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Protestante Digital

 
La iglesia y los lugares de culto (24)
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La metodología de la misión (III)

De una lamentable larga lista, habremos de enumerar sólo algunos de esos aspectos negativos.
AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet Nadal 07 DE DICIEMBRE DE 2012 23:00 h

Reconocer nuestros errores es mucho más sabio que reconocer nuestros aciertos; y deja lecciones mejores y más duraderas. Las virtudes del trabajo en equipo se hacen visibles cuando sus integrantes se sientan a analizar los aspectos negativos de su funcionamiento; sin embargo, la iglesia, que anuncia el arrepentimiento como condición insalvable para recibir el perdón de nuestros pecados, pocas veces reconoce errores, hace autocrítica y practica el perdón puertas adentro.

Este puede ser el resultado de delegar en una o más personas la tarea de exhortar a la congregación, en lugar de practicarla entre todos. La Palabra es clara cuando dice: “exhortaos los unos a los otros cada día” (2), “soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (3)

Se hace difícil, diría casi imposible, analizar los aspectos negativos de la vida en misión sin quedar involucrados; pues la mayoría fallamos en las cuestiones más sencillas. Por ejemplo: vivir en comunión con Jesucristo va de la mano con la tarea de hacer discípulos, y en este contexto ¿podemos todos considerarnos exentos de pecado?

En espíritu de contrición, entonces, concluiremos con el tema de la metodología de la misión aplicando algunas de las muy oportunas enseñanzas que, sobre sus aspectos negativos, el equipo de teólogos del Movimiento de Lausana realizó sobre la base de un relevamiento global bien fundamentado. (4)

¿QUÉ LLAMAMOS ASPECTOS NEGATIVOS DE LA METODOLOGÍA?
Al leer acerca de la iglesia en las Escrituras, pareciera imposible pensar que ese Plan de Dios de alcance católico (universal) y de testimonio apostólico (de los apóstoles enviados por Jesucristo) habría de llegar a ser lo que es hoy: un enorme abanico de denominaciones; cada una con sus énfasis, ministerios, liturgias y metodologías. Además, dentro de la iglesia de Dios –nacida ecuménica- están los movimientos ecumenistas.

La explicación a este paradojal fenómeno puede estar en la gran cantidad de conceptos y prácticas incorporados a nuestra dinámica misional, sin un chequeo permanente con la Biblia. Como resultado, mientras muchos destinatarios rechazan nuestro testimonio señalando esa enorme disparidad de criterios, otros deciden aceptarla gracias al celo con que los creyentes exhiben su exclusiva identidad.

Entonces, bajo un gran paraguas “evangélico” conviven iglesias con características tan disímiles que dificultan una clara lectura de ese significado; lo que complica el trabajo armónico entre hermanos de distintas denominaciones y llega a confundir el objetivo de la misión (hacer discípulos de Cristo) con la tarea de ganar prosélitos para el grupo de pertenencia de cada uno.

De una lamentable larga lista, habremos de enumerar sólo algunos de esos aspectos negativos.

1. LA FALSA DICOTOMÍA ENTRE PALABRA Y OBRA.
Existe una marcada tendencia a priorizar la prédica verbal y a dejar aspectos de servicio en un segundo plano. Es la misma división que se hace entre teoría y práctica; pero peor aún, porque en ningún sitio del Evangelio se enseña que una cosa es lo que hablemos y otra lo que hagamos.

El NT pone el énfasis en que la vida del Reino de Dios no consiste en palabra sino en poder (5) y que somos hechos a imagen de nuestro Creador que hizo todo lo visible e invisible y sustenta todas las cosas “con la palabra de su poder.” (6) Generalmente, en nombre de la iglesia, se testifica y se hacen tareas del programa semanal como obligaciones separadas de la vida privada. Para colmo, los incrédulos se fijan mucho en nosotros y detectan fácilmente cualquier inconsistencia entre lo que decimos y hacemos. Hacer las buenas obras que Dios preparó antes de fundar el mundo nos hace más creíbles ante los incrédulos. (7)

2. LA FALSA SEPARACIÓN ENTRE EVANGELISMO Y COMPROMISO SOCIAL.
Esta época se caracteriza por los evangelistas “estelares” que arrastran a miles de apasionados que se reparten preferencias, tal como hacen los fans con los íconos mediáticos; aunque éstos son más sinceros que aquellos, pues los llaman “ídolos” sin rubor alguno.

Para muchos, la vida de fe se reduce a una cultura religiosa con un “relato” del Mensaje identificado con el púlpito y el predicador; y, por separado, cada creyente vive su vida como la de cualquier vecino, por aquello de que “no hay que ser fanáticos, de lo contrario la gente nos evita.” A lo sumo, como los demás, ellos sólo hacen obras de caridad; pero sólo cuando se levanten ofrendas o llamen a su casa pidiendo ropa usada y comestibles. Exhiben una religiosidad que no se diferencia de la de otros, con la diferencia de que aquellos no tienen a la Biblia como guía de fe y conducta.

