Hay vidas humildes y modestas, cuya historia tiene derecho al respeto de la generación en que han hecho sentir su influencia saludable, y en cuyo sepulcro deben verterse —no lágrimas, que un hombre muerto, si ha sido honrado, no debe llorarse como perdido—, sino bendiciones y siemprevivas, muestra cariñosa del afecto que han merecido sus virtudes de sus contemporáneos. Estas líneas nos inspira la muerte del señor Juan Amador, últimamente acaecida en la villa de Cos, en Zacatecas. Él peleó durante la Guerra de Reforma, él fue soldado en la guerra, y hombre trabajador y útil en la paz. No hubo idea generosa que no acogiera, ni pensamiento liberal que no pusiera en práctica. Se le revelaba lo justo, y sentía, mejor aún que entendía, las necesidades y los impulsos del progreso. Noble corazón, fue ayudado y bien servido en todas sus obras por un cerebro enérgico y activo.
[1] José Martí
Es muy probable que, al final de su vida, Juan Amador haya experimentado la satisfacción porque, después de tantos esfuerzos, desvelos y polémicas, finalmente se haya establecido en su terruño una comunidad de fieles evangélicos que con el tiempo serían pioneros de los inicios de la Iglesia Presbiteriana aun cuando en sus inicios no tuvieran en mente pertenecer a alguna confesión protestante.
La visión confesional que en ocasiones trata de encasillar a personajes tan valiosos para hacerlos formar parte de proyectos que no necesariamente compartieron lo único que hace es reducir la comprensión de sus aportaciones como parte de una historia que va más allá de los acontecimientos ligados a la práctica religiosa.
Es el caso de
Amador, cuya huella se dejaría sentir en muchos ámbitos, pues si aquí se han destacado sus impulsos para propagar el mensaje cristiano, también se ha destacado su lucha ideológica y política, a la cual dedicó tiempo y buena parte de sus capacidades.
Una muestra de esta influencia más amplia son las
menciones de las que es objeto en una página de carácter oficial, relacionada con el municipio de Villa de Cosa, donde se consigna que fue presidente municipal entre 1861 y 1868, y que dejó el cargo por no estar de acuerdo con el imperio de Maximiliano.
[2]
Allí mismo, en la sección de personajes ilustres, aparece su nombre al mencionarse a su hijo Elías, quien fungió en el mismo puesto que él y se destaca que, junto con Severo Cosío, construyó el primer templo presbiteriano de América Latina, en una época en la que esfuerzos similares se llevaban a cabo en Colombia (1856) y Brasil (1859).
Por ello es que la reconstrucción de su vida sigue siendo una deuda para la historiografía del protestantismo, puesto que la mirada estrictamente “parroquial” o eclesiocéntrica no contribuye mucho a establecer con claridad la importancia socio-política de los movimientos disidentes que en el siglo XIX participaron en la conformación de un nuevo rostro del país, sobre todo por el impulso para establecer la laicidad como una realidad efectiva, a contracorriente de los grupos conservadores.
Con todo, no deja de ser relevante la evolución de la Iglesia Presbiteriana en ese lugar, como parte de una dinámica propia de crecimiento en regiones donde el liberalismo y el anticlericalismo fueron la constante. Zacatecas fue una entidad en donde esto se vivió intensamente. Hugo Daniel Sánchez Espinosa, en su estudio sobre el presbiterianismo del norte de México, dio seguimiento a lo sucedido con la congregación fundada por Juan Amador y registra que la labor pastoral del misionero presbiteriano Paul H. Pitkin únicamente tuvo como propósito “darle matiz denominacional […] a los grupos de creyentes organizados en Villa de Cos, Fresnillo y Salado”.
[3] Para entonces, la entidad aún no había sido contemplada como zona de labor misionera “debido a que allí se encontraba la residencia oficial del obispo y otros dirigentes católicos que podían obstaculizar el trabajo. Pitkin renunció y la junta misionera estadunidense envió a Henry C. Thomson a sustituirlo, en octubre de 1873.
