En nuestras dos notas precedentes vimos cómo el Señor Jesucristo comisionó a sus discípulos después de su resurrección. También la manera en que el Hijo de Dios les impartió la luz que necesitaban para que creyesen en Él. Recordamos que recibió de su Padre todo poder y autoridad tanto en el cielo como en la tierra, que los equipó y los capacitó para actuar como iglesia, inclusive cuando estuviesen rodeados de falsos cristos. Finalmente, mencionamos su promesa de enviar a Uno semejante a Él – el Espíritu Santo - para que les guiase a toda verdad como, más adelante, veremos cumpliría.
Toda esta intensa pero paciente obra fue absolutamente necesaria para que ese pequeño grupo de hombres y mujeres pudiesen cumplir con la tarea encomendada: dar testimonio del Señor resucitado, en un medio de una hostilidad alimentada por el matrimonio gestado entre la religión judía y el sistema político imperial. La tarea que se avecinaba no era sencilla ni fácil; todo lo contrario, como analizaremos.
Respecto de la harto difícil misión de la iglesia, cierta vez escuché una risueña explicación de boca de un recordado obispo anglicano. El hermano, reconocido evangelista, describió un supuesto diálogo en el cielo, durante la gozosa celebración de bienvenida al Señor en su triunfal regreso. Los ángeles le preguntan quiénes quedaban en la tierra para seguir con el Plan de Redención; y reciben por respuesta que la misión está en manos de la iglesia. Sorprendidos, los fieles servidores preguntan: ¿Cuál es el Plan B? Y quedan maravillados con la respuesta: No hay Plan B.
Somos conscientes que se ha escrito mucho, y mucho más se habla, de la misión de la iglesia. Desde los que la viven como una gran empresa que prospera a sus líderes, y a unos pocos fieles, hasta los que la asumen como un desafío, dispuestos a exponer su vida con tal de cumplirla.
A riesgo de repetir lo que otros dijeron, incursionaremos en este asunto como si fuese la primera vez, a la luz de la Palabra y con la ayuda del Espíritu que la inspiró en sus escritores. Lo haremos en humildad, reconociendo que no hay más que un Plan: el diseñado por el Dueño de la iglesia, Jesucristo, única cabeza de un cuerpo que sólo funciona en perfecta armonía cuando el precio de la unidad es el amor.
LA MISIÓN SOBRENATURAL DE LA IGLESIA
Durante su corto pero intenso ministerio terrenal, el Señor Jesucristo enseñó sobre la misión que habrían de cumplir los hombres y mujeres que el Padre había escogido en Su sola potestad para ser apartados y convertidos en sal y luz de la tierra. El Maestro de Galilea llamó uno a uno a los que responderían dejando sus actividades seculares para seguirle. Él los fue transformando en discípulos; por esa razón, donde iba el Maestro iban ellos. Jesús predicaba y enseñaba citando las Escrituras con autoridad y con su ejemplo.
Se presentó como el hijo del hombre
1 e Hijo de Dios
2, reuniendo en sí mismo al varón perfecto profetizado por los profetas y al cordero enviado por Dios para quitar el pecado del mundo. En síntesis, Jesús demostró que su sacrificio pascual era aceptable a los ojos de Dios, porque no se valió de su naturaleza divina para evitarlo, ni de su naturaleza humana para que lo convirtiesen en mártir.
Puede sorprender a algunos que Jesús no tuviese, ni procurase tener, un sitio especial donde entrenar a sus discípulos. La capacitación no se hizo en una universidad, en un colegio, en un cuartel o en el Templo; se impartió donde estaba la gente común y en contacto con el medio ambiente: la ciudad, el mercado, el campo, el mar, la montaña, a las puertas del Templo o en la sinagoga. Jesús no formó a sus discípulos encerrándolos en un monasterio, sino caminando abiertamente con ellos y confrontando el Mensaje del Reino con las acuciantes contradicciones de quienes habitamos este mundo.
Cristo es el Verbo encarnado, la iglesia es Su cuerpo; si éste no obra de acuerdo con su Cabeza, no se ha encarnado, no es Su iglesia. Aunque formada por humanos, la iglesia no es una organización humana. Está en el mundo, pero no pertenece a él. No aceptar este misterio, es no entender cuál es su misión.
Lo cierto es que, a pesar de su difícil contexto cotidiano, hablando el idioma de la gente del lugar, y usando todos los ejemplos pedagógicos posibles, Jesús proclamó la llegada del reino de Dios a la tierra
3.
