Muchos eminentes pensadores sostienen que todo lo que hace el ser humano lo hace buscando la felicidad. Dicen que la felicidad es el objetivo de nuestra existencia.
Y Jesús responde a estos lícitos anhelos de felicidad con ocho breves frases, que tienen por contenido la felicidad, cada una de las cuales comienza con la palabra "macários". Una palabra de difícil traducción al castellano y que aparece en nuestras versiones bíblicas generalmente como "bienaventurado", "feliz", "dichoso" o "bendito".
En el texto original significa sencillamente "feliz". Pero nuestro concepto de felicidad está demasiado afectado por la idea de felicidad terrena, y
macários es más que ésto. Por otra parte, si traducimos macários por bienaventurado, corremos el riesgo de relegar la felicidad a la otra vida, lo que tampoco está comprendido en el término macários.
De cualquier manera, una cosa está clara, y es que por medio de la palabra macários Jesús da a entender que no es indiferente al anhelo de felicidad del hombre y de la mujer. Él les va a proporcionar la felicidad que buscan. Pero será una felicidad distinta a lo que ellos entiende como tal.
Será algo que comprenda tanto el más allá como el más acá; una felicidad que, comenzando aquí y ahora, durará por la eternidad. Esta felicidad no es algo únicamente para el alma; también el cuerpo, como creación de Dios, disfrutará de ella. Será una felicidad en toda la extensión de la palabra, pero, sin embargo, será distinta a lo que la gente entiende normalmente como tal.
Es una felicidad sólo al alcance de los que creen que aquel que está enseñando en el monte es el enviado de Dios. Es la felicidad que irrumpe en nuestro mundo con la venida de Jesús, con la irrupción del reino de Dios que nos trae Jesús.
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Ocho veces dirá Jesús: "¡Bienaventurados!" La segunda parte de la mayoría de estas bienaventuranzas está en futuro, con lo que se realza el sentido escatológico de la felicidad. Sin embargo, con esta formulación futura no se trata de relegar la felicidad del reino de Dios al porvenir, pues, con la irrupción del reino de Dios en nuestro mundo el futuro ha comenzado ya, el futuro, gracias a Jesucristo, nos ha alcanzado ya en nuestro presente. El futuro ha comenzado ya. De manera que la felicidad que anuncia y trae Jesús abarca tanto al cuerpo como al alma, la eternidad y la temporalidad, el presente y el futuro, es la felicidad perfecta.
Es necesario explicar el significado de bienaventuranza, felicidad y dicha, porque lo que el mundo entiende por tal es muy distinto a lo que Jesús dio a entender. El mundo entiende por felicidad el estado de euforia que procede de la abundancia de bienes terrenales y de la ausencia de todo dolor y conflicto.
No, nuestra felicidad no puede descansar en las circunstancias de la vida. Si nosotros sólo esperamos la felicidad de las circunstancias, nunca seremos felices, porque siempre viviremos con el temor de perderla. Pues, un accidente, y ¡adios a la salud!; un revés en los negocios, y ¡nos vemos en la más negra bancarrota!; un despido de la fábrica, y ¡el paro consume nuestra dicha!; una muerte en la familia, y ¡la más negra desgracia viene a hacernos compañía!
Nosotros tenemos que ser bienaventurados en este mundo, si es que queremos serlo en el venidero. Y si no conseguimos la felidad en esta vida, tampoco la conseguiremos en la vida eterna.
Dios quiere que seamos felices y dichosos ya aquí en la tierra.
Pero ¿cómo alcanzaremos nosotros esta bienaventuranza? Ninguna persona es bienaventurada por naturaleza. Todos nosotros somos desdichados. Dichoso, bienaventurado, es sólo Dios. Pablo dice en 1 Timoteo 1,11: "Según el glorioso evangelio del Dios
bendito (en griego,
macários), que a mí me ha sido encomendado." Y en el capítulo 6, 15 de esta misma epístola, hablando de la aparición de Cristo, vuelve a decir Pablo: "La cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores."
Dios es bienaventurado. Él está por encima de las penas y fatigas terrenas. Él está por encima de la transitoriedad y del carácter cambiante de todo lo que nos rodea, y que tanto nos influye. En él no hay cambio ni mudanza alguna, siempre pemanece el mismo, invariablemente feliz y bienaventurado. Nada importuna su paz, ni su equilibrio. No hay oscuridad que le amenace, ni luces que le deslumbren. Su felicidad es perfecta.
Y lo maravilloso ahora es que Dios no quiere su felicidad para sí solo. Él quiere compartirla con nosotros. Quiere que seamos felices, como él es feliz.
¿Cómo podremos alcanzar la felicidad?
Para ésto es necesario, en primer lugar, remover de nuestra vida lo que nos impide ser felices. Y esto es el pecado. Mientras que el pecado nos domine no gozaremos de verdadera paz, ni de auténtica felicidad. No podemos pecar deliberadamente y ser dichosos. El pecado produce invariablemente muerte, y la muerte no es bella ni agradable. No, la muerte no hace feliz. Sólo cuando el pecado ha sido removido de nuestra vida comienza la felicidad. Por eso escribe el apóstol Pablo en Romanos 4, 7 y 8: "
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos.
Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado."
Nuestra felicidad tiene un nombre: Cristo. Gracias a Dios que existe semejante felicidad para esta vida.
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