Los hombres jóvenes de mi generación no aspiramos, por lo general, a ser “machos dominantes”. Los consideramos rancio y anticuado, además de intimidador para las personas que queremos. No queremos saber nada de los estereotipos masculinos agrios que hubo en décadas anteriores. Es una identidad inaceptable hoy en día, y además, no es “cool”.
Nuestro ideal es más bien el de construir nuestro carácter sobre el diálogo, junto a valores que no se basan en pisar al otro. Aún cuando la cultura del entretenimiento continuo nos frena, queremos trabajar, asumir nuestras responsabilidades en nuestras familias y en la sociedad. Soñamos, sobre todo en tiempos como los de ahora, con ser una influencia fresca en nuestro entorno que ayude a construir alternativas que funcionan.
Desde niños, hemos aprendido en la escuela que la violencia es mucho más que una agresión física, y que es intolerable. No hay motivos o causas que le quiten gravedad. Además, el respeto a la dignidad de otras personas no es tan sólo una buena actitud sino un requisito mínimo para convivir con los demás. Porque no sólo luchamos por nuestros derechos sino por los de las personas a nuestro alrededor, nos han enseñado. Todo esto forma parte de la ética que hemos asumido con los años.
Sin embargo, aún creyendo en todo esto, muchos hombres jóvenes sometemos nuestra ética a la comodidad personal. Cuando una causa podría volverse contra nosotros, renunciamos a luchar por ella, aunque creamos en ella. Perdemos nuestro ímpetu por la justicia social cuando surgen temas que podrían afectar a nuestra reputación, nuestra “imagen”.
No queremos parecer débiles. Así que, inseguros, alzamos nuestra voz firmemente sólo cuando la denuncia que hacemos no nos puede debilitar. Las reivindicaciones que entran en nuestra agenda son las que suman puntos positivos.
Entre los temas que los hombres seguimos sin tocar están aquellos que tradicionalmente hemos metido en el saco de los “asuntos de mujeres”. Temas sobre los que, pensamos, mejor no opinar demasiado. Luchas que están reservadas a ellas. Que si nos necesitan, ya nos llamarán, y si es necesario apoyaremos a nuestras madres o hermanas en privado. Pero ser demasiado sensible a estas áreas “femeninas” (o “feministas”), pensamos en el fondo, no es muy varonil.
Sexo. Explotación de mujeres. Hombres. En las últimas semanas he intentado investigar un poco lo que hay detrás de estas tres palabras para una
serie de artículos en este diario. Cuando te metes un poco, salen rápidamente a la luz otros conceptos incómodos como “pornografía”, “uso del sexo por parte de los hombres”, “pedofilia en Europa” y “violencia”.
Mientras descubría nuevos datos, iba poniendo en mi perfil de Facebook algún link con información. El feedback que he recibido ha sido inusual. Amigos y amigas suelen contestar por igual a noticias relacionadas con la crisis económica, la corrupción política o temas identitarios (muy de actualidad en nuestro entorno ahora mismo). Sin embargo, noté, al principio, al postear algunas informaciones sobre la explotación sexual, la pornografía o el tráfico de mujeres, los hombres parecían no estar ahí, parecían desaparecer. A diferencia de las mujeres, a ellos era como si les costara más dar alguna muestra de interés.
Cuando hablamos de explotación sexual estamos hablando de una de las realidades más duras de nuestro entorno. Mujeres vendidas, secuestradas, o simplemente engañadas, que desaparecen de un día para otro. Palizas y torturas por parte de macro-organizaciones que “rompen” a sus víctimas físicamente y emocionalmente durante semanas, hasta hacer desaparecer cualquier sentimiento de dignidad personal en sus víctimas. Criminales que quiebran la fuerza de voluntad de estas mujeres y cualquier esperanza de seguir con sus vidas libremente. Las nuevas esclavas son sometidas como animales. Se convierten en mercancía dependiente, para uso comercial. Las mafias las mueven de un país a otro, según la demanda de sus depredadores. Las trabas que ponen los estados a esta actividad criminal es mucho menor de lo esperado, en la propia cuna de los Derechos Humanos: los países europeos.
