Cuando uno tiene la posibilidad de leer los poemas de Jorge Debravo, textos intensos y condensados en una expresividad en ocasiones “militante” o cercana al manifiesto, pero siempre traslúcida y directa, la pregunta de rigor surge inevitablemente: ¿por qué esta poesía no ha trascendido más allá de las fronteras geográficas y su autor no es reconocido como una de las grandes voces hispanoamericanas?
¿Acaso hemos de seguir viendo en ello la marginación de Centroamérica, con excepción de Nicaragua, en los grandes recuentos latinoamericanos? Poetas como Ernesto Cardenal, Gioconda Belli o Salomón de la Selva son bien conocidos, ¿pero dónde quedan el hondureño Roberto Sosa, los salvadoreños David Escobar Galindo y Roberto Armijo, o los panameños Bertalicia Peralta y Rogelio Sinán? Esta poesía tan relegada no ha estado al alcance de sus lectores potenciales pues en otros países era un viacrucis conseguir leerla. Una puerta de acceso, desde España, fue la
Antología de poetas hispanoamericanos, de Ángel García Aller y Alfonso García Rodríguez (león, Nebrija, 1980), quienes incluyeron a Debravo en su búsqueda, país por país, de los testimonios líricos del subcontinente, con fotografía de por medio.
Estos antologadores se refieren así a Debravo: “Hijo de campesinos muy humildes, concluyó la primaria en Turrialba, becado por la Junta de Educación. Luego, trabajó de empleado del Seguro Social, lo que le obligó a continuos traslados, y sólo concluirá sus estudios de bachillerato a las edad de 27 años, después de uno de sus regresos a Turrialba”. En efecto,
al morir acababa de matricularse en la universidad. Agregan que fundó el grupo Poetas de Turrialba y que participó en la Asociación de Escritores Costarricenses. Era una “obra en expansión” fruto de una juventud creativa, que recuerda al español Miguel Hernández, y que auguraba amplios desarrollos posteriores, atisbados en su ya de por sí extensa producción.
Porque
en Costa Rica, y hay que dejarlo bien claro, a pesar de las polémicas que nunca faltan, Debravo es considerado el “poeta nacional”, con todo lo que implica hablar así en estos tiempos posmodernos. Gracias a él y a otros escritores amigos suyos se sembró en ese país una semilla cuyo crecimiento es posible advertir en las calles de San José ante los letreros insistentes que rezan: “Lea poesía”. Algo tan simple como eso marca la diferencia sustentada en la efectividad de una poesía que llega instantáneamente adonde se propone.
Me explico más: quien escribe estas líneas no puede olvidar el 21 de marzo de 1998, la celebración del Día Nacional de la Poesía, en conmemoración del día en que nació Debravo. Allí, en el Anfiteatro del Centro Nacional de la Cultura, varios de sus amigos y otros poetas posteriores leyeron su obra: Laureano Albán, Marco Aguilar, Milton Zárate, Julieta Dobles, Ronald Bonilla, Carlos Francisco Monge y Alfonso Chase compartieron sus versos con un público ávido, en su mayoría joven. Ese año se cumplían 60 años del natalicio del poeta turrialbense; dos años atrás comenzó esta celebración con el establecimiento oficial de la fecha.
Versos como los que siguen, que no niegan su propósito y abiertamente se entregan mediante una sinceridad que desarma, casi literalmente, y en especial por dirigirse a alguien como Jesucristo. Así son sus Consejos para Cristo al comenzar el año (1960), breve poemario recogido en Milagro abierto:
Perdona si te doy estos consejos:
Sabes que lo hago en calidad de amigo.
Yo no quisiera que las gentes hablen
mal de ti, Cristo.
Por eso te propongo que en este año,
aún recién nacido,
vengas a visitarnos con frecuencia
y nos ayudes a buscar caminos.
Podrías darles lecciones a los curas,
recordarles lo que es el Cristianismo,
cambiarles el cerebro a algunos tipos:
A los políticos
y a algunos dictadores
presumidos.
Podrías darles consejos a los padres
y a los hijos.
También podrías traer algunos panes
para los mendigos.
En fin ya tendrás tiempo de ir pensando
todo lo que hay que hacer en estos sitios.
Sin olvidar la situación social, el hablante poético se planta frente al Salvador y espontáneamente, en un fluir de palabras que se nutre profundamente del coloquialismo, en el espíritu de la época, transforma la tradicional fe pasiva y verbaliza una visión muy distinta de las cosas, a medio camino entre el fervor revolucionario y la confianza religiosa:
Una vez me contaste tu milagro
hecho en las Bodas de Caná. ¿Recuerdas?
Dijiste que te había causado mucha
emoción por haber sido la primera
vez que hacías cosas grandes.
Melo contaste guiñándome los ojos,
como si yo no lo supiera.
Se te volvió el semblante ancho y alegre
y la cara de fiesta...
Nosotros dos hemos hablado mucho,
en horas de esperanza y de miseria.
No creo que te avergüences
de esta amistad sincera
y de haberme contado algunas cosas
con el ruego que a nadie lo dijera.
***
Muchos niños se caen en el pozo
del hambre y de la muerte, noche a noche.
Muchos hombres fallecen en aceras
olorosas a alcohol, negros y pobres.
Muchas mujeres compran pan y carne
con el sexo blenorrágico y deforme.
Los más fuertes hornean capitales
quemándoles los dedos a los pobres.
Unos rezan a Dios pidiendo llanto,
dolor y crimen para los enemigos.
Otros vienen con panes en la boca
y en las manos venenos y cuchillos.
A mí, personalmente, me parece
que deben acabarse estos suplicios.
Su “Salmo de las maderas” es ceñido y elocuente, al mismo tiempo, en su combinación de un verso “controlado” pero que combina la visión del cuerpo amado y de la naturaleza cercana y entrañable. Es poesía de registro amoroso pero que se asoma también a la celebración de las bondades de la tierra:
Hay maderas oscuras y profundas
como tus ojos y tus cabellos.
Porque tus ojos y tus cabellos son
como maderas profundas y charoladas.
Hay maderas suaves y livianas
como tu piel y tu alegría.
Porque tu piel y tu alegría son
como maderas suaves y livianas.
Hay maderas recias y macizas
como tus piernas y tus espaldas.
Porque tus piernas y tus espaldas son
como maderas recias y macizas.
Hay maderas húmedas y rojas
como la piel de tus labios y de tu lengua.
Porque la piel de tus labios y de tu lengua es
como una madera roja y empapada de savia.
Hay maderas olorosas y vivas
como el olor de tu cuerpo.
Porque el olor de tu cuerpo es
como el olor de las maderas
cortadas en los tiempos de lluvias.
Hay maderas que al ser trabajadas
dan notas musicales y perfectas.
Tu amor es una nota musical y perfecta
como el sonido que dan ciertas maderas
cuando son trabajadas.
Hay maderas que se quejan en las noches de lluvia
y en las tardes de tormenta.
Porque eres triste, y esto te embellece y purifica,
te pareces a esas maderas que se quejan
en las noches de lluvia y en las tardes de tormenta.
Hay maderas que tienen un sabor y perfume
tan propios que, cuando se las huele o se las besa,
ya no son olvidadas nunca más en la vida.
Porque eres fatalmente inolvidable,
te pareces a esas maderas que se recuerdan
hasta la muerte cuando se las huele o se las besa.
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