A la luz de las hambrunas y dolores de África, del paro obrero, de la competitividad industrial, de la droga, del terrorismo y de otros ayes del momento, las bienaventuranzas parecen decirnos algo así como:
Nuestro más sentido pésame a vosotros, los pobres en espíritu, pues, en nuestra sociedad no pintáis nada.
Nuestro más sentido pésame a los que lloráis, pues, de vosotros no queremos saber nada.
Nuestro más sentido pésame a vosotros, mansos de la tierra, porque seréis arrincocanados sin miramientos.
Nuestro más sentido pésame a los que tenéis hambre y sed de justicia, pues, entre nosotros prima el poder sobre el derecho.
Nuestro más sentido pésame a vosotros, los misericordiosos, pues, la ingratitud es la paga del mundo.
Nuestro más sentido pésame a vosotros, los limpios de corazón, porque os engañarán con frecuencia.
Nuestro más sentido pésame a vosotros, pacificadores, porque en nuestra sociedad sólo se escala a codazos.
Nuestro más sentido pésame a vosotros que padecéis persecución por causa de la justicia, porque se reirán de vosotros.
Nuestro más sentido pésame a todos vosotros, pues, nadie puede ayudaros.
Esta, querido lector, sería una lectura moderna de las bienaventuranzas. Así sonarían en nuestra sociedad de consumo. Así sonarían en nuestra sociedad competitiva. Así, y sólo así, sonarían como veraces y creibles.
Nuestra sociedad no quiere saber nada de los que sufren. Nadie quiere pensar en la muerte.
Así están las cosas en nuestro mundo de hoy. Pero ¿de verdad que hacemos bien en ésto? ¿Es que es feliz todo aquel que se hace rico? Es que es feliz todo aquel que goza de buena salud? ¿Es verdad que al final sólo los fuertes avanzarán en la vida?
Estas preguntas no admiten una respuesta simplista.
Vamos a dejar en el aire estas preguntas y vamos a oir ahora, a leer, claro está, las bienaventuranzas tal como se encuentran en el evangelio de Mateo, dicen:
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen habmre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos."
¿Notamos la diferencia? No me tomes a mal la versión libre que hice de ellas al principio. Sólo quería resaltar una cosa: Que las bienaventuranzas, las felicitaciones de Cristo, no han sido formuladas por el mundo, sino por nuestro Señor. ¿Y para quienes? ¿A quienes iban dirigidas?
Ciertamente no para nosotros, en tanto que hijos de este mundo, sino para nosotros como ciudadanos del reino de los cielos.
Vivimos en este mundo, trabajamos en este mundo, sufrimos en este mundo, pero sabemos que aquí somos extraños, extranjeros, que este mundo no es nuestro auténtico hogar. Sólo es una estación intermedia. En 2 Corintios 5:4, Pablo utiliza la figura de la "tienda de campaña" (tabernáculo) para definir nuestra existencia terrena. En nuestro lenguaje moderno diríamos hoy que hemos levantado aquí solamente una tienda de campaña, porque estamos convencidos de que no nos vamos a quedar aquí para siempre.
Así que, las bienaventuranzas suenan hoy extrañas para este mundo porque no están dirigidas a él, sino a nosotros, extranjeros en este mundo, a nosotros que esperamos un futuro glorioso, que esperamos el reino de Dios.
¿QUÉ ES EL REINO DE DIOS?
Ahora nos preguntamos: ¿Qué es el reino de Dios? Y esta pregunta nos revela la segunda razón por la que las bienaventuranzas resultan hoy tan extrañas.
Palabras tales como "reino de Dios", "eternidad", "reino celestial", son ideas que no están de moda. Hoy se piensa que lo importante es vivir con los dos pies en la tierra, y no en el cielo, pues la vida no está para esos vuelos.
De acuerdo. Pero ¿acaso es también un error vivir de espaldas a la realidad, perder de vista el fin último de este mundo, vivir ignorando la meta final de la vida?
