Dos amigas iban de viaje y a una de las dos se la veía tensa y muy nerviosa, como si no controlara demasiado el manejarse en un aeropuerto grande. Cuando llegó a la ventanilla de la compañía aérea se percató de que no llevaba a mano su carnet de identidad y tampoco encontraba el número de confirmación de la reserva.
El empleado de la compañía esperó con una paciencia poco usual en este tipo de personal, sonrió y luego le ayudó con la máquina de registro del equipaje.
Después de recibir el comprobante, ella -como si todo fuera tan normal- dijo: “A dónde vamos ahora?” El excelente e inusual empleado volvió a sonreír, y le dijo a su compañera de viaje: “Quédese siempre junto a su amiga”.
Cuando leí esta historia real me hizo mucha gracia, porque yo soy la típica despistada que tengo que andar con siete ojos cada vez que me muevo sola por un aeropuerto importante.
Las cosas más fáciles y sencillas para algunos son -en ocasiones- un serio problema para otros y esto me llevó a pensar en la vida cristiana, en la vida de la iglesia, en la comunión de los hermanos y en las relaciones interpersonales entre nosotros.
Hace años era muy normal ver a los creyentes juntos, teniendo amistad, ayudándose en todo y más, compartiendo secretos y necesidades, saludándose con un buen abrazo antes y después de cada reunión... Y era la cosa más normal del mundo que cuando había algún problema sobre todo de salud, se anunciase públicamente en las reuniones de oración o del domingo por la mañana.
Si, ya sé que esto nos ha llevado a vivir momentos de auténtico sectarismo, cuando nos daban un bibliazo con: “La amistad con el mundo es enemistad contra Dios”, algo que se interpretó bien mal y que hacía que -literalmente- se enseñara que no se podía tener amigos no evangélicos.... y lo escribo de esta manera suave a propósito, porque lo que en realidad se nos enseñaba era que era un pecado tener amigos “del mundo” y si hacia falta se aludía a otro texto de la Escritura: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”.
Y lo siento señores míos!!! llegados a este punto me indigno profundamente; porque la frase “los del mundo” es que no tengo ni palabras para calificarla y lo del yugo desigual utilizándolo en este sentido es de auténtica ignorancia y de no saber lo que significa la palabra exégesis, quitando las cosas fuera de su contexto.
En una ocasión se iba a hacer una campaña evangelística muy especial en una iglesia y algo de la iniciativa consistía en que cada creyente tenía que traer, al menos, a un amigo no creyente. Un responsable de aquella iglesia le confesó a un amigo mío que hoy es un gran siervo de Dios: “Es que yo tengo un problema, yo no tengo ningún amigo del mundo”. Lo siento!! me vuelvo a quedar sin palabras y mi indignación crece por momentos simplemente porque yo he vivido cosas parecidas.
Si no tuviéramos amistad con nuestros compañeros de estudios o de trabajo, vecinos, etc perdón! entonces, a quiénes les hablamos del evangelio?. Qué hablar del evangelio es llevarlos, con perdón, al obsoleto “culto de evangelio” al que no existen más que creyentes?. No señores míos, no!!
hablar del evangelio es vivirlo, vivirlo y demostrarlo día a día, minuto a minuto con cada uno de los que nos rodea y no invitarlos a una reunión obsoleta a la que nunca vendrán; porque nosotros, vamos! quiero decir algunos no asisten jamás a otro tipo de iglesia no evangélica ni siquiera en un entierro porque “es pecado e idolatría”. Y prefiero no seguir, porque me estoy indignando demasiado y me estoy yendo de la idea original que quiero transmitir.
Todo esto que acabo de comentar es una realidad que muchos hemos conocido y aún conocemos de cerca. Pero también es verdad que mucha gente, quizá por el efecto del péndulo se ha ido al otro extremo.
Cada día se ve menos comunión entre los creyentes, cada día son menos los besos y los abrazos cuando nos reunimos. Cada día estamos más distantes, no sabemos casi nada de las circunstancias que nos rodean y muchas veces nos encontramos con hermanos que, incluso, ante una grave enfermedad u operación quirúrgica no quieren que se sepa, ni que se diga en la iglesia, ni lo más triste, que se ore y los que ocupamos lugares de liderazgo hemos de tener mucho cuidado con esto. En USA ya ha habido casos de denuncias a pastores amparándose en la ley de privacidad.
Volviendo a la historia del principio, la de las dos amigas en el aeropuerto, la frase del empleado fue: “Quédese siempre junto a su amiga” y, la verdad es que esto me hizo pensar mucho, tanto, que he escrito cosas por las que puede que algunos me quieran quemar en la hoguera......
Reconozco que el estilo de vida de hoy, es muy distinto al de hace relativamente pocos años. Todos andamos a mil con nuestros trabajos, nuestras ocupaciones, nuestras circunstancias y nuestros problemas y precisamente aquí viene el meollo de la cuestión.
Si yo paso por algún problema duro, si me encuentro inmersa en una crisis de lo que sea, si estoy atravesando alguna circunstancia difícil o si, tal vez, mi fe está siendo bombardeada a donde voy?... A buscar ayuda en alguna amistad no creyente?, cómo me va a entender si no comparte mi misma fe ni cree en el poder de la oración?
Y es aquí donde quería llegar, hemos ido de un extremo a otro y en cualquier momento, siempre realmente; pero sobre todo cuando llega la tempestad a nuestra vida, los creyentes debemos estar juntos, siempre juntos!! para ayudarnos en todo aquello que podamos.
Qué el Señor nos ayude a entender las cosas con claridad y a hacerlo de este modo! Tal como El lo dispuso, conforme a Su voluntad que siempre es perfecta.
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