Una de las mayores persecuciones contra los cristianos durante el Imperio Romano fue bajo el gobierno de Decio. La violencia desatada hizo que muchos abjuraran de la fe para salvar su vida, pero también creó una división en el seno de la Iglesia y una profunda renovación espiritual.
Decio no fue con todo peor emperador que sus antecesores, simplemente interpretó que la decadencia del Imperio se debía al relajamiento de las costumbres paganas y al crecimiento del cristianismo, que ponía en cuestión la adoración al emperador, base principal de la unidad del Imperio.
Además, a mediados del siglo III, los bárbaros comenzaban a amenazar las fronteras y el nuevo emperador estaba decidido a actuar. Primero buscó la unidad interior, para ello desató una persecución contra el Cristianismo, aunque como hemos dicho su decisión fue más política que religiosa.
El emperador Decio pretendía no tanto destruir físicamente a los cristianos, sino más bien desmotivarlos y devolverlos a la antigua religión pagana.
Decio había comprobado que en las anteriores persecuciones los cristianos habían aumentado. Tertuliano ya había dicho que la sangre de los mártires abonaba el suelo para nuevas conversiones. Por eso la estrategia de Decio sería mucho más sutil.
No se ha conservado el edicto de Decio, pero instaba a los cristianos a rendir culto a los antiguos dioses y ofrecerles ofrendas, los que se negaban eran encarcelados, desposeídos y llevados a la muerte.
Los cristianos de aquella generación recibieron el edicto con sorpresa. Ellos nunca habían sido perseguidos y no estaban preparados para el martirio.
Las reacciones fueron diversas: Una gran parte obedeció el edicto; algunos después de ser acusados cedieron. Y los más ricos compraron certificados falsos de ofrendas a los dioses. Finalmente, una parte se negó a sacrificar a los dioses paganos.
No se produjeron muchas muertes violentas, tampoco hubo una persecución tan dramática como en anteriores ocasiones, pero Dacio logró dividir a los cristianos. La persecución se extendió a cada rincón del imperio y además fue continua, para intentar paganizar a los cristianos.
Los cristianos que no cedieron a las amenazas fueron conocidos como “confesores”. Tras la muerte de Decio la persecución se fue reduciendo, aunque hubo algún repunte bajo Valeriano.
Los cristianos habían sufrido un duro golpe, ya que había grandes masas que habían cedido a la amenaza de Decio. El problema era complejo, no se podía tratar igual al que había decidido obedecer el edicto sin más que al que lo había hecho bajo amenaza o tortura.
Novaciano de Roma, uno de los líderes de los “confesores” no aceptó la actitud reconciliadora de la mayor parte de la iglesia, Novaciano se separó de la iglesia oficial en la búsqueda de un cristianismo más puro. Algunos le acusaron de oportunista y resentido, ya que siendo presbítero en Roma, ambicionaba ser nombrado obispo de la ciudad. Al no ser elegido, provocó el cisma de los “confesores”.
El novacianismo se caracterizó por su rigor y puritanismo, su deseo de volver a las prácticas originarias del Cristianismo. No practicaban bautismo de niños ni confirmación, tampoco veneraban a los mártires o santos, aunque no se conoce mucho de sus prácticas y ritos.
Sin duda la persecución de Dacio es la que más se parece a la de nuestros días.
La sutileza de dividir y obligar a los cristianos a plegarse al pensamiento del tiempo actual, introduciendo las ideas del mundo en la Iglesia.
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