Mucho se ha hablado y se seguirá hablando de la historia que muestra al Maestro de Galilea –de carácter normalmente apacible - transformado en un hombre indignado que manifiesta su enojo con decisión y energía, para asombro de sus contemporáneos. Es posible, sin embargo, que sean más los que no la citan, que los que lo hacen sin haber comprendido a fondo la relación que hay entre Jesucristo y el templo diseñado y construido por su Padre.
LA INDIGNACIÓN DE JESÚS FRENTE AL TEMPLO
Intentaremos seguir profundizando en este tema para aumentar nuestra comprensión de esa relación y nos acerquemos más al Mesías en su reacción frente al próspero mercado donde se mezclaba el ritual religioso con las ansias de lucro. Ese mercado operaba con el permiso de los líderes del templo, de las autoridades del invadido reino de Israel y del poderoso Imperio invasor. Su justificación era: proveer los medios para cumplir con el programa del templo; pero, en realidad era su afán de lucro religioso.
“Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” (1)
El Maestro que sana a los enfermos y enseña a la gente del pueblo, no soporta ver la realidad de un templo manejado por líderes ciegos que cierran las puertas del reino de Dios a los pecadores. Tampoco deja de acusar a los que se han rebelado contra su Padre mostrándoles sus vergonzosas contradicciones:
“¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: ‘Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor’. ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? (…) y el que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita” (2)
Jesús no deja de mostrarles que conoce muy bien las intenciones que dominan sus corazones y les llevan a vivir hipócritamente y a ufanarse de ello; como lo demostró con la comparación que hizo a sus discípulos del fariseo y el publicano orando en el templo
(3). Directamente les mostró su avaricia en oportunidad de ser acusado por los fariseos de no hacer guardar las tradiciones a sus discípulos; cuando les respondió:
“¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?Porque Dios mandó diciendo:
‘Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente’.
Pero vosotros decís:
‘Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.
Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.”(4)
La búsqueda de prosperidad temporal llevó a los líderes eclesiásticos de Israel a imponer un sistema recaudatorio de ofrendas como “tradición de los ancianos”; así se excusaban de su acción y amparaban al que dejaba de atender a sus ancianos padres en las necesidades básicas. Pero iban más lejos aún, imponiendo ellos la tradición por encima del cuarto mandamiento aseguraban que si se ofrendaba al templo el sostén de los padres, ya no era necesario el mandamiento e invalidaban el castigo.
Ahora, Jesús les sorprende mostrándoles que conoce de sus crímenes perpetrados dentro del santuario; por más que intentasen ocultarlos para apañarse entre ellos. Y les adelanta lo que pronto les sobrevendrá:
“… para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar”. (4)
Es bueno recordar que Dios, en su divino propósito, trajo al mundo al último profeta –Juan, apodado el Bautista- y a su Hijo –Jesús, apodado el Nazareno- en el mismo momento histórico y en circunstancias que resultaban impensadas para la época. Eran tales que generaron sospechas, incomodidad, sanguinarios decretos y numerosas muertes a manos de las clases gobernantes y religiosas.
Zacarías había quedado mudo hasta que presentaron al pequeño Juan en el templo. En ese periodo había alrededor de 800 sacerdotes oficiando en cada uno de los 24 turnos, según calculó el historiador Josefo. No asombra entonces que Zacarías fuese acosado por la impaciente ambición de los que deseaban ocupar su sitio para oficiar en el templo. Estaban dispuestos a llegar al extremo de asesinarlo como un acto de justicia.
La declaración de un indignado Jesús nos revela que esos religiosos habían matado al padre del precursor del Mesias cuando servía en el templo. Quizás suponían que aparentaba mudez sólo para no compartir la información que podría darles más autoridad a sus sucesores.
Desde la muerte de Zacarías hasta el día en que Jesús reprende a los fariseos y escribas tan duramente, habían pasado años de silencio respecto del Mesías. Cuando el propio Juan dio testimonio de él por el Espíritu: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y las multitudes le pedían ser bautizadas por él, pronto sobrevino su decapitación por pedido de Herodías.
Sólo quedaba Jesús; y sería él quien diría “mi testimonio es verdadero” al declarar Quién le había enviado.
LA DISTRACCIÓN DE LOS DISCÍPULOS
Los discípulos de Jesús, mientras tanto, habían quedado atrapados por la majestuosidad arquitectónica del templo y lo comentaron espontáneamente con su Maestro. Marcos lo narra así:
“Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.”(6)
Nuestra propensión a lo de aquí y ahora no es diferente de la actitud de los discípulos de Jesús, allá y entonces. Su mentor estaba dando señales de su pronta partida y ellos se preocupaban más por el presente, lo relacionado al edificio del templo, la restauración del reino a Israel, y la esperanza de un reconocimiento terrenal por ser fieles seguidores.
Mientras los cercanos a Jesús se distraen, el Hijo de Dios está terminando el período de enseñanza y comienza a transitar el duro camino al sacrificio expiatorio a llevarse a cabo fuera del templo terrenal. Entonces deja perplejos a todos diciéndoles:
“… destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: en cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.”(7)
En nuestra próxima nota: La cruz y el templo. Hasta entonces, si el Señor lo permite.
1. Mateo 21:12,13
2. Mateo 23:16,17, 21
3. Lucas 18:9-14
4. Mateo 15:3-9
5. Mateo 23:35,36
6. Marcos 13:1,2
7. Juan 2:19-21
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