Tercer artículo de Protestante Digital en torno al filósofo vasco en este año declarado oficialmente AÑO UNAMUNO.
DOS GENERACIONES DE ANTICLERICALES
A nadie puede sorprender el anticlericalismo de Unamuno. Fue hijo de su época. Vivió entre dos generaciones de escritores, 1898 y 1927, en las que casi todos sus componentes estuvieron en contra de la Iglesia católica.
Además de Unamuno, anticlericales fueron Ganivet, Valle-Inclán, Benavente, Blasco Ibáñez, Baroja, Azorín, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Alberti y otra lista no pequeña de filósofos, poetas, ensayistas de aquellos años.
El filósofo y jurisconsulto Francisco Giner de los Ríos escribió así cuando agonizaba el siglo XIX: “La vida entera de nuestro siglo parece radicalmente divorciada de la religión católica, en la ciencia como en el arte: no son católicos sino muy pocos de sus grandes poetas, ninguno de sus insignes filósofos. Por todas partes se enciende una cruzada formidable contra la Iglesia”. (10)
Confirmando lo escrito por Giner de los Ríos, años más tarde el italiano Alfonso Botti, profesor de Historia de Europa en la Universidad de Urbino, Italia, añadía: “El anticlericalismo español se ubica en la ola secularizada que se manifiesta en todos los países del área católica europea (Francia, Bélgica, Italia, Portugal). El anticlericalismo español, antes y después del 98, alcanzó niveles de violencia sin término de comparación en el área católica mediterránea”. (11)
SENTIMIENTO RELIGIOSO
Ser anticlerical no es ser ateo ni agnóstico. Anticlericalismo, agnosticismo y ateísmo no son sinónimos. Unamuno va más lejos. Reclama que “se puede muy bien ser religioso, cristiano, anticlerical y anticatólico”. (12)
Miguel de Unamuno fue religioso. Profundamente religioso. La religión vivía en su corazón. La religión cristiana estaba enraizada en el íntimo sentimiento de su conciencia.
Tenía claro que la religión es la explicación del destino humano. En SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR, novela que escribió cuando tenía 68 años, Unamuno hace un retrato de sí mismo, de sus luchas y honda preocupación religiosa.
Cuenta Charles Moeller, citando textos del autor, que a los ocho años Unamuno “era un chico devoto en el más alto grado, con devoción que picaba en lo que suelen llamar misticismo”. (13)
En carta a su amigo Jiménez Ilundain, fechada el 25 de diciembre de 1898, Unamuno recuerda: “Siendo yo casi un niño, en la época en que más imbuido estaba de espíritu religioso, se me ocurrió un día, al volver de comulgar, abrir al azar un Evangelio y poner el dedo sobre algún pasaje. Y me salió este: “Id y predicad el Evangelio por todas las naciones”. Me produjo una impresión muy honda; lo interpreté como un mandato de que me hiciese sacerdote”.
No se hizo sacerdote. Escribió mucho contra los sacerdotes.
Creció fascinado y obcecado por la religión. La vivió. La padeció. De tanto en tanto la duda nublaba su mente. Se quejaba, interrogaba al Padre. Hasta lo culpaba de sus claudicaciones espirituales. Soberbio ese Salmo I, basado en Éxodo 33:20.
-¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor; acaso existes?
¿Eres Tú creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
-Señor, ¿por qué no existes?,
dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y Tú, Señor, no quieres
decir: ¡vedme, mis hijos!.(14)
Las dudas provocaban en él largos períodos de crisis espiritual. Se ha escrito mucho de estas crisis.
Una de ellas fue decisiva en sus ideas y en su vida. La que le acosó en 1897, con sólo 33 años.
Nadie ha descrito esta crisis con tanta naturalidad y realismo como lo hace el catalán Pedro Corominas, político, novelista y ensayista, amigo íntimo de Unamuno. En un artículo publicado en Santiago de Chile, en “Atenea” en julio de 1938, poco después de la muerte de Unamuno, Corominas escribía: “Su crisis religiosa, más bien mística, de 1897 le había dejado al enfriarse un espíritu calcinado…Duró unos cuantos años pero su intensidad fue decreciendo… En una carta me explicó la crisis como una descarga fulminante que le hirió en medio de la noche. Ya hacía horas que no podía dormir y se (sic) daba vueltas desasosegadamente en su lecho matrimonial, donde su esposa le oía… De súbito le sobrevino un llanto inconsolable… Entonces la pobre mujer, vencido el miedo por la piedad, lo abrazó y acariciándole le decía: ¿
Qué tienes, hijo mío? Al día siguiente Unamuno lo abandonaba todo e iba a recluirse en el convento de frailes dominicos de Salamanca, donde estuvo tres días. Algunos años después me mostró el convento y el lugar donde pasó las primeras horas rezando de cara a la pared”.
El retroceso a la fe fue lento y paulatino. Unamuno llegó a ver en aquél episodio una llamada de Dios. Compara su drama espiritual con la conversión de San Pablo. Como la protagonista de EL CANTAR DE LOS CANTARES, vivía dormido, pero su corazón velaba.
De aquellos años de muerte espiritual brotó una nueva vida, una preocupación sin límites por todo lo relacionado con la religión. “Cada día que pasa –escribe- me dedico más a estudios religiosos y sólo lo que a religión se refiere me atrae”. (15) A tal punto, que según Vicente Marrero “en la literatura española contemporánea ningún otro autor laico escribe, como él, soliloquios espirituales o da conferencias como la que pronunció en el Ateneo de Madrid sobre Nicodemo, el fariseo”. (16)
El pensamiento religioso de Unamuno impregna casi toda su obra. María José Abella Maeso lo ve así: “El sentido crítico de don Miguel se agudiza cuando se trata de hablar de la teología revelada. En lo religioso ve Unamuno el lenitivo más eficaz contra el sufrimiento, pero sobre todo la más clara expresión del anhelo de vida, de sobrevida, que empuja al hombre, y con él a la historia y al universo, hacia su plena realización. La religión ha sido la encargada de custodiar y preservar el impulso renovador que ha mantenido activa y despierta a la humanidad durante siglos, aquel que le ha permitido “comenzar de nuevo tantas veces como sea necesario”. (17)
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10. Citado por Juan López-Morillos en HACIA EL 98; LITERATURA, SOCIEDAD, IDEOLOGIA, página 145.
11. Alfonso Botti, “MEMORIA DEL 98, IGLESIA, CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO, página 313.
12. Obras Completas, tomo V, página 1374.
13. Charles Moeller, LITERATURA DEL SIGLO XX Y CRISTIANISMO, Editorial Gredos, Madrid, tomo VI, página 217.
14. Obras Completas, tomo VI, página 217.
15 y 16. Vicente Marrero, EL CRISTO DE UNAMUNO, páginas 22 y 24.
17. María José Abella, DIOS Y LA INMORTALIDAD. EL MUNDO RELIGIOSO DE UNAMUNO, páginas 22 y 24.
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