LA IGLESIA EN MISIÓN PROVOCA REACCIONES CONFLICTIVAS
Gracias a la condescendencia del emperador romano los judíos podían tener un rey. ¿Cómo actuaban el monarca judío y sus cortesanos ante el anuncio del arribo del Reino de Dios? El Evangelio nos informa que uno de ellos se molestó con la visita de los magos de Oriente y que otro se irritó al ver a la gente correr detrás de ese desconocido galileo que les anunciaba la llegada del Reino de Dios.
Por su parte, los discípulos creían que su Maestro era el que venía a ocupar el lugar anunciado por los profetas para restaurar el reino a Israel. No entendían que el reino de Dios no es de este mundo. Imaginaban a Jesús siendo coronado rey por el pueblo y a ellos mismos en la corte del palacio real.
Los sacerdotes del Templo, celosos de la Ley, no aceptaban que ese era el tiempo elegido por el Dios de Israel para que llegase quien la cumpliría para salvar a su pueblo de sus pecados.
El anuncio evangélico era la llegada del reino que inauguraba un tiempo nuevo: el año agradable del Señor. ¿Por qué no lo veían así ni sus discípulos ni los religiosos del Templo? Leamos cómo comienza el Mensaje en la narración del médico e historiador Lucas:
Vino (Jesús) a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.
Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor’ .4
La sinagoga era un lugar de culto creado cuando el pueblo de Israel estaba en el exilio babilónico. Eran sitios en su mayoría modestos donde los creyentes judíos se reunían, principalmente en el día de reposo, para orar, cantar salmos, leer y comentar las Escrituras, y fortalecer su identidad. Y esos lugares de culto se multiplicaron por todo el mundo hasta el día de hoy, en ausencia del templo en Jerusalén.
Desde una sinagoga, cuando existía el templo, Jesús lee a Isaías donde éste habla como si fuese el Mesías. ¡Qué maravilloso momento! ¡Cuánta emoción habrá sentido Jesús al leer lo que 700 años antes había sido escrito sobre Él con tanta precisión! Por eso comenzó a comentar la lectura diciendo:
Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.5
Después de esta declaración los asistentes se cruzaban gestos de admiración y comentaban lo inusual que era oír a un indocto hijo de carpintero leer las Escrituras con tanta autoridad; pero, como sabemos, al ser confrontados con su propia hipocresía religiosa enseguida cambiaron de actitud. Lejos de reconocer sus pecados y arrepentirse, se levantaron en ira para matar al que recién alababan.
Cuando la Escritura es la que obra: mientras unos se benefician con la salvación, otros son condenados.
El Señor Jesucristo jamás negó ser un ser humano, tampoco que era el Hijo de Dios enviado al mundo. Su nombre Jesús significa “Salvador de su pueblo” y Emanuel: “Dios con nosotros”. Los judíos de su tiempo, religiosos o no, le vieron hacer y escucharon hablar de modo tal que no tuvieran excusa alguna cuando no lo recibieron como al Mesías prometido. El hecho de que muchos creyeran que Él era el Cristo de Dios es otra prueba contundente que el Jesús histórico, que pisó la tierra donde moraban los que guardaban la ley de Moisés, era hombre y era Dios, al mismo tiempo.
Nadie puede negar que sea la naturaleza especial de Jesucristo la que le permitió consumar la obra de la cruz, resucitar por directa acción del Padre y enviar al Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Esa es la obra de la que la iglesia debe dar testimonio en todo el mundo. Por ello su naturaleza es especial.
Sin embargo, tempranamente surgirían desvíos doctrinales que separarían la humanidad de la divinidad de Jesucristo, o enfatizarían solo una de ellas en desmedro de la otra. Infiltradas por filosofías humanas, esas falsas doctrinas harían que muchas congregaciones de fieles abandonasen la misión encomendada por Cristo.
Hoy, esas influencias no han desaparecido; y, por el contrario, han revivido y gozan de buena salud. Pero este ya es tema de una futura entrega.
En sucesivas notas abordaremos:
El propósito de la misión, Los destinatarios de la misión y La metodología de la misión. Hasta la próxima, si el Señor lo permite.
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1. Jesús usa “hijo del hombre” 79 veces e “hijo de hombre” 1 vez (Mateo 10:23); el AT los menciona en 1 (Salmo 8:4) y 109 veces, respectivamente, siendo el profeta Ezequiel, con 93, quien más veces lo menciona
2. Jesús declara ser el “Hijo de Dios” sólo 2 veces (Juan 9:35-38; 10:36). Pero 45 veces el NT lo describe de esa manera y cuando se le preguntaba si era o se confesaba a Jesús como el “Hijo de Dios”, nunca lo negó
3. Jesús menciona al “Reino de Dios” 54 veces; y Mateo cita a Jesús hablando del “Reino de los cielos” 33 veces y “Reino de mi Padre” 1 vez (Mateo 26:29)
4. Lucas 4:15-20
5. Ibíd. vs 21
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