En este texto encontramos a Jesús en un monte rodeado de una gran multitud de hombres y mujeres que han venido a oirle procedentes de muchos lugares del país. Hasta aquí Jesús ha predicado, ha enseñado y ha sanado en toda Galilea.
Su fama se ha difundido por todo Israel y por toda Siria. Las multitudes se ponen en movimiento buscando su ayuda. Tristemente sólo buscan su ayuda material o física. Ese día tiene de nuevo una gran multitud delante de sí. ¿Qué hace Jesús?: "Sube al monte".
Una acción que dice mucho. En aquellos días subir al monte significaba lo mismo que irse al desierto. Era un movimiento de huida, era un decantarse por algo, una retirada, una huida de la gente. Con esta acción de subir a un monte Jesús dificulta a las personas el acceso a su presencia.
No ha subido para que su voz llegue con más facilidad a la multitud, derramándose por la ladera, como si predicase desde un anfiteatro. Ha subido para distanciar a la multitud. Subiendo al monte selecciona a sus oyentes, porque muchos no le van a seguir hasta allí. La simple distancia y la dificultad del camino van a hacer que los menos interesados en él no suban a buscarle. C
on este movimiento Jesús está buscando discípulos, por eso en el monte no va a sanar, sino sólo a enseñar.
En un monte predica su primer gran sermón, que contendrá una exposición del programa del nuevo pacto que él ha venido a establecer.
Resulta curioso ver con cuanta frecuencia Dios ha utilizado los montes como lugares para revelarse al hombre. Uno podría escribir toda una historia sobre la revelación de Dios, si juntásemos todos los sucesos que han ocurrido en las alturas de los montes a lo largo de la historia bíblica de la salvación.
Por ejemplo, en el Sinaí, donde la drástica imposición de los mandamientos cortaba el aire, como si de un viento recio se tratara: "No matarás. No hurtarás. No mentirás...
Aquí en Galilea todo tiene un halo de dulzura y un regusto de delicadeza. Las palabras de este pacto, no obstante sus sublimes exigencias, parecen una suave brisa de primavera que abraza con su delicadeza los capullos apiñados, diciendo: "¡Bienaventurados - bienaventurados - bienaventurados!"
Y nosotros tenemos el privilegio de poder ser miembros de este nuevo pacto de gracia que nos trae Jesucristo. ¡Qué alegría y qué gloria la nuestra! ¿Formas tú ya parte de este nuevo pacto, o todavía no?
Quienquiera que seas, lector: ven. Vamos a mezclarnos con la muchedumbre que sube el monte para oir las palabras de Jesús. ¡Ven, vamos a escuchar lo que dice! Él nos llama a todos con la mano, quiere tenernos cerca, quiere asegurarse de que le oimos bien. Abre su boca y se hace un gran silencio. Y claras como las notas de una campanilla de plata, sus palabras alcanzan a la multitud:
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los manos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienanventurados - Bienaventurados - Bienaventurados -."
¡Todas palabras maravillosas! ¿Pero no ponen estas palabras al mundo al revés?
El mundo declara bienaventurados a los ricos en espíritu, ¿y Jesús declara bienaventurados a los pobres en espíritu? El mundo llama bienaventurados a los que ríen y tienen salud, ¿y Jesús declara bienaventurados a los que lloran y sufren? El mundo admira a los que andan enérgicamente y parecen autosuficientes y no dejan que nadie les hable con una palabra más alta que otra ¿y Jesús alaba a los mansos que oyen con humildad y silencio las bravuconadas y las insolencias de los desaprensivos? ¿No está poniendo Jesús todas las cosa del revés? ¿No le está dando la vuelta al mundo como se vuelve un calcetín?
Así parece ser.
Pero si prestamos más atención y vemos las cosas más de cerca, entonces nos daremos cuenta de que nos es Jesús el que lo pone todo del revés, sino que es nuestro mundo el que le da la vuelta a las cosas y lo trastorna todo.
El mundo lo ha puesto todo de cabeza, y Jesús vuelve a poner las cosas en su lugar. Él es el que descubre con su luz cómo deben ser las cosas; él es el que nos pone a cada uno en su lugar. ¡Cuántas cosas tenemos que aprender de él!
¡Cuántas cosas sorprendentes hay en este pacto! Nosotros vamos a tomarnos el esfuerzo de estudiarlo.
Dicen que el sermón del monte es la esencia de la enseñanza de Jesús, y no cabe dudas de que las bienaventuranzas son la esencia de la esencia, la
créme de la créme. Quiera el Señor darnos a todos la gracia de ver con nuestros ojos las cosas como las ve Jesús y entenderlo todo como lo entiende él. Que a su luz lo pequeño, sea pequeño y lo grande, grande.
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