Ya hace unos cuantos años mi vida no tenía ni un minuto de descanso. Tenía tres niños pequeños siempre conmigo “metidos en una cesta”; ayudaba todo lo que podía a mi marido en la labor de pastorado: hospitalidad, visitas.... mi propio ministerio, radio, mensajes, células, artículos....
Cuando alguien me preguntaba como estaba, mi respuesta siempre era la misma: cansada!!!. Lo que más deseaba, en aquellos años, era pasar un mes en un balneario durmiendo, durmiendo, durmiendo y poco más.
No sé si esa es la experiencia de otras mujeres, pero era la mía.
Era feliz con lo que hacía; aunque mis fuerzas se acababan por momentos, perdí mucho peso y casi enfermé, es decir que unos años especiales, llenos de vida, de hijos preciosos y de un trabajo al que amaba se convirtieron en una especie de fatiga que, poco a poco, me iba minando.
Un día escuché una frase que me prendió: “Cuando el Diablo no nos puede parar, nos acelera” y esa frase sencilla, pero llena de significado se convirtió en una especie de revelación para mi.
Es verdad que mis hijos fueron creciendo, pero a medida que ellos crecían también lo hacía mi propio ministerio, realmente se multiplicaba; Aunque el enfoque de toda mi vida comenzó a cambiar radicalmente.
Era necesario comer sentada y bien, era necesario dormir las horas suficientes y -sobre todo- era imprescindible tener muy claro el orden de prioridades y saber decir que no cuando había que decirlo.
En una ocasión vino un matrimonio a mi iglesia y la esposa tuvo una reunión para las mujeres. No recuerdo ni como se llamaba, pero recuerdo que dijo algo que nunca olvidé, dijo que
muchas personas que se dedican a servir al Señor tienen invertido el orden de valores, poner la obra del Señor en primer lugar y todo el resto se desconflautaba. Recuerdo que hizo una imagen con sus dedos y lo explicó con mucha claridad: primero el Señor, después la familia y en último lugar la obra del Señor.
Aquello me dejó un poco sorprendida, pero comprendí perfectamente, quizá yo había invertido el orden en algunas ocasiones y por eso algunas cosas no iban bien. Pero aprendí y comencé a cambiar una serie de cosas en mi vida.
Por supuesto el Señor siempre había sido lo primero pero -a veces- el Señor de la obra y la obra del Señor se entremenclaban entre ellos y quien salía perjudicada era la propia familia y yo misma.
Recordáis la historia de Moisés y su suegro Jetro cuando Moisés estaba exhausto por trabajar demasiado y solo. Esa lección también me enseñó mucho; Así que con decisión comencé a cambiar las cosas en mi vida.
Primero las prioridades bien claras y segundo rodearme de gente en la que veía dones, sobre todo gente joven que me ayudara y a la que poder formar a la vez. Entonces todo comenzó a tomar un nuevo rumbo.
De eso hace mucho tiempo, hoy mis hijos son mayores y -aunque ellos se creen que no- me siguen necesitando, mi marido necesita mi apoyo, tengo conmigo a mi madre que también me necesita y un ministerio amplio que requiere de mi tiempo, pero nunca olvidé la frase: “Cuando el diablo no nos puede parar, nos acelera”.
Después del descanso necesario, lo primero en mi día es disfrutar de un buen café y lo siguiente es mi tiempo con el Señor, es el mejor rato del día. Allí me nutro de Su Palabra que siempre es nueva para mi, cada vez me enseña algo por mucho que la tenga memorizada. Ese momento es como un bálsamo para mi vida, como una especie de crema nutritiva y suavizante para mi alma que me inunda de la presencia de Dios y después hablo con mi Señor en la soledad y pongo a Sus pies cada una de mis cargas.
Luego me pongo al resto y... os aseguro que hay tiempo para todo, para la familia, para todo lo necesario y -por supuesto- para el ministerio, que no es poco; pero que ahora hago con gusto sin que me suponga una carga y... qué caramba!! hasta para el aerobic, que va de perlas.....
Si, sé que se ha escrito mucho sobre el activismo pero es la primera vez que lo nombro en todo el artículo. Simplemente he querido compartir mi experiencia deseando que te bendiga y termino con un versículo que es la base de mi vida, el que pone todo en su orden correcto, con el que comienzo mis días y mi último pensamiento en la noche:
“Pero en cuanto a mi, el acercarme a Dios es el bien” S73:28.
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