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J. Ellul, profeta contra la idolatría del poder (2)
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La perversión del cristianismo (I)

Para Dan González, con un abrazo fraternal
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 22 DE SEPTIEMBRE DE 2012 22:00 h

El que estoy releyendo de Jacques Ellul es uno de esos libros que zarandean la conciencia. Va en la línea de lo que Franz Kafka escribió sobre obras que nos desnudan, nos interpelan acuciosamente: “No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?”

La semana pasada compartimos en este mismo espacio semanal que con un grupo de inquietos cristianos universitarios o con pocos años de haber completado la escolaridad universitaria, voy a iniciar un círculo de estudio sobre varios libros escritos por Jacques Ellul. Tal fue la razón para reciclar lo que redacté hace unos años acerca del volumen Anarquía y cristianismo, y que fue republicado el domingo pasado en PD.

El libro que releo de Ellul es La subversión del cristianismo (Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1990). El autor elige como epígrafe tres párrafos de Soren Kierkegaard, que son una advertencia sobre las páginas que nos esperan más adelante:

Toda la cristiandad —es decir, el cristianismo histórico tal como se ha impuesto— no es sino el esfuerzo humano por recolocar al cristianismo en sus cuatro patas, por liberarse de él con la pretensión de ser su cumplimiento
Nuestro cristianismo, el cristianismo de la cristiandad, destierra el escándalo, la paradoja, el sufrimiento y en su lugar coloca lo probable, lo directo, la felicidad; en otras palabras, desnaturaliza al cristianismo y de él hace algo diferente a lo que es en el Nuevo Testamento; lo transforma exactamente en su contrario: éste es el cristianismo de la cristiandad, nuestro cristianismo.
En el cristianismo de la cristiandad la cruz ha quedado reducida a algo así como un caballo mecánico o una trompeta de juguete.

En la historia, por diversos mecanismos y actores sociales, se ha operado la domesticación, perversión, inversión; lo que llama Jacques Ellul subversión del cristianismo, al convertir éste en “una botella vacía que las culturas sucesivas llenan con cualquier cosa”. Y esa cualquier cosa es, en muchos sentidos la negación del Evangelio.

Una pregunta es la que inquieta al sociólogo y teólogo francés, en el capítulo inicial titulado “Las contradicciones”. Es esta: “¿cómo ocurrió que el desarrollo de la sociedad cristiana y de la iglesia haya dado origen a una sociedad, a una civilización y a una cultura que son en todo lo contrario de lo que leemos en la Biblia, de lo que es el texto indiscutible tanto de la Torá y los profetas como de Jesús y de Pablo?”

El cuestionamiento de Ellul me hizo recordar una enseñanza del historiador mexicano Gastón García Cantú. En su seminario nos enseñó a los integrantes de un grupo que él mismo seleccionó a investigar y escribir sobre la historia de México. Definió con pocas palabras lo que es la investigación: “Una pregunta a la que quiero encontrarle respuesta(s)”. Agregaba que no toda respuesta era válida, porque no se trataba de confeccionar vestimentas históricas al gusto de cada quien. Con su habitual agudeza nos refirió la crítica de E. H Carr a los historiadores partidarios del método de “tijeras y engrudo”, cuyo correspondiente actual es el que hace del “copy and paste” su forma de trabajo.

No lo dice Ellul, sin embargo La subversión del cristianismo tiene como premisa metodológica la de un buen sociólogo de la religión, ya que a ésta se le puede estudiar como creencia o como conducta. En su primera vertiente es terreno para los teólogos, en la segunda para los sociólogos. El cuestionamiento es, entonces, ¿qué prácticas conductuales son las que han tenido los cristianos y las cristianas, cómo han ejercido el poder, qué instituciones han construido, cuál ha sido el legado cultural a las siguientes generaciones?

La edición original en francés de La subversión del cristianismo es de 1984. Por aquel año el debate sobre el llamado “socialismo realmente existente” (y el pronunciado abismo entre la explotación de la revolución con la revolución contra la explotación y la subsecuente etapa de la utopía socialista y comunista de Karl Marx) concentraba la atención de los intelectuales y activistas políticos. Ellul estuvo del lado de quienes recordaban que Marx mismo había dicho que el tópico no era interpretar el mundo, sino transformarlo.

