En abril de 1827 llega al país James (Diego) Thomson, lo hace a invitación de un representante diplomático del gobierno mexicano: Vicente Rocafuerte. Mencionamos que Rocafuerte, de origen ecuatoriano, se une a la lucha contra el emperador Agustín de Iturbide,[i] y defiende la tolerancia de cultos, cuyo objetivo era el de “permitir la libre práctica de los diferentes credos [y así] facilitar la inmigración protestante”. Para él era “fundamentalmente una libertad civil, no un mandato religioso”.[ii]
Con el fin de que Rocafuerte pudiese cumplir con el encargo de representar a México en las negociaciones para que Inglaterra otorgase el reconocimiento diplomático al país, el Congreso le extiende carta de ciudadanía mexicana al ecuatoriano en marzo de 1824. A mediados del mismo año Mariano Michelena y Vicente Rocafuerte salen hacia Inglaterra con los nombramientos de ministro plenipotenciario y secretario, respectivamente. Tras largas gestiones, el 31 de diciembre del mismo año, el ministro inglés, George Canning, anuncia a los enviados mexicanos que su gobierno está dispuesto a extender el reconocimiento. El documento es firmado por ambas partes el 6 de abril de 1825.
[iii]
Mientras Rocafuerte reside en Londres se relaciona con distintas organizaciones y personajes, entre aquellas se cuentan la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, así como la
British and Foreign Schools Society, impulsora de las escuelas lancasterianas. Ésta lo nombra miembro honorario en 1827. Un año antes, Rocafuerte y Thomson elaboran conjuntamente el escrito
Representación de la Sociedad Británica y Extranjera de Escuelas Mutuas al Congreso de Tacubaya (población entonces cercana a la ciudad de México, y hoy parte integrante de la urbe), a ser presentado en la Segunda Conferencia Panamericana. El Congreso es cancelado por los organizadores, pero James Thomson continúa con los planes para viajar a México, periplo en el que la iniciativa de su realización “pudo haber venido de don Vicente Rocafuerte”.
[iv]
Los tres años de Diego Thomson (abril de 1827-junio de 1830) en la nación mexicana son de altibajos. Mientras por un lado tiene el apoyo de algunos intelectuales, políticos y clérigos católicos, así como pequeños éxitos en la distribución de la Biblia, por el otro encuentra franca hostilidad por parte de las autoridades eclesiásticas católicas.
[v]
La misión de Thomson es registrada por la prensa de la época. Conocemos críticas y simpatías mediante la polémica publicada en las páginas del principal periódico de aquellos años:
El Águila Mexicana. Hemos localizado seis artículos, cuatro son críticas acerbas a quien pretende, mediante la distribución de la Biblia sin notas doctrinales ni libros deuterocanónicos, descatolizar a México y, así, sostienen los adversarios a la obra de Thomson, desintegrar a la nación para hacerla presa fácil del imperialismo protestante anglosajón.
[vi]
Los dos artículos que responden a las acusaciones anteriores delinean el derecho del pueblo a leer Las Escrituras en su propia lengua. Uno es de Diego Thomson, y dice que si bien es cierto que la versión de la Biblia distribuida carece de libros deuterocanónicos, ello no debiera ser obstáculo para leer la obra cuya traducción castellana es de un autor católico, Felipe Scío de San Miguel.
[vii] El otro escrito está firmado por quien se hace llamar
El Filobíblico Poblano, y reivindica con entusiasmo a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y la versión de la Biblia distribuida por Thomson.
[viii]
Destacamos un artículo aparecido en otra publicación debido a la relevancia de su autor en el México de entonces: el sacerdote y teólogo católico José María Luis Mora, padre del primer liberalismo mexicano y decidido partidario de la separación Iglesia (católica)-Estado.
[ix] En una fecha simbólica para el protestantismo, 31 de octubre, Mora hace una muy clara y precisa apología de los materiales bíblicos que distribuye Diego Thomson.
[x] Sostiene que solamente por la intolerancia anidada en las clases dirigentes, tanto religiosas como políticas, es posible estar en desacuerdo con la circulación de biblias y nuevos testamentos que denodadamente pone en las manos del pueblo el enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera.
El debate público sobre la conveniencia, o no, de la tolerancia de cultos alcanza mayor relevancia con un escrito de Vicente Rocafuerte que es publicado en 1831. Expone las que considera ventajas para el país, si éste deja de lado la cerrazón de no permitir la existencia y práctica pública de otros credos distintos al católico romano.
[xi]
Las críticas contra la propuesta de Rocafuerte se publican tanto en la prensa
[xii] como en forma de opúsculos. Destaca entre estos últimos la
Disertación contra la tolerancia religiosa, de Juan Bautista Morales.
[xiii] Argumenta que permitir el asentamiento en México de otras confesiones religiosas, particularmente del protestantismo, traería mayores calamidades que los supuestos beneficios políticos, culturales y económicos defendidos por Rocafuerte.
Un grupo de sacerdotes católicos, que fue conocido como los Padres constitucionalistas por su decidido apoyo a la Constitución de 1857 y simpatía por los liberales que buscaban romper el dominio que sobre las instituciones estatales tenía la cúpula clerical católica, se dedicó a explorar la posibilidad de crear la Iglesia mexicana, libre del dominio de Roma.