Hay iglesias que fundaron una ONG o Fundación, para ocuparse de este tema; en algunos países, debido a las reglamentaciones que incluyen beneficios del Estado.

3. PRIORIZAR LA DENOMINACIÓN POR SOBRE LA IGLESIA DE DIOS.
Si es erróneo tener orgullo de pertenecer a la iglesia de Dios, el orgullo denominacional es peor. Quizás esté alimentado por un sentimiento de gratitud hacia los que hicieron posible el conocer a Cristo. Pero puede llevar, también, a un favoritismo lindante con el fanatismo. “Nací de nuevo gracias a un misionero X, por eso vivo como X y voy a morir como X”, dicen con convicción algunos refiriéndose (con X) al grupo eclesial del buen misionero. Nadie puede negar las maravillosas historias de amor escritas con vidas ejemplares de hermanos y hermanas –de cualquier denominación- que en vida sirvieron fielmente a Jesucristo.

Yo mismo agradezco al Señor por uno de esos queridos hermanos que testificó a mi padre, siendo chofer del autobús con el que iba a su trabajo cada mañana. Mi “papaíto piernas largas” se sentaba en el primer asiento, de modo que conversaba con Don Miguel del tema del día, mientras este conducía. Mi padre contaba luego que Don Miguel siempre se las arreglaba para mencionar a Jesucristo. Un día terminamos todos yendo al “Local Evangélico” al que asistía Don Miguel. Al poco tiempo, éramos seguidores de Cristo gracias al testimonio y vida ejemplar de este hombre. “¿Denominación? No tenemos” –oía decir- por eso nos llamaban “hermanos libres”. Viví desde pequeño con la idea de que denominación era un término ofensivo y que no tener una era ser verdaderamente cristiano; o, mejor, evangélico. Sentía que muchos nos veían como bichos raros, particularmente los bautistas, metodistas y pentecostales de la ciudad. Recuerdo haber escuchado al inolvidable Alec Clifford decir más de una vez con su tonada cordobesa y sudamericanizado humor británico: “nosotros, ‘los que nos reunimos de esta manera’…..” para nombrar esa negada denominación.

Una herencia histórica, un énfasis doctrinal, una falsa doctrina puede hacer a una identidad confesional. Lo malo es creer que ella sea la que defina a un verdadero cristiano, o evangélico, o discípulo de Cristo. Discipular para la denominación es ahondar la división; es no tener el espíritu de reconciliación de la iglesia de Dios.

4. RELEGAR A UN SEGUNDO PLANO LA SANTIDAD.
La Biblia nos habla de un Dios tres veces Santo que habita en el Santuario, en los cielos (8). En la época de mayor corrupción global, algunos creyentes dan ejemplo de vidas de santidad; son los que han aprendido que no podemos servir a dos señores; que no podemos amar a Dios y a las riquezas.(9) Ciertas características seculares infiltradas en la misión revelan el pecado de falta de santidad:

a) El consumismo o avaricia materialista.Nos negamos a llevar vidas sencillas como recomienda el Evangelio, nunca ponemos límites a nuestras apetencias terrenales; aspiramos a tener algo más grande, más nuevo, más adecuado. Pretextamos que estando mejor podremos dar más; y nos engañamos, porque nunca llegamos a la meta, siempre la vamos poniendo más adelante y más arriba. Terminamos compitiendo por cualquier cosa, todo el tiempo, y compartimos cada vez menos. Con la idolatría del materialismo metida en los programas de la misión, pasamos a hacer más de lo mismo.

b) El nacionalismo o patriotismo.Al convivir con no creyentes adoptamos la estrategia de optar por alguno de los modelos socio-económico-políticos del medio: izquierda, centro o derecha. O, simplemente, por un partido: el oficialista u otro de oposición. Lo hacemos porque amamos el país donde nacimos y tenemos nuestras raíces. Esto genera innecesarios roces y recelos, particularmente cuando testificamos a inmigrantes que vienen a nuestro país huyendo de la discriminación, persecución o pobreza. Olvidamos que Dios derriba toda barrera de separación.

c) La violencia. La inseguridad es hija dilecta de la injusticia social. Vivimos inseguros: del puesto laboral, de los planes de jubilación, de la educación de nuestros hijos y nietos, de lograr nuestras metas como ciudadanos comunes. Y cargamos sobre los políticos el peso de la culpa (que en buena medida tienen). Generamos violencia cuando sostenemos puntos de vista opuestos hasta más allá del límite. Ya no se trata de tener o no razón, sino de ganar una batalla entre las tantas que perdemos. No somos inmunes a la violencia; tenemos incorporado el virus y –si no incorporamos el antivirus- caemos en actos de violencia: de pensamiento o de acción. Nos ofuscamos con los que más amamos, y los herimos con palabras que nunca pensamos diríamos. Testificar del amor de Dios entre violentos, es un gran desafío en esta hora. Muchos usan metodologías que violentan a los destinatarios de la misión, al no respetar sus costumbres ancestrales y mostrarles con espíritu pacificador que la muerte de Cristo es el acto más violento del que podamos tener conocimiento, obrado por Dios por amor a su Creación.

