Centros culturales y universidades, especialmente la de Salamanca, están llevando a cabo actos especiales para conmemorar los 75 años de la muerte de Miguel de Unamuno, hecho ocurrido en Salamanca el 31 de diciembre de 1936. Este 2012 ha sido oficialmente declarado “Año Unamuno”. PROTESTANTE DIGITAL quiere unirse al importante acontecimiento ofreciendo a sus lectores una serie de artículos que irán analizando las creencias religiosas del gran pensador. Este es el primero de la serie.
En 1913, Miguel de Unamuno publicó un libro que aumentó su fama: EL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA EN LOS HOMBRES Y EN LOS PUEBLOS. Se trata de la mejor sistematización del pensamiento del genial escritor vasco, exposición de su filosofía del hombre y de la religión.
Sobre la actitud religiosa de Miguel de Unamuno, su concepción agónica del Cristianismo, se han escrito numerosos volúmenes. Sus autores coinciden en señalar la obsesión, casi pesadilla, del formidable autor vasco por todo lo relacionado con el mundo de la religión. Uno de sus mejores biógrafos, Julián Marías, dice: “la obra entera de Unamuno está inmersa en un ambiente religioso; cualquier tema acaba en él por mostrar sus raíces religiosas o culminar en una última referencia a Dios. Las lecturas de Unamuno, sobre todo las más vivas en él, aquellas que afloran con más frecuencia y más autenticidad en sus escritos, son predominantemente filosóficas y religiosas”.
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DE BILBAO A SALAMANCA
Miguel de Unamuno y Jugo nace en Bilbao el 29 de septiembre de 1864,hijo de una familia de clase media acomodada, tercero de seis hermanos. En su ciudad natal cursa estudios primarios y el bachillerato. Ya entonces es conocido entre sus compañeros como un incansable devorador de libros. Le atraen las vidas de santos.
A los 12 años conoce a Concha Lizárraga, de su misma edad, quien a partir de entonces sería su única novia y más tarde su esposa. En 1880 se traslada a Madrid, matriculándose en la Facultad de Filosofía y Letras. Viaja por Francia e Italia.
En 1891, a los 27 años, consigue la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca, la que siempre sería su Universidad. Este mismo año contrae matrimonio con Concha.
Salamanca lo nombra rector de su Universidad en 1.900. Junto a este cargo enseña griego, latín, filología comparada y lengua española.
Enfrentado a Miguel Primo de Rivera y a su régimen dictatorial, con motivo del golpe de estado que lideró en 1923 con el beneplácito del rey Alfonso XIII, Unamuno es desterrado a Fuerteventura, en las islas canarias. Lleva con él tres libros: EL NUEVO TESTAMENTO en su original griego, LA DIVINA COMEDIA y las poesías de Leopardi.
Desde la isla escribe al poeta argentino Ricardo Rojas y, entre otras cosas, le dice: “volveré, y volveré a mi Universidad. A la de la Quimera, a la Universidad de la Quimera, a la de nuestro señor Don Quijote, el divino loco”.
Unamuno permanece en Fuerteventura desde febrero a julio de 1924, fecha en la que se evade de la isla a bordo de un velero que envió su amigo Dumay, director del diario francés LE QUÓTIDIEN. Reside un año en París y de la capital francesa se traslada a Hendaya. Allí permanece hasta la caída de Primo de Rivera en 1930. De vuelta a España es recibido de manera apoteósica y restituido al rectorado de la Universidad de Salamanca. El gobierno de la República que triunfó en las urnas en abril de 1931 le nombra ciudadano de honor.
En su última lección profesional, leída en el paraninfo de la Universidad en septiembre de 1934, prediciendo la tormenta de odio que se cernía sobre España, dice a los jóvenes que abarrotaban el recinto: “Quiero hacer un llamamiento a la paz, a la paz en la guerra; esa marea de insensateces, de injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de resentimientos, no es sino el síntoma de una mortal gana de disolución. De disolución nacional, civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os lo pide al entrar en los setenta años, en su jubilación, quien ve en horas de visiones revelatorias rojores de sangre y algo peor. Livideces de bilis”.
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Dos años después se harían realidad sus fatales predicciones. El 12 de octubre de aquél inolvidable 1936 el Paraninfo de la Universidad de Salamanca se halla rebosante de público. Allí está Carmen Polo, esposa del general Franco y el también general Millán Astray. Terminado el acto, y cuando el público empieza a abandonar el recinto, Unamuno, en pie, comienza a hablar. Dice que aquella guerra llamada civil es incivil, que vencer no es convencer, que catalanes y vascos son tan nacionales como los que allí estaban. Sus palabras no tienen freno. Millán Astray, nervioso, pide la palabra dos veces; justifica la guerra, lanza al aire de la sala un “¡viva la muerte”. Por el Paraninfo resuena el grito de “mueran los intelectuales”.
Don Miguel de Unamuno muere dos meses más tarde, el 31 de diciembre. Unamuno, el agitador de espíritus, descansa por fin en el nicho 340 de la galería este del camposanto…
Así se cumple un anhelo de paz y de eternidad expresado unos treinta años atrás en un largo Salmo, cuya última estrofa escogida por su hija Felisa sirve de epitafio en la lápida de su nicho mortuorio:
“
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar”.
[1] Julián Marías, MIGUEL DE UNAMUNO Espasa Calpe, Primera edición, Buenos Aires 1950, página 139.
[2] R. Sampablo en DICCIONARIO DE AUTORES, tomo III, página 831.
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