Vimos la pasada semana que si bien la Iglesia, si bien no cuenta -como era el caso de Israel- con un templo físico hecho de manos de hombres, es en cada seguidor de Jesús, un Templo donde mora su Santo Espíritu. Es el reflejo de su interior el que ejerce en los demás ese polo de atracción donde pueden recurrir a buscar su propia sanidad y salvación.
Y al igual que en su tiempo Israel, como Iglesia de Cristo debemos ser una fuerza centrífuga que expande el grato olor de la presencia de nuestro Creador y Salvador a otros.
Israel y la Iglesia debían ser vasos comunicantes de la Gracia divina a los pueblos y naciones que le rodeaban. La fuerza de su interior estaba en la pasión por trasmitir a otros, lo que por gracia divina habían recibido.
Los pueblos y naciones que rodeaban a Israel alcanzaron el favor divino mientras Israel ejerció su función sacerdotal y cumplió las leyes divinas. El ejemplo de Jonás – aún cuando pueda ser visto como un profeta desobediente a su responsabilidad en compartir un mensaje de misericordia con Nínive - evidencia la carga de amor del corazón divino que sólo pudo ser expresado en perdón recibido cuando el mensajero de Dios obedece a su llamado sacerdotal.
En la medida que Israel, a través de sus reyes, profetas y sacerdotes, se mantuvo fiel en mostrar su obediencia a Dios, las naciones vecinas mostraron reconocimiento a Jehová y a su pueblo. Tristement, el pueblo de Israel perdió de vista su encomendación y olvidó los deberes
y obligaciones con los que Dios lo había dotado, y en el devenir de la historia bíblica muchas veces sufrió por este olvido.
UN PUEBLO CARENTE DE VISIÓN TRASCENDENTE
De poder alcanzar lo ilimitado, los israelitas se auto-limitaron mirando sus propias barreras y temores. Perdieron la perspectiva del Dios que los había llamado y capacitado, dándoles un Mensaje que compartir y un poder que radicaba en su propia Palabra y Promesa. Olvidaron que las conquistas de todo aquello que pisaren las plantas de sus pies (Deut11.24), tenía su fundamento en la inmutable promesa de Dios.
Quizás - y es probable que así sea – los cristianos también han sufrido un shock de pérdida de memoria, una especie de amnesia de la verdadera identidad que Dios que les ha dado en Cristo.
Todo parece confluir en la experiencia de Mahatma Gandhi -que mencionábamos en el anterior artículo- con lo que hoy puede llegar a ser la experiencia de vida de muchos llamados cristianos. Patentizan una dualidad vivencial. Una falta de coherencia IDENTITARIA. Tal vez no por un rechazo voluntario e intencional de las enseñanzas de Cristo, sino por simple y llana ignorancia.
Muchos en el llamado Pueblo de Dios desconocen la identidad que les ha sido conferida en Cristo nuestro Señor y por causa de ésta ignorancia su rumbo es incierto.
ESENCIA DE LA IDENTIDAD EN CRISTO
Si la identidad en Cristo es Cristo mismo viviendo su voluntad en la vida de un seguidor suyo, se vuelve necesario considerar el propósito central de la obra de Cristo en el cristiano.
Fuimos escogidos para reflejar a través de lo que “hacemos” lo que realmente “somos”. Somos llamados “a ser” con la misma intensidad que somos llamados “a hacer”.
El apóstol Santiago desafía al cristiano a demostrar lo que es a través de lo que hace.
“Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras”. Sgo 2.18 y el Señor Jesús en Luc 6.44 enseña: “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas”.
Lo que el líder hindú manifestaba era que no veía coherencia en los cristianos de su tiempo entre lo que expresaban ser y el resultado de su obrar.
Hay un tercer aspecto en este sentido que quisiera resaltar y que el apóstol Pedro clarifica.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2.9 ).
La Iglesia es Pueblo de Dios rescatada para dar gloria a quién pagó un alto precio por ella. Pero aún esta gloria que dispensamos a Dios es llevada a cabo porque Dios mismo capacita a su pueblo por medio de su Espíritu Santo para poder brindarle honor.
Dios le reconoce a su pueblo una herencia o linaje escogido. Le reconoce una autoridad única para que ministre como sacerdote entre el Creador y los naciones alrededor del mundo.
Le declara una nación que fue apartada para ministrarle aún viviendo entre un mundo corrupto y ajeno a Dios.
Le expresa que el lugar que ocupa no es por méritos propios sino que a sido comprada a un alto precio “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor 6.20). Y todo ello; su herencia; su sacerdocio; su santidad; tienen un único, abarcativo y declarante propósito: Anunciar a Jesucristo aquí, allí y allá.
Nunca ha sido el cristianismo el que despierta el interés de las personas por Cristo, sino la obra de Cristo en la transformación de hombres y mujeres de todos los tiempos. Ser y verbalizar lo que somos como Iglesia de Cristo es la necesidad mayor que tienen los hombres y mujeres de todos los tiempos.
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