Atendiendo el contexto socio-económico, Sánchez Espinosa resume lo sucedido en años posteriores:
…en un principio, 1868-1874, la iglesia de Villa de Cos fue un baluarte fundamental para los heterodoxos en la región. Pero con el paso del tiempo, básicamente de 1875 a 1889, ésta vino cuesta abajo, decayendo por diversas causas. Entre ellas, la migración de sus miembros, debido a que la minería, fuente principal de empleo en la población, a consecuencia de los movimientos políticos nacionalistas sufría pérdidas considerables y tenía, por ende, que disminuir su bolsa de trabajo. Y en unos casos cerrarla totalmente. [...
[4]
También se ocupa de los “factores internos”, propios de una implantación religiosa que demandaba ajustes estructurales para su permanencia:
Sin embargo, no fue exclusivamente la ida de algunos simpatizantes a otras latitudes lo que disminuyó la cantidad de asistentes a los cultos reformados en Cos. Entre las razones […] pueden citarse: el considerable descuido pastoral de parte de los dirigentes de la congregación; la falta de un ministro de planta con los debidos estudios teológicos; que la tarea misionera se haya visto reducida a meras visitas eventuales; que unos “hermanos” se hayan trasladado a la capital por puro placer; además de poseer un templo en pésimas condiciones, aunque este último no tuviera mucho tiempo de vida, menos de 20 años. Asimismo, la imprenta en donde se publicaba La Antorcha Evangélica fue trasladada a Zacatecas. De este modo, Cos pasó a ser un mero recuerdo de las viejas glorias.
[5]
No obstante estos sucesos, explicables por los diversos factores en juego, la obra de Juan Amador quedó como una de las grandes aportaciones a los comienzos del protestantismo mexicano.
Apolonio C. Vázquez completa este panorama cuando explica que, a pesar de esos problemas, la congregación siguió reuniéndose y tuvo dos escuelas para niños y niñas que funcionó hasta el año en que murió Amador, en 1876, y estableció una mixta en 1905, que se clausuró en 1909. La iglesia se organizó nuevamente en 1923; en 1930 se separó del presbiterio al que pertenecía, aunque en 1941 se reintegró al mismo.
[6]
Por todo ello, son muy apreciables las palabras de David Macías (ex director del seminario teológico denominacional) al concluir su reseña sobre esta comunidad:
Cuando llegó el momento de que don Juan Amador fuera a descansar en los brazos de su Salvador, no les fue permitido a sus deudos que lo sepultaran en el panteón y tuvieron que darle sepultura detrás de este templo; allí reposan sus restos y los de su familia esperando que el reconocimiento de la Iglesia Presbiteriana levante un monumento, no en honor del hombre sino de gloria a Dios y de gratitud por la vida de este siervo suyo y de sus compañeros de lucha. […] La iglesia debe conservar la memoria de aquellos caballeros de Cristo cuya devoción hizo posible con la ayuda de Dios, la creación de esta Iglesia Nacional Presbiteriana de Villa de Cos, y cuya vida ejemplar deberá servir de paradigma a las generaciones de nuestra Iglesia.
[7]
Resulta muy desafortunado que la Iglesia Nacional Presbiteriana de México nunca haya organizado un archivo histórico que ubique con justicia a sus pioneros e iniciadores mexicanos. Mínimamente, el nombre de Juan Amador debería figurar en alguna asociación o instancia dedicada a tal fin, pero esta iglesia ha mostrado muy poco interés por reinterpretar seriamente su pasado, incluso en las celebraciones recientes. Es un caso preocupante.
Concluiremos diciendo que Elías Amador también se ganaría un lugar en la memoria de su estado porque sus acciones trascendieron el ámbito local. En la siguiente entrega nos ocuparemos de él.
[5]Ibid., p. 38. Cf. J. Martínez López,
op. cit., pp. 69-73.
[6]A.C. Vázquez,
Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México,. México, El Faro, 1985, p. 326.
[7]D. Macías, en
El Faro, agosto de 1972, cit. por A.C. Vázquez,
op. cit., p. 325.
Si quieres comentar o