Os cuento una pequeña anécdota de esta semana. Cierto hermano en la fe, que me garantizó por escrito su aprecio, se pregunta por qué, en un texto escrito en castellano, se introduce la palabra
Catalunya, así, en catalán. Puedo apuntar varias razones: argumentativas, de énfasis, incluso literarias… Los evangelistas, que escribieron su texto en griego, intercalaron también el
‘Talita cumi’ o el
‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’, en arameo. Si aplico el mismo adjetivo que el tal hermano aplica a quienes emplean este recurso, los evangelistas son
‘burros’… (lo colgó en su
tuiter).
En mi reflexión de la semana pasada, amigos, yo hablaba de libertad. De poder tener distintos pareceres y de ver la vida de diferentes maneras, ¡incluso en temas relacionados con la política!Todos somos dados a juzgar, y a etiquetar como
equivocados a los demás. Quizá los evangélicos, los
conocedores de la verdad del Señor, más que el resto de los mortales.
La libertad de pensar, de decidir y de actuar es un don que Dios otorgó a los humanos como uno de sus más maravillosos regalos ya allá en el Edén, como parte esencial y definitoria de su naturaleza. Lo vemos en las primeras páginas de la Biblia.
Al dar vueltas a estos temas, al de la libertad y a éste que parece tabú -pero tan tabú-, el de la política, he llegado a la conclusión de que es probable que no se pueda comprender del todo la realidad del otro, por más que a uno le sea explicada. Vendría a ser como, por ejemplo, que una persona no puede ponerse
verdaderamente en la piel del que ha recibido el diagnóstico de una enfermedad terrible y mortal, o no puede sentir
cabalmente el dolor del que ha perdido al cónyuge: si no se ha vivido, se puede acompañar, pero no
saber.
Quizá con las cuestiones culturales, territoriales, políticas -me digo-, ocurre algo parecido. Entonces, sigo diciéndome, habría que aplicar, entre hermanos, no la tolerancia, que a mi modo de ver implica condescendencia, sino el
respeto. Y el
amor. No se trata tanto de generosidad, como de ver que, si ni siquiera Dios nos impone su voluntad a la hora de decidir, ¿cómo puede nadie pensar en decidir en lugar del otro, del directamente interesado?
Se trata, insisto, de libertad. Por eso, es de una importancia relativa la Historia, en este caso que nos ocupa, si nos encontramos frente a un cambio de voluntades. También porque se trata de personas adultas que
deciden, y no necesitan la
tutela paternalista de nadie. Y no es de recibo que a uno le indiquen lo que debe
sentir respecto a su comarca, a su hogar.
Se trata de democracia, de consultar y de ver qué quieren las personas directamente afectadas, y de actuar según lo que manifiesten.
Por definición, siempre es mejor sumar que dividir, aunar fuerzas y recursos antes que restar; y ése es también mi modo personal de ver las cosas. Ahora bien, es verdad que en ocasiones, cuando no se vislumbra la posibilidad de acuerdo, no hay que rasgarse las vestiduras si una parte tira por un camino y otra por otro: Pablo y Bernabé se encontraron en esa misma tesitura, y ni se acabó la proclamación del evangelio ni se extinguió la Iglesia.
Cuando los argumentos esgrimidos son la burla, la etiqueta despectiva, el desprecio o los posibles tanques, es que su solidez no es, como apuntábamos la semana pasada, incuestionable, y en todo caso, su virtud sí es reprobable.
Lo más preocupante es que este tipo de argumentos
tan fundamentados somos dados a utilizarlos en más de un ámbito. Recuerdo que cuando yo era pequeña se me enseñaba casi como Palabra de Dios que los varones no debían llevar melenas ni barba, ni las mujeres pantalones; que no se debía ir al cine…
Nosotros, no; no deberíamos ni intentar estos fraudes. Si no son mandamientos divinos, si no estamos ante doctrinas fundamentales, si no se comprometen dogmas sagrados, no hagamos trampa: la Constitución Española no es la Biblia, decíamos; se puede ser nacionalista de cualquier color y cristiano a la vez; se puede sentir diferente, se puede pensar distinto, se puede discrepar de manera irreconciliable en muchísimas cuestiones… y aún así ser un fiel hijo de Dios; porque las cuentas son con Él, no con el parecer personal de ningún otro.
Cuando se pretende lo contrario, se atenta a la inteligencia de los creyentes, y se es tropiezo y escándalo para los que se acercan al pueblo de Dios.
Los protestantes en España, que hemos suspirado durante siglos por libertad, deberíamos ser los primeros que, teniendo el conocimiento del evangelio liberador, aplicáramos a nuestro alrededor una actitud y un hacer en esta línea y no en la opuesta. Y ser ejemplo gestionando nuestras diferencias, amándonos entrañablemente con el amor del Señor por encima de todo.
Escribo estas líneas finales en viernes, contemplando una semana sorprendente. A parte de los ciudadanos que se han quedado en casa, otros han expresado libremente su parecer respecto a la crisis y su gestión de manera pacífica cerca del Congreso de los Diputados, en Madrid.
Y en Cataluña se han convocado elecciones. Personalmente creo que son las más interesantes que he vivido hasta hoy (yo era pequeña cuando las primeras de la democracia). Tengo sensación de vértigo, es verdad. Y de vivir un momento histórico. También estoy convencida de que todas las cuestiones se pueden llevar a cabo de una manera correcta e inteligente, o necia y dañina, considerando con sabiduría al interlocutor que se tiene delante. Pero creo que cabe la posibilidad de la racionalidad, ¿no?
Escucharemos a los políticos de aquí y de todas partes, y sus argumentos; echaremos cuentas, haremos números. Valoraremos que siempre nos han engañado, todos; que han incumplido sus promesas tantas veces; que en sus filas tienen a imputados por gravísimos casos de corrupción, casi todos, y otros delitos varios; que la política, en general, es para ganancia propia y por poder, no para servir y ministrar al ciudadano; seremos conscientes de que es
maldito el hombre que confía en el hombre…
Aún y así, si mis conciudadanos deciden en su mayoría que se empieza un proyecto nuevo, ahí estaremos. Siempre he procurado ser cumplidora y dar la talla, y me gustan los nuevos proyectos, lo confieso, en el sentido de la esperanza que ofrece un recomenzar en lo que se pueda.
Creo que debemos arrodillarnos e interceder, y amarnos, sobre todo amarnos, de hecho y en verdad.
Por cierto, en mi iglesia local estamos también con un nuevo proyecto, y quiero creer que la mayoría de los hermanos en la fe están haciendo esto, orar por nosotros. Sin embargo, me consta que no es del todo así…
Si quieres comentar o