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Grandes mitos sociales del mundo moderno (21)
 

John Locke: el egoísmo de acumular como fin en sí mismo

El egocentrismo pasó de ser vicio a entenderse como virtud ya que garantizaba la prosperidad colectiva.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 30 DE NOVIEMBRE DE 2012 23:00 h

El principal acto de fe de Locke fue creer que antes de que existiera cualquier gobierno humano sobre la tierra, el hombre vivía en un “estado de naturaleza” en el que se podían violar los derechos y libertades de los demás. Sin embargo, a pesar de tal situación natural, todavía la razón podía abrirle los ojos al hombre y descubrirle la “ley moral natural” que poseía en lo más profundo de su ser. Tal ley le dibujaba los límites de la conciencia y le susurraba la conducta que debía seguir. La ley moral le mostraba que todas las personas eran iguales y que nadie debía dañar a nadie. A través de la conciencia, el hombre descubría que no era lícito atentar contra la vida, la salud, la libertad o la propiedad de los demás hombres.

El mito de Locke consistió en hacer del trabajo la prolongación del hombre, afirmando que el derecho a la propiedad privada era tan básico como el derecho a la vida. Esto legitimaba el liberalismo político y abría el grifo a todas las energías del capitalismo incipiente, pero también daba carta blanca al desarrollo del individualismo egoísta y posesivo. Al decir que la propiedad que se había obtenido mediante el trabajo acumulado en forma de capital era tan sagrada como la vida humana, Locke mitificaba la acumulación indefinida de dinero y de bienes. El peligro de tales ideas era obvio, podían conducir al acopio de riqueza en manos de unos pocos, desvinculándola de las necesidades humanas y haciendo de ella un fin en sí misma. Esto fue precisamente lo que ocurrió en Inglaterra y los Países Bajos con el desarrollo de la sociedad comercial y el liberalismo económico, durante la revolución de 1688. A partir de ahí, tal ideología social se expandió por todo el mundo llegando a modelar casi por completo la sociedad occidental del presente.

Al principio, el pensamiento de Locke parecía razonable. Era lógico creer que la propiedad obtenida por un individuo, mediante su trabajo o esfuerzo personal, merecía respeto y tuviera que ser protegida por las autoridades. De eso no cabía la menor duda. Sin embargo, este no fue el problema, los verdaderos inconvenientes surgieron cuando el capital dejó de ser un medio y se convirtió en un fin en sí mismo; cuando no se empleó para satisfacer las necesidades de las personas sino para especular y amasar fortunas privadas; cuando para proteger la propiedad se justificó cualquier tipo de inmoralidad o se afirmó que la confrontación de todos los egoísmos privados era el método más eficaz para garantizar el enriquecimiento y la felicidad colectiva. En este sentido, algunos años después, el médico británico de origen francés, Bernard de Mandeville (1670-1733), llegó a proponer su curiosa Fábula de las abejas, en la que decía que, de la misma forma en que a pesar del aparente desorden reinante en una colmena, la miel se iba acumulando poco a poco, también el orden en las sociedades humanas se derivaba de la concurrencia de los intereses injustos y egoístas. Es decir, las mismas ideas maquiavélicas de que un fin bueno puede justificarse mediante unos medios inmorales.

En el capítulo quinto de su Segundo ensayo sobre el gobierno civil, Locke escribió refiriéndose al trabajo y a la propiedad:

“Tanto Dios, como su razón, le obligan a someter la tierra, esto es, a incrementar el beneficio que se extrae de ella, abonándola con algo que forma parte de sí mismo: su trabajo. Aquel que, en obediencia a este mandamiento divino, sometiera la tierra, y labrara y sembrara una parte de ella, agregaba a ese terreno algo que era de su propiedad y sobre lo cual nadie podría esgrimir ningún título de propiedad, ni arrebatar sin cometer un flagrante delito.” (Locke, 1991: 227).

De manera que el trabajo era la vía de acceso a la propiedad privada ya que la orden divina de cultivar la tierra implicaba necesariamente el apoderarse de ella. No obstante, al principio resultaba tan inútil como deshonesto el intento de acaparar más de lo necesario. Inútil porque un hombre no podía cultivar más terreno del que sus propias fuerzas le permitían, deshonesto por cuanto usurpaba tierras comunales que podían ser trabajadas por otras personas. ¿Qué fue entonces lo que desencadenó la acumulación excesiva de riqueza? ¿cómo surgieron las desigualdades económicas?:

“Y dado que la cantidad de posesiones que podían adquirir dependía del grado de ingenio y esfuerzo que se aplicara, esta invención del dinero les dio la oportunidad de aumentar la producción y las posesiones.“ (Locke, 1991: 238).