Es un negocio criminal más rentable que el tráfico de armas o de drogas, cuentan los expertos, porque la comercialización de una mujer no implica entregar la mercancía. Las armas las intercambias por dinero en el momento de la venta. A una persona la cedes en alquiler por unas horas, y repites el mismo acto durante años y años.
Aunque creemos que todo sucede lejos, en la sombra, las cifras hablan de decenas de miles de mujeres traficadas, en España. Incomprensiblemente, los argumentos para minimizar el problema llegan tanto desde la izquierda más radical como desde la derecha más rancia. La ‘inocencia’ de la sexualidad es el principal argumento: “Si una mujer quiere vender su cuerpo, quién tiene derecho a prohibírselo?”, “son los religiosos los que apuestan por acabar con el ‘trabajo sexual’, porque siguen queriendo imponer sus reglas hipócritas a las mujeres”. O incluso frases como: “¿Quién dice que ellas no disfrutan al tener sexo con tantos hombres, y encima ganan dinero con ello?”.
Las actuaciones constantes de la policía demuestran que las mafias y sus redes forman están integradas en el entramado social, no son agujeros negros aislados. Pero para los políticos (la mayoría, hombres) no es una prioridad. Se siguen construyendo macro-burdeles y se extienden los pisos de masajes eróticos en el centro de las principales ciudades (con letreros comerciales en las aceras de las calles de Barcelona, que ofrecen “masajes coreanos” de “chicas asiáticas”).
Los alcaldes no quieren hablar de ello. Sus principales políticas suelen ser las que maquillan la prostitución de la calle para no asustar al turismo. Y en esferas políticas más elevadas, los avances, aunque se empieza a incluir a las víctimas de tráfico sexual en los grupos sociales especialmente protegidos, no se publicitan.
Aún no hay un líder político con cierto eco en los medios de comunicación que haya asumido la lucha contra la explotación sexual como una reivindicación central de su actuación. No es glamuroso.
Pero tampoco lo es para los nosotros, los hombres de a pie, especialmente los jóvenes. Empezar a hablar abiertamente sobre este tema puede tener sus riesgos.
El primero, aunque parezca ridículo, es el oír la risa floja de otros hombres, que nunca se meterían a hablar de un tema incómodo como este que, opinan, no les incumbe.
En segundo lugar, meterse en el debate sobre la explotación sexual podría sacar a flote preguntas muy incómodas relacionadas con el consumo de pornografía o la epidemia del sexo online entre las generaciones nativas en internet, la de los que ahora tenemos 30 años o menos.
Además, algunas voces femeninas podrían considerar que estorbamos más que ayudamos, con nuestra visión masculina y “simplista” sobre un problema tan complejo.
Pero los supuestos riesgos no pueden convertirse en excusas. Si los hombres no intervienen, el tráfico de mujeres no terminará. Varias organizaciones, (como la pequeña
Unearthed Pictures) recuerdan que la raíz del problema está en el ámbito masculino. Son hombres los que explotan a centenares de miles de mujeres en todo el mundo.
La verdad es que yo ni formo parte del crimen organizado ni conozco a nadie que se dedique a vender y comprar mujeres. Pero muy pocos hombres pueden decir que no han conocido de alguna forma el ambiente pornográfico que inunda las partes no visibles de nuestras vidas. Los tentáculos de la explotación sexual se expanden mejor cuando se camuflan bajo una sonrisa en una pantalla de ordenador.
Hay unos pocos que llevan años luchando para que despertemos. Para que nos demos cuenta de que la raíz de este problema podría llegar hasta nosotros. En la lucha por acabar con el tráfico sexual de mujeres lo primero deberá ser, como en todos los cambios sociales, que nos arrepintamos de nuestra complicidad. Y después, que tomemos las armas que hay a nuestro alcance.
Por mi parte, quiero ser de los que asumen su responsabilidad. Ojalá que otros hombres jóvenes se dejen de tabúes y pongan toda su rabia al servicio de esta causa. Como cristiano, una vez liberado de la presión del legalismo acusador y reconocidos los pecados que tenga que reconocer, quiero saber qué puedo hacer para terminar ya con la humillación de mujeres con fines comerciales.
La causa necesita abolicionistas radicales.
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