Entonces, a la luz de la máxima de Marx, cabía preguntarse si en realidad los países socialistas habían transformado de tal manera a sus sociedades que se pudiese decir que ellas eran más democráticas, justas, igualitarias, con libertad de expresión y mecanismos de control por parte de la sociedad para con los dirigentes. La respuesta fue no, lo que se había edificado en lugar de la dictadura del proletariado era una dictadura sobre el proletariado y en su nombre.

Es en este clima de crítica al socialismo real, y no a su idealización teórica, que Ellul construye una analogía con el cristianismo resultante del proceso de perversión: “entre lo que ha sucedido en el marxismo y lo que acontece en el cristianismo hay un punto de semejanza por demás evidente: ambos han hecho de la práctica la piedra de toque de la verdad o de la autenticidad. Dicho de otra manera: forzosamente aprendemos y formamos nuestros conocimientos acerca de ellos por esa práctica y no por las intenciones o la pureza de la doctrina o por la verdad de la fuente y el origen”.

Con una visión panorámica de la Biblia, no nada más restringida a pasajes inconexos de los que se extraen principios de bases endebles, Ellul nos recuerda que la totalidad de la Revelación enfatiza la unidad entre recta creencia y conductas que naturalmente deben desprenderse de esa fe en el Señor que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, demanda a quienes confiesan su nombre que sean luz a las naciones, comunidades de contraste que encarnan el Evangelio de justicia y paz.

Para el intelectual cristiano del que nos estamos ocupando, es imprescindible no separar la integralidad del Evangelio con dicotomías elaboradas por reduccionismos que solamente enfatizan un salvacionismo sin discipulado comprometido con los valores del Reino. Es así “que se ha querido obstinadamente establecer una contradicción entre la teología de la fe en Pablo y una teología de las obras en Santiago, pero esto es radicalmente inexacto”.

La lectura de la Palabra que no respeta la integralidad de la Revelación mutila el vínculo entre fe y ética. Un despropósito que no tiene asidero en Las Escrituras. Lo que hay es continuidad que alcanza su punto más alto en el Nuevo Testamento. Una cita que condensa el flujo neotestamentario sobre la fe que justifica y las obras que la expresan es la de Efesios 2:8-10. Ellul comenta que

El entramado de este texto es esencial. Lo que se rechaza, lo que se reprende es la autojustificación. La glorificación de uno por uno mismo, la autosuficiencia del hombre para conducirse en la vida, para cumplir el bien, etcétera. Salvados: lo somos por la gracia y no por las obras, pero precisamente para que no podamos gloriarnos por las obras. Por lo demás es indispensable hacer verdad esas obras que de antemano fueron dispuestas por Dios, que están en el “plan” de Dios; en cuanto a nosotros fuimos creados para que nos ejercitáramos en ellas, para que las practicáramos. No es Dios quien cumple las obras, somos nosotros a quienes incumbe la responsabilidad de ellas. La puesta por obras es, pues, en Pablo criterio visible de que recibimos la gracia con seriedad y de que entramos efectivamente en el plan de Dios, ambas cosas a la vez. Por consiguiente, para Pablo, en línea recta con Jesús, la práctica es la piedra de toque de la autenticidad.

Entonces si nuestra práctica es el termómetro de lo que hemos aprendido del Evangelio, y no respuestas dogmáticas aprendidas de memoria que esquematizan en fórmulas repetitivas lo que es más largo, ancho, alto y profundo: el amor ejemplar de Cristo (Efesios 3:18), debemos tomar con responsabilidad las críticas a la adulteración del cristianismo que desde distintos lugares se nos hacen.

Bien lo remarca Ellul: “En consecuencia, quienes atacan al cristianismo están perfectamente justificados si lo hacen a partir de la práctica desastrosa que nos ha caracterizado”. Tenemos que pasar por un proceso de metanoia, de arrepentimiento que nos regrese al Camino.
 

 


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COMENTARIOS

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Roberto B. Soriano
07/05/2013
13:55 h
3
 
Interesantísimo el artículo, nos vendría bien analizar en las iglesias de que manera somos incapaces de darnos cuenta hasta que punto nuestras congregaciones son presa de esta subversión del cristianismo y de que manera como comunidad podríamos ayudarnos a volver a las raíces del mismo.
 
Respondiendo a Roberto B. Soriano

Ronnie Diaz
28/09/2012
14:34 h
2
 
Realmente es un muy buen articulo. Donde puedo conseguir una copia en español del libro?
 
Respondiendo a Ronnie Diaz

Herbert Jiménez
26/09/2012
16:40 h
1
 
Excelente artículo!!
 



 
 
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