberadamente a mi favor se puso de manifiesto con claridad meridiana aquella primera Navidad. Ya mucho antes el Señor había declarado sus intenciones para los seres humanos, buscando bendecir y bendecir, y a través de la Historia y por boca de sus enviados expresó su buena voluntad para con los hombres. Pero allá en Belén…
Allá en Belén el mismo Dios tomó forma humana, y habitó entre nosotros y sufrió nuestras miserias. Pero vimos su gloria, pues no la podía esconder, y esto escandalizó a unos y soliviantó a otros. Porque Él era el Rey, el que los magos de oriente buscaban, el que estaba anunciado desde antiguo, el que hizo los cielos y la tierra y los sustenta.
Y cuando este gran Rey irrumpió en nuestra Historia comenzamos a darnos cuenta de que la Carta Magna de su Reino es radicalmente distinta de las usuales, porque va en serio. En ese reino, el
mayor es el
menor, los
últimos serán los
primeros, hay que
servir incluso haciendo trabajo de esclavos (¡lavar los pies a los otros!); tienen lugar preferente los pobres de espíritu, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los que se esfuerzan por la paz, los perseguidos…
¿Pero esto qué es? ¡Así no se va a ninguna parte! (Nos sonreímos, ¿verdad?)
Y es que no acaba ahí: figura que los súbditos de ese reino deben mostrar amor, gozo, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, sencillez y autodominio; deben seguir la justicia y la verdad, siendo sal y luz; han de disponer de la libertad ganada por su Rey para el bien de los que les rodean; les es necesario trabajar para tener qué compartir; tienen el derecho y el deber de tratar personal e íntimamente con su Rey cada día…
Parece ser que un gobierno así se define, despectivamente, como un reino de gominola. Y que las palabras amor, libertad, incluso Dios, están bien para andar por casa, pero nada más. Y lo más grave de todo, según he sabido, no es soñar con castillos en el aire, sino querer vivir en ellos. Pues bien: ésta es la propuesta del Cristo, locura para unos, poder del mismo Dios para otros.
La Navidad es, y si no, debería ser, el recuerdo del comienzo de un
reino de gominola. Porque el seguimiento a Jesús implica todo lo que acabamos de mencionar, y Él no lo presenta como opcional sino como rasgo distintivo de los suyos para aplicar en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida: en todos; al proteger nuestro corazón y crecer en todo aquello que va en esta línea; en nuestras relaciones personales, laborales, en cada medio en que nos movamos; es exigible también de ser puesto en práctica en lo social y político, en nuestro tiempo de ocio; al pensar, al decidir, al hablar, al actuar.
El cristianismo es esto y nosotros, como embajadores de Cristo, somos llamados a ser como Él era y, por si no nos quedaba claro, nos dejó especificaciones y detalles concretos en su Palabra.
Es bien sabido también (parece ser) que estas ideas ilusas son propias de la juventud entusiasta. ¡Pues gloria a Dios! ¡Debo tener por lo menos el corazón mucho más joven de lo que creía! Y me temo que muchos de los que me acompañan en esta reflexión también.
Ahí debe estar la explicación última de por qué todavía nos gusta celebrar la Navidad en la fecha que nos proponen, porque el hecho es que el Rey vino a esta tierra, hizo una propuesta de vida maravillosa, arregló en la cruz las condiciones para que pudiéramos seguirla, y nos hizo princesas y príncipes de su reino.
Como embajadora del Reino de Gominola, este 2013 seguiré insistiendo en que el amor, la libertad, la justicia y la paz son objetivos realmente perseguibles y alcanzables. Y soñaré este mundo más dulce, porque antes lo soñó mi Rey.
Hoy miro hacia atrás, a aquel prosaico comienzo de este Reino que me he permitido llamar
de gominola. Es un reino vivo que se expande porque las noticias que trae son tan buenas, son un evangelio tan glorioso, que prende en los corazones sinceros que saben que lo que están buscando es el rostro del Dios eterno. Porque el mensaje no puede ser de otra manera: es un mensaje que incluso los niños pueden entender, y de esas jóvenes bocas surgen desde siempre las mejores alabanzas al Rey. Es un mensaje de vida eterna, que regala una paz que el mundo no puede dar, que sacia la sed del alma.
Por eso celebro. Por eso tengo tanta alegría a pesar de todas las circunstancias. Por eso, con la ayuda de Dios, no me rindo.
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