Escribir tiene dimensiones múltiples, especialmente cuando lo hacemos conscientes de que formamos parte de una comunidad de fe. Juan, en su primera carta, agrega a los motivos que le llevan a escribirla vistos en la entrega anterior, su intención de recordar lo pasado y abrir nuevas perspectivas.
En el versículo siete del segundo capítulo,
Juan manifiesta que escribe no sobre un “mandamiento nuevo, sino uno antiguo que han tenido desde el principio”. Es imprescindible tener perspectiva histórica, hacer memoria y recordar que la historia de la salvación es una extensa cadena de acontecimientos y promesas. La fe cristiana es histórica, siempre nos encontramos con expresiones concretas en el antiguo Pacto establecido por el Señor, cuyo propósito es crear un pueblo en el que sean encarnados los principios de justicia, misericordia y paz.
El mandamiento es antiguo, a la vez que en Cristo se revitaliza y es nuevo. Juan lo concreta en las siguientes líneas: “Por otra parte, lo que les escribo es un mandamiento nuevo, cuya verdad se manifiesta tanto en la vida de Cristo como en la de ustedes, porque la oscuridad se va desvaneciendo y ya brilla la luz verdadera” (1 Juan 2:8). En concordancia con el resto del Nuevo Testamento la cita anterior enfatiza la superioridad de Jesús. Notemos la relación que se establece entre verdad, luz y la persona de Cristo. Pero también cómo se extienden esos valores a “ustedes”, es decir, a los discípulos y discípulas que confiesan en palabras y actos el señorío de Cristo en sus vidas.
La combinación que hace Juan al escribir sobre lo antiguo y su articulación con lo nuevo, nos brinda recursos a quienes escribimos con cierta constancia para que sepamos entrelazar las lecciones históricas con la novedad de la vida y los retos inéditos que nos representa. Aunque la historia puede ofrecernos algunas pautas y hasta enseñanzas claves, de ninguna manera puede trasladarse irrestrictamente a nuestros días. En lo antiguo hay mucho por rescatar, al igual que para evadir. Pero el discernimiento es ineludiblemente nuestro en los días que nos ha tocado vivir como seguidores de Jesús.
Es una hermosa imagen sobre la que escribe Juan cuando dice que “la oscuridad se va desvaneciendo y ya brilla la luz”. Ente lo que le motiva a escribir está identificar la existencia de lo oscuro y prevenir sobre ello para que la comunidad creyente no sea ensombrecida por las tinieblas. Además nos comunica esperanza cuando afirma que la luz ha despuntado y nos alumbra en nuestro caminar. Me parece aleccionador para quienes escribimos que podemos contribuir cuando ayudamos a identificar los signos de la luz en un mar de tinieblas que pareciera tienen el poder de engullirlo todo. Las escritoras y los escritores cristianos podemos aportar la esperanza de la luz frente a los terribles tiempos oscuros que se ciernen sobre naciones, ciudades y seres humanos.
Juan escribe porque desea comunicar certeza a los creyentes. En él no hay mensajes ambiguos, busca transmitir seguridad y en consecuencia confirma que “sus [nuestros] pecados han sido perdonados por el nombre de Cristo” (2:12). ¿Y nosotros, escribimos para esparcir que en Cristo hay perdón, o más bien lazamos iracundas sentencias condenatorias de forma inmisericorde? El de Jesús es un mensaje de redención, ¿cómo lo incorporamos en lo que escribimos, sea poesía, narrativa, ensayo, investigación histórica, exposiciones bíblicas y predicaciones?
Más adelante Juan escribe a grupos particulares de la Iglesia cristiana: “Les escribo a ustedes, padres, porque han conocido al que es desde el principio” (2:13). Qué duda cabe que necesitamos en la comunidad cristiana modelos de varones que conocen (existencial, espiritual e intelectualmente) a Cristo y se esfuerzan por seguir sus pasos, en primer lugar en su familia. Agrega que también escribe a los jóvenes “porque han vencido al maligno”. Da palabras de reconocimiento, no descalifica a la juventud sino que, en su escrito, encomia que en la lid ha salido victoriosa. Hay que escribir a los jóvenes y sobre ellos, porque con su vitalidad son parte importante de la comunidad de creyentes.
De las tres veces que confiesa Juan en el versículo 13 del capítulo 2 las razones por las que ha escrito, en la tercera expone que lo hace porque sus destinatarios “han conocido al Padre”. Recordemos que aquí conocer es indisociable de obedecer, poner en práctica lo aprendido intelectualmente, de tal manera que en la obediencia sean reflejados los valores éticos del Reino de Jesús.
En el versículo 14 reitera lo escrito a los padres en el versículo anterior. A los jóvenes les escribe “porque son fuertes, y la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al maligno”. En mucho la fortaleza de los cristianos descansa en qué tan conocedores son de la Palabra del Señor. Leer y releer asiduamente Las Escrituras, hacerlo de manera creativa y encarnada, saber usar las herramientas que nos iluminan el estudio de la Biblia, ser aptos para tender puentes entre los pasajes bíblicos y nuestra cotidianidad, son tareas constantes y vivificadoras. A quienes escribimos es un recordatorio de que aprendamos a entreverar el mensaje bíblico con lo que esforzadamente nos sentamos a redactar.
Saul Bellow, premio Nobel de Literatura y de novela Pulitzer en 1976, aconseja sobre cómo aprender un oficio, y el de escribir lo es. En pocas líneas resume una vereda que tal vez debiéramos seguir: “El modo más rápido de aprender cualquier materia es relacionarse en privado con quienes mejor la conocen y hacerles hablar”. Tenemos el privilegio de acercarnos a Juan, e íntimamente dejarlo que nos enseñe los motivos por los cuales escribió su primera carta. La cuestión es ¿lo escuchamos con atención, y seguiremos sus lecciones?
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