¿No somos más realistas y vivimos con los pies colocados en el suelo cuando vivimos sin olvidar que después de esta breve existencia terrenal nos aguarda el reino de Dios y que nos espera el juicio final? Y para esto es conveniente que nos preparemos ahora. Es necesario que ante esta meta que tenemos por delante aprendamos a sacar consecuencias. Nosotros, como cristianos, sólo somos extraños en esta tierra porque vivimos esperando a nuestra auténtica patria, al reino de Dios. Allí nos sentiremos verdaderamente en casa.
Pero ¿qué es este reino?, ¿cuándo comienza?, ¿qué podemos saber de él? Ante estas preguntas sólo vagamente podemos decir algo sobre el reino de Dios. Y lo que sabemos sobre él no es el resultado de nuestro esfuerzo intelectual ni es de nuestra invención. Son ideas que nos comunicó nuestro Señor Jesucristo.
1. ¿Dónde está el reino de Dios? Está allí donde está Dios. Por eso podemos guastar ya algo de él si Dios está en nuestra vida, si ocupa un lugar en nuestro corazón.
2. ¿Dónde y cuándo comienza? En su plenitud, sólo después de nuestra muerte física. Pero si aquí en la tierra vivimos cerca de Dios, oimos la palabra de Dios, hacemos su voluntad y hablamos con él en oración, entonces este reino comienza a manifestarse ya aquí y ahora.
3. ¿Cómo es la vida en este reino? Esta pregunta no debería estar dictada por la mera curiosidad; de ser así no recibiremos ninguna respuesta. Pero si es una pregunta que formula la fe, entonces podemos sacar las respuestas de las mismas bienaventuranzas.
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación" (v. 4). Aquí se trata del llanto de los hombres y mujeres que se han dado cuenta de que viven en un mundo perdido. Que han tomado conciencia de que no tienen patria aquí abajo. Que sufren en este mundo y por causa de este mundo. Así que, en el reino de Dios no conoceremos la perdición, ni el sufrimiento, ni el sentimiento de no tener patria. Allí estaremos con Dios, o sea, verdaderamente en casa. Allí estaremos con Dios, o sea, libres de todo dolor y sufrimiento.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Aquí no se habla de un deseo de justicia más ecuánime. No se trata de la famosa "equidad" de la revolución francesa. Estos bienaventurados son los que anhelan la justicia que se manifestará en el juicio final. Los que viven de cara a la gran meta del mundo y de sus vidas, los que oran diciendo: "Venga tu reino."
Así que, el reino de Dios está allí donde el hombre y la mujer viven y se identifican con Dios, allí donde el ser humano ha sido declarado justo, donde la justicia salvadora de Dios le ha ofrecido la posibilidad de una nueva relación con Dios, donde ha sido reconciliado y recibido como hijo en la casa del Padre.
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."
Misericordia no es cerrar los ojos ante los problemas o las faltas del prójimo. Misericordia es el perfecto, ilimitado y absoluto amor de Dios. Así que, el reino de Dios está allí donde Dios nos envuelve con su amos, donde nos protege y nos sostiene con él. Nosotros sabemos lo que es el amor en la Tierra. Conocemos el amor de los padres, el amor de la esposa/o. Pero este amor es sólo una débil sombra del que nos aguarda en el reino de Dios, y que ya estamos gustando en la Tierra.
Si queremos, podemos continuar exponiendo las bienaventuranzas de cara a esta pregunta sobre cómo es el reino de los cielos. pero hasta lo de aquí tenemos claro que el reino de Dios no significa otra cosa que:
- estar con Dios,
- estar en nuestro auténtico hogar,
- disfrutar de la reconciliación con Dios,
- ser amados por Dios incondicionalmente, y
- no sufrir.
¿No es esta una meta a la que vale la pena aspirar?
¿No deberíamos preguntarnos ahora cómo podemos entrar en este reino?
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