[xiv] Uno de ellos, Manuel Aguilar iría más allá de la crítica para establecer una congregación no católica.
El 12 de mayo de 1861 el párroco de San Bárbara y de Nuevo Morelos, Ramón Lozano, en el estado de Tamaulipas, junto con su feligresía hacen público un manifiesto de 12 puntos. El encabezado dice “Dios, Libertad y Reforma”. Consideran que es necesario protestar contra “los obispos que aún siguen usando el carácter tirano, déspota y feroz que ejercían antes de las Leyes de Reforma [juaristas], sin miramientos a ellas ni consideración a los individuos […] que han declinado mucho de la humanidad y mansedumbre que les encargó el fundador de la religión que encabezan, cuando les dijo ‘yo os envío como corderos entre los lobos’ pudiendo decirse en verdad que hacen el papel contrario, y más bien parecen lobos entre corderos”.
[xv]
El punto primero consigna que las iglesias de “Santa Bárbara y Nuevo Morelos” han acordado “formar espontáneamente una sola Iglesia, apoyada en las creencias católicas en la libertad de conciencia; según lo explican las leyes nacionales de reforma, por cuya razón se denominará católica, apostólica, mexicana”.
En nuestra próxima entrega continuaremos con los intentos consolidados por nacionales para organizar congregaciones de carácter evangélico, las cuales se fortalecen de manera creciente en la década que corre de 1862 a 1872, éste último año es en el que llegan de forma institucionalizada y organizada los misioneros protestantes extranjeros a México.
De la crítica al dominio de la Iglesia católica en México en el siglo XIX, a partir de la quinta década de esa centuria algunos grupos van más allá e inician comunidades protestantes. En tales intentos confluyen ideas y personajes que han sido oscurecidos por el desconocimiento histórico, lo que ha llevado a casi olvidarles como precursores del amplio abanico protestante/evangélico emergente en la década de los años setenta del siglo XIX.
No con la misma fuerza que el liberalismo político, pero se fue gestando en México un liberalismo religioso en la década de los cincuenta del siglo XIX. Una manifestación clara de este último fue el grupo de los Padres constitucionalistas. Fueron sacerdotes católicos que se organizaron en 1854, y su movimiento se caracterizó por ser “reformista intracatólico, nacionalista y antirromanista”.
[xvi] Los Padres constitucionalistas hicieron activismo e favor de la Constitución liberal de 1857, en cuyas sesiones se deliberó acaloradamente sobre la libertad de cultos, pero que finalmente no fue aprobada como pugnaban los liberales radicales.
[xvii]
Con el fin de solicitar apoyo externo a los esfuerzos internos que los Padres constitucionalistas realizaban para impulsar núcleos no católico romanos, en 1862 y 1863 viajan a Nueva York “los sacerdotes [Francisco] Domínguez, [Rafael] Díaz Martínez y [Juan N. Enríquez] Orestes […] para ponerse en contacto con las autoridades de la Iglesia Episcopal”.
[xviii] En 1864 el sacerdote Manuel Aguilar Bermúdez y el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John W. Butler, entre otros, inician reuniones de carácter evangélico en la ciudad de México, “en los bajos de la casa núm. 21 de la calle de San José del Real”.
[xix]
Como resultado de las gestiones de la delegación de los Padres constitucionalistas que viaja a Nueva York, visita la ciudad de México en 1864 E. G. Nicholson enviado por el Foreign Comitte of the Board of Missions of the American Episcopal Church. Durante su estancia de algunos meses en la capital del país, Nicholson coadyuva para conformar la Sociedad Católica Apostólica Mexicana. Al regresar a Nueva York, Nicholson informa entusiastamente de la vitalidad de núcleo liderado por Aguilar Bermúdez:
La causa de la Iglesia reformada ha penetrado profundamente en las mentes y corazones de mucha gente, y si es dirigida con inteligencia será un éxito. Todos los hombres buenos e inteligentes nos tratan con respeto y alegría al conocer nuestros trabajos y propósitos. El trabajo abierto por nuestra iglesia es muy prometedor… Nosotros creemos que una adoración espiritual y racional de nuestro Salvador suplantará definitivamente las formas paganas de adoración que están en boga en México, y que una verdadera Iglesia Católica Apostólica y Mexicana se moldeará frente a nosotros compensando los sacrificios de los trabajadores y será bendición para toda la gente de esta tierra.[xx]
Entre 1864 y 1867 el grupo tiene reuniones a las que los interesados llegan mediante invitación de alguno de los integrantes de la célula. Es decir, no propagandizan abiertamente la existencia del núcleo, aunque tampoco es un grupo cerrado y secreto. Más bien mantienen un perfil bajo, en espera de fortalecerse para proyectarse hacia fuera. En 1867 muere Aguilar Bermúdez, y es sustituido en el liderazgo por Rafael Díaz Martínez y Sóstenes Juárez.
En 1868 la agrupación se anuncia en los periódicos con el fin de dar a conocer la existencia de sus actividades. Es así que, por ejemplo, en uno de los diarios más importantes aparece el siguiente aviso: “El Comité de la Sociedad Evangélica invita a sus amigos, a que concurran al culto reformado, que todos los domingos se practicará en