d) El orgullo étnico.Las misiones protestantes pioneras aprovecharon las corrientes colonizadoras y alcanzaron a muchos grupos étnicos. No se lo puede negar.Lo que sí debemos negar rotundamente es que el evangelio sea una fuerza colonizadora que impone nuestra etnia, nacionalidad, idioma o cultura a sus destinatarios. Si el evangelio fuese causa de orgullo étnico, todos deberíamos ser portadores de la etnia judía porque Jesús nació en Judea, de padres judíos. El principal enemigo de la naciente iglesia de Dios fue el orgullo étnico que pretendió imponer el ritual y costumbres mosaicas judaizando a los gentiles convertidos. A los ojos de Dios no hay etnia superior o inferior: por igual somos pecadores. La metodología correcta desactiva todo orgullo, incluido el de la propia etnia del testigo de Jesucristo, gracias a que ya no hay judío, ni griego sino herederos del Reino de Dios.(10)

e) El egoísmo. Ser salvos es la prueba más contundente de la generosidad de la gracia divina. Muchos dudan de su salvación aún siendo infaltables a sus lugares de culto. Viven preocupados (y ocupados) por su propia salvación. Hacen y dejan de hacer para asegurar su salvación (de la que, de todos modos no están seguros). Ese es el peor de los egoísmos pues se deja de testificar a quienes están esperando el mayor de los milagros: el regalo de la salvación. Imaginemos a un testigo intentando hacer un discípulo, enseñándole que, a menos que haga esto o aquello y deje de hacer esto o aquello, no será salvo. El egoísmo en el corazón de un seguidor de Cristo le hace olvidar que ya somos salvos, estamos siendo salvados y seremos salvados por pura gracia de Dios; porque de gracia recibimos, de gracia damos.(11)

f) La injusticia de género. El tema de debate en esta parte de la historia humana es la mujer. El tema del varón parece como que se hubiese agotado, con saldo aún incierto. Su lugar lo ocupa la mujer, a la que el varón ha hecho objeto de permanente ninguneo. Desde su condición de víctima expiatoria para aplacar la ira de los dioses, pasando por escudo humano ante las fieras y las hordas enemigas, hasta llegar a ser parte de un harén de concubinas o esposas compitiendo por el favor del jeque, u objeto sexual de explotación pornográfica, publicidad engañosa o señuelo comercial de pingües negocios.
Con las mujeres convertidas a Cristo no pasa nada de aquello, gracias a Dios, pero pasan otras cosas malas. Hay metodologías que impiden que sea mujer quien desempeñe ciertas tareas misionales para las que no hay impedimento alguno, ni siquiera cultural.

Este punto es una bisagra importante en el tema que nos ocupa. Por ello es necesario hacer aquí un paréntesis para terminar en nuestra próxima nota, si el Señor así lo permite.


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1. El Ángelusque encabeza este artículo es un cuadro del pintor realistafrancésJean F. Millet. Data del período 1857-1859y se trata de un óleo sobre lienzoque mide 66 cm.de alto por 55,5 cm. de ancho. Se conserva en el Museo de Orsayde París, Francia. En medio de un llano casi desértico, los dos campesinos se recogen en su plegaria. Sus caras quedan en sombra, mientras que la luz destaca los gestos y las actitudes, con lo que consiguen expresar un profundo sentimiento de recogimiento.
La atmósfera de la escena parece neblinosa, lo que simplifica el volumen de las figuras y genera una fusión entre los personajes y el paisaje natural, realzando el patetismo de la obra, aunque a primera vista no se perciba.
El autor caracterizó su obra retratando a la gente humilde y campesina en un gesto de admiración por la gente pobre del mundo rural, seduciendo a los republicanosy exasperando a la burguesía por tratar esto como tema central en su obra.
2. Hebreos 3:13
3. Colosenses 3:13
4. Obra citada:“Reflexiones del Grupo de Trabajo de Teología de Lausana”. Ver original entrando a: http://www.lausanne.org.
5. 1ª Corintios 4:20
6. Hebreos 1:3
7. Recomiendo leer la Carta de Tito, donde el autor explica en detalle este importante tema de las buenas obras.
8. Salmos 150:1; Hebreos 9:24
9. Lucas 16:13
10. Gálatas 3:28
11. Mateo 10:8
 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Rodrigo
09/12/2012
15:40 h
1
 
muy buen artículo-. Gracias
 



 
 
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