Al pensar sobre la idea de Reino que se percibe en la comunidad judía del regreso de la cautividad, nos encontramos con la presencia absoluta del Templo. Se había instruido por los profetas a los deportados que la existencia de un Templo físico no era imprescindible para que Dios tuviere su Casa con ellos y que disfrutasen de su presencia.
No aprendieron la lección, al volver centran la vida de la comunidad, y la misma presencia de Dios, en la figura del Templo, aunque éste tenga sin duda un lugar en la liturgia previa a la venida del Mesías.
Esto es un desarrollo que produce luego la condición necesaria del sacerdocio para que todo pueda sostenerse. (Es el pasado, pero también nuestro presente.)
Las promesas sobre la permanencia del “reino” en la figura del rey David, ahora se reconduce a la figura del Templo. En el Templo se unifican las promesas. El futuro no será sin la presencia del Templo. (Curiosos caminos de la Historia, hoy no pocos se esfuerzan en ese mismo planteamiento, y procuran la reconstrucción del judaísmo y
su templo como esencial para el futuro del Reino de quien es Rey de Reyes.)
Que la idea de reino se unifica con el Templo se muestra de modo abundante con la asunción por el Sumo Sacerdote de la corona real, es decir,
llega el momento en que el rey y el sacerdote son una misma persona, el Templo es el trono y el altar.
Y con los resultados propios de tal condición de poder humano, la corona se persigue por medios humanos, con muertes, traiciones, sobornos, etc., y con ello también el sacerdocio. [Si se dibuja un gráfico de esta época, se tiene una copia del ulterior desarrollo del papado, tres veces coronado.]
La misma presencia en Jerusalén del imperio Romano está unida a estas luchas por el poder, pues Pompeyo acude a la solicitud de una facción judía, y luego Roma será la que instale a Herodes.
Cerrados los ojos a la persona del Mesías, donde efectivamente se dan la mano la corona y el sacerdocio, instalan su propio mesianismo según el gusto y poder de cada uno. Todo ello en defensa del “verdadero” Israel, de la conservación de la pureza, y asumiendo ser los portadores de la verdad de la tradición de los padres.
Esta idea de reino identificada con el Templo (y su sacerdote rey) la defienden los “santos”, los saduceos, miembros de la familia de la que tenían que salir precisamente esos sacerdotes. No gustó el planteamiento a otros “santos” más “puros”, los fariseos, que veían con malos ojos que la corona se colocara en la cabeza del sacerdote. Como resultado apoyan la presencia, incluso de poderes paganos, que se hagan cargo de lo civil (=la corona) para que lo religioso quede liberado al reducido ejercicio de la santidad personal.
Todo esto es el material con el que se fragua el judaísmo que encontramos en la época del Mesías, y este es el contexto que debe recordarse en el trasfondo de sus discursos y reprensiones, con el final veredicto de destrucción de aquella casa rebelde, y la continuidad de la suya que ya existe, y continúa en lo que hoy conocemos como cristianismo. (Con la advertencia siempre, de que ese cristianismo luego se pone a caminar y se convierte en un nuevo judaísmo, como hoy, al que se le debe presentar el veredicto de derribo que dicta el Mesías, cuyo nombre han usurpado.)
Seguimos, d. v., la próxima semana con Jerusalén.
Mientras, pueden leer algo sobre Juan Hircano, Alejandro Janeo, o acerca de los acontecimientos en Jerusalén durante los 70 años previos al nacimiento de Cristo. Conocer esta época nos dará un mejor juicio sobre los que hoy quieren construir un tercer templo.
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