El dinero habría sido la causa de la acumulación de bienes por encima de las propias necesidades de subsistencia y el origen de las desigualdades en el patrimonio de las personas. Según Locke, sólo en el seno de la comunidad política, establecida mediante el pacto social, sería posible superar estas discriminaciones y garantizar la justicia o el respeto a la propiedad de cada cual. Con el fin de erradicar la inseguridad característica del estado de naturaleza habría sido necesario dar autoridad al Estado civil para que éste estableciera sus leyes positivas. De manera que con los poderes legislativo y ejecutivo, el Estado o commonwealth habría nacido para suprimir las deficiencias primitivas y para proteger los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. La ley fundamental de la propiedad era tan sagrada que ni siquiera el Estado, o el poder supremo, podían arrebatar a ningún hombre algo que formara parte de sus posesiones particulares:

“..., el poder supremo no puede arrebatar a ningún hombre parte alguna de su propiedad sin su propio consentimiento. Si el fin del gobierno es la preservación de la propiedad y tal es la razón por la que los hombres entran en sociedad, es absolutamente preciso que el pueblo pueda disfrutar de su propiedad, sin que nadie se la arrebate al entrar en sociedad (en la que entra para proteger su propiedad), pues si así ocurriera sería un absurdo tan grande que nadie lo podría admitir.” (Locke, 1991: 305).

De manera que nadie podía tener ningún derecho sobre la propiedad privada de un hombre, ni siquiera el propio gobierno del país. Incluso hasta el derecho de conquista debía afectar sólo a las vidas y no a las haciendas de las víctimas. Estas ideas de Locke tuvieron tanta trascendencia social que fueron recogidas posteriormente en las declaraciones de los derechos humanos. Concretamente, en la Declaración universal de los derechos humanos de las Naciones Unidas (1948), el artículo 17 dice: “1. Toda persona, individual y colectivamente, tiene derecho a la propiedad. 2. Nadie puede ser privado arbitrariamente de su propiedad.” No cabe duda de que el pensamiento del gran profesor inglés contribuyó positivamente al desarrollo del liberalismo y éste, sobre todo a lo largo del siglo XIX, fundamentó las libertades modernas y creó el caldo de cultivo adecuado para que se surgiera la democracia.

Sin embargo, en el ambiente social de la Inglaterra del XVIII, se fue extendiendo la idea de que la felicidad del hombre consistía básicamente en el bienestar, el confort o la riqueza y que, para conseguir todo esto, lo mejor era dejar hacer a cada cual. La búsqueda egoísta y libre de la propia conveniencia se veía como el método ideal para acceder a la dicha completa.

El mito de Locke conducía al respeto por el egoísmo de cada hombre ya que esto permitía alcanzar el anhelado orden social. El ideal de hombre que tales concepciones perfilaban era el de un ser frío y calculador que sopesaba minuciosamente todas sus acciones y elegía siempre aquellas que resultaban económicamente más provechosas para él. De manera que el egoísmo individual dejó de verse como un mal inevitable para transformarse en el bien que hacía posible la felicidad en la tierra. El altruismo, la generosidad o la solidaridad con el pobre, eran términos que dejaron de figurar en el diccionario de este hombre que deseaba vivir de acuerdo a los criterios de la razón. El egocentrismo pasó de ser vicio a entenderse como virtud ya que garantizaba la prosperidad colectiva. Y en fin, la filosofía de Locke, aunque al principio parecía lógica y justa, llevó a derroteros claramente discriminatorios para los más desfavorecidos de la sociedad. Se llegó a preferir la dureza contra los pobres que no hacían nada por salir de la miseria, a una caridad “absurda” que sólo servía para multiplicar las bocas y acababa por hacer insoluble el problema social.

Esta nueva moral utilitarista, que tendía a considerar el provecho o el beneficio propio como el valor máximo que se debía anteponer a todo, fue el resultado directo del pensamiento de Locke sobre el contrato social y la propiedad privada. Es innegable que el éxito alcanzado por tales ideas sociales fue enorme ya que contribuyeron a crear las condiciones necesarias para que floreciesen la revolución industrial y los principales mecanismos de la economía moderna. Sin embargo, también es verdad que estos dos logros fueron la causa de las debilidades más denunciadas en las ciencias sociales de tendencia liberal. Como afirma Paul Claval: “las ciencias sociales de inspiración liberal dan muestras de una paradójica miopía hacia aquellas formas de organización que ellas mismas han contribuido a fundamentar. No parece escandalizarlas la injusticia económica derivada de la concentración de riqueza en unas pocas manos.” (Claval, Els mites fundadors de les ciències socials, Herder, Barcelona, 1991: 88).

Si, al principio, el liberalismo luchó por la igualdad entre los hombres, finalmente se demostró incapaz de resolver las tremendas desigualdades existentes, sobre todo, en los países en vías de industrialización. El espíritu que dio origen al capitalismo, como señala Max Weber, surgió de una mentalidad ascética de influencia protestante. Pero pronto se apartó de ella para depender exclusivamente del más puro egoísmo por acumular, como fin en sí mismo. El afán de amontonar bienes se desvinculó de las auténticas necesidades humanas y dejó, por tanto, de ser razonable. Pero, ¿cuál era el mensaje bíblico acerca de la propiedad privada en relación a las personas? ¿cómo debían los creyentes administrar sus posesiones?
 

 


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