¡Qué difícil es vivir sin preocupaciones! Especialmente cuando uno ve derrumbándose el mundo alrededor. Todas aquellas cosas que uno creía inamovibles hace un tiempo se tambalean como si de un castillo de naipes se tratara y nos hacen llegar a la conclusión de que, como menos, vivimos en un mundo cambiante, voluble, al que uno no puede aferrarse con fuerza porque, de hacerlo, caerá con el resto de cartas en una especie de trágico efecto dominó como el que estamos viviendo.
Hace un tiempo, algunas facciones de la sociedad aún podían “presumir” de no haber sido alcanzados por todo lo que la crisis está trayendo consigo. Sin embargo, a día de hoy a todos nos toca reconocer que, de una manera o de otra, la infección ha llegado a nuestras casas.
¡Qué genial sería, en un sentido, poder pulsar un botón e hibernar hasta que el temporal hubiera pasado! De poderse hacer así, más de dos y más de tres, probablemente, firmarían por ello. Y yo sería una de ellas, casi con total seguridad, porque como ocurre con todos los demás, supongo, a ninguno nos agrada pasarlo mal. La sensación de incertidumbre es una de las más difíciles de soportar. La angustia y la ansiedad suelen ir de su mano y el camino a recorrer hasta que uno consigue deshacerse de ellas suele ser largo.
Sin embargo, lejos de detenernos en cuestiones puramente desiderativas sobre lo que nos gustaría que pasara pero nunca ocurrirá, el asunto ha de centrarse más bien en qué hacemos con la situación que tenemos estando las cosas como están.
Quede dicho que una servidora tiende, como la que más, a estar rumiando soluciones constantemente, a preocuparse como si esto sirviera de algo, a soñar con lo que sería, por una vez, no tener que inquietarse por ciertas cosas. Pero es curioso… porque aun con todas las dificultades que esto me sigue trayendo, he descubierto grandes verdades que me están ayudando a ver las cosas desde una perspectiva mucho más sana y bíblica que la centrada en las propias fuerzas y recursos.
Para quien es como yo soy, es muy fácil tender a apoyarse en la prudencia de uno. No porque se tengan más facultades que el resto, sino por la necesidad de control que se siente.
Somos tan ilusos que, muchas veces, por el simple hecho de creer que controlamos, eso calma nuestra ansiedad como si realmente fuera así.
Y nada más lejos de la realidad. Estamos tan faltos de control en nuestra vida cuando tenemos fuerzas y estrategias personales como cuando no las tenemos. Nuestra vida sigue estando y estará en Sus manos y sólo en Sus manos.
Hace un tiempo, de forma poco consciente al principio, pero de forma cada vez más evidente progresivamente,
comenzó a darse un cambio importante en mi concepción de lo que significa aquello de que “cada día traiga su propio afán”. Es una de tantas cosas que es fácil decir en teoría y absolutamente complicado cumplir en la práctica. Pero con la ayuda del Espíritu es posible.
Cuando uno está pasando por situaciones de estrechez es cuando, precisamente, más visible y milagrosa se hace la provisión del Señor. Y ante eso, en el Espíritu y no en las propias fuerzas, lo único que uno puede hacer es descansar y rendirse en los brazos del que no deja caer un cabello de nuestra cabeza sin Su consentimiento.
¿Han vivido ustedes ese tipo de situaciones es las que, a una pérdida, sea ésta pequeña o grande, sigue una ganancia?Justo cuando uno la necesita, el Señor la manda. Como envía también a las personas indicadas a nuestro camino para suplir aquellas necesidades que nos agobian.
¿Han experimentado alguna vez, en un alarde de despreocupación, ante un imprevisto que se nos viene de frente, responder (en contra de lo que dice el sentido común, probablemente, pero muy en la línea de un acto de fe, como el que suponía volver a echar las redes al mar después de una noche de infructuosa pesca) “No voy a preocuparme, porque el Señor va a proveer”?
Es sobre esta última cuestión que me detengo en este caso después de experimentar, de nuevo (¡qué torpes somos a veces y cuántos nuevos intentos necesitamos para comprobar que es cierto lo que tantas veces el Señor nos recuerda en Sus promesas!) que Dios trae paz a nuestro corazón cuando decidimos obedecerle. Depositar fe en lo que Él promete es lo único que se nos pide. Y cuando esto sucede, cuando estamos dispuestos a volver a echar las redes, a tomar sólo la parte del maná que corresponde al día en curso, a no atesorar en la tierra, sino más bien en el cielo, entonces y sólo entonces la paz de Dios inunda nuestro ser y nos permite percibir algo de lo que significa verdaderamente vivir bajo Su amparo. Mientras desconfiamos, sólo vivimos al nuestro y eso es verdaderamente lo que nos trae ansiedad.
Obedecer siempre fue una decisión consciente y, además, en nuestra naturaleza no es fácil. Pero cuando el Espíritu obra en una persona que quiere seguirle, lo que puede hacer en ella es siempre milagroso.
Cada día trae consigo su propio afán. Pretender ir más allá no sólo es contraproducente o inútil. Es desobediencia. Y es además un ejercicio activo por alejarnos de la paz y el sosiego que sólo Su poder ante la adversidad puede aportarnos. Dios nos libre de nuestras propias muletas inútiles. Que sean Sus alas las que cada día nos amparen y Sus fuerzas las que a cada minuto nos muevan.
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