UNA POETA BUSCANDO A DIOS
Así como las oraciones desgarradas de Job; así como tantas plegarias profundas que buscan la atención de Dios, así está procesándose el tránsito existencial de la palentina Araceli Saguillo, excelente poeta que mora en Valladolid. Ella dice, por ejemplo: “Desgarradoramente arañan estas piedras desiguales/ y los pies sienten dolor acelerado y desmedido.// Resisto aquí, donde me encuentro”.
Dolor, aguante y esperanza. Pero también desasosiego ante el caos de su España: “… Tiempo de cristales rotos,/ de ojos abiertos para no tropezar,/ resistiendo el roce de la noche pálida,/ y el corazón atónito buscando a Dios…”. A esta poeta se le murió el esposo y compañero, Andrés Quintanilla Buey y, estos últimos cuatro años han sido de soledad inmensa, pero también de decantación de sus versos. Una poesía más exigente ha ido gestando, incluyéndose una búsqueda genuina de Dios, de ese Dios al que tanto amó el admirado Don Andrés. A veces, su más reciente escritura pareciera dar voz a Quintanilla Buey, haciéndole manifestar su preocupación por la situación actual de ella. Entonces, los versos de Araceli, se anotan así:
Te imagino descifrando sueños y temores tierra
adentro. Te imagino detrás del ventanal adivinando
la otra cara del mundo, te imagino resistiendo
el dolor que Dios permite resistir.
Tiempo de crisis en la propia vida. Habrá un
tiempo que ya no duela tanto, ni siquiera el
llanto dejará más huella…
Pero
sus dos últimos libros, El ático vacío (2009) y Treciembre existe (2011) son de una especial comunión con la persona y obra de Quintanilla Buey. Y, lo que es más destacable, este cántico a la persona amada le ha otorgado una impronta única a su obra, ya nada desdeñable.
Así, anotemos dos muestras de su obra anclándose en raíces cristianas. Las preguntas las hace al poeta de grande corazón; también sus respuestas se dirigen a ese maestro de la poesía en lengua castellana.
DIME, ANDRÉS, si en este lugar Dios habita,
dime la forma de Dios,
si comparte lo que del río se aleja,
y caben en su sonrisa mil lunas.
Si corta las rosas que se respiran
y en sus gestos descansan campos de mies.
Si conoce la andadura de este río
que aprieta muy fuerte la cintura,
arrastrando hasta el puente
del que no se espera nada…
Quiero saberlo antes que la noche vuelva,
que estoy ardiendo en la hoguera de mis sienes,
y todo a mi alrededor es lento, fundido,
como la vida de una lágrima.
DICIEMBRE ES DE ATARDECERES CORTOS y
madrugadas rigurosamente ciertas, mi mundo es un mundo
de papel clavado en la distancia, asumiendo esa triste
lejanía. Mi mundo es la soledad que ahora tengo, comparto
árboles cada vez más altos y me duele la poca claridad que
tanto necesito. Mi mundo está viviendo la pena más entera
y más callada que nunca. Sobre el tic-tac del tiempo oigo tu
voz clarísima. “Huye… ven al vecino país rosado donde el
corazón queda en manos de Dios… Ven…que se cerrarán
tus ojos, sin ver el dulce amanecer donde me encuentro,
deja de jugar a lo duro que es vivir, y reparte tu cariño a
cachos, y avanzarás sin casi darte cuenta”. Cuando esto
escucho, me siento dentro de un túnel interminable, donde
responde mi voz a duras penas. Llegaré a la luz primera de
la mañana, después de una noche como ésta, sin luna llena.
TRES POEMAS DE SOLEDAD Y VISLUMBRES
Autora de una decena de poemarios, como
La charca de los lirios (1994),
Mujer (1996),
Tiempo de silencio (1999),
Las voces (2003) o del poema dramático
En la alameda (2004), entre otros, lo cierto es que su obra ha sido traducida al italiano y portugués, además de haber sido materia de tesinas en Italia.
Aquí muestro tres poemas de mayor aproximación a Dios, dentro de su escanciado de dudas por la realidad aridecida.
SI DAR ES AMAR
Si dar es amar, si la palabra de Dios es tolerancia,
si la fe sale del cielo, y al sol le nace el día,
si tú, mi hermano, sufres, y te doy mi palabra,
y te abrazo y tú sonríes al mirarme a los ojos.
Si la voz se detiene ante las flores secas,
y una lluvia de pétalos desgarra tu inocencia,
si ya sólo son verdad las blancas azucenas,
y la oscuridad se esconde entre sauces llorones,
y las campanas sueñan con despertar un día.
Si Dios vive en el cielo, y sobre la tierra existen
sólo el día y la noche…
Entonces, hermano, solos tú y yo
muertos de frío.
TODOS los que estamos aquí
lo sabemos.
Dios es el que ronda
a las estrellas,
a las palabras,
al frutal,
a las miradas del miedo.
A todos nos descubre.
A todos por igual nos duerme por la noche.
A todos nos presta
su ángel o su arcángel,
según el día.
A todos nos hace tiritar
y nos deja decidir
en este suave son,
hasta que dice basta.
Yo voy a contarle
esta noche
mi secreto pequeño.
Como una nube llorando.
Sólo mía.
CON DIOS EN MI DESAZÓN
Respiras, sí, despacio, y la montaña
te abre el pecho a la luz que ya agoniza.
Y la luna, a la espalda, martiriza
las ideas, que morirán mañana.
Apenas unos pasos. Dios, a solas,
contempla al pobre mundo que atrás deja.
Vuelve a la tierra prometida, vieja,
la de los espejismos y las olas.
Cuántas manos se alzan, apretando
secretos, deshaciendo y amarrando
deseos al amparo de las horas.
Y cuánto corazón huye y se esconde
debajo de la piel doliente, donde
se encuentra el pecho destilando moras.
EN EL OÁSIS DE TORAL DE LOS POETAS
Ningún año falta a la cita toralina esta poeta que, viernes a viernes, coordina los reconocidos encuentros literarios conocidos como los Viernes del Sarmiento, en la sede vallisoletana del BVVA.
En Toral de los Guzmanes, y al amparo de la fraternidad del pastor Manuel Corral y del alcalde Miguel Ángel Fernández, ella está sintiendo cómo crece su corazón. Por ello, despidámonos con un poema suyo, pleno de esperanza y dedicado a este pueblo de León donde Dios siempre está presente:
EN TORAL DE LOS GUZMANES
Nuevamente Dios reparte suerte
en este día de luz
que nunca cesa.
Los versos, a la hora de costumbre,
se funden
con el deseo de arder...
ardiendo...
Dios... Dios...
y su cálida ternura
abriga el misterio
en el hueco de mi frente.
Nuevamente Dios en mí,
compartiendo
la claridad del día,
la lluvia que nos llega a corazón abierto.
Hoy, Toral de los Guzmanes
se viste de versos,
hasta alcanzar la cuesta dormida
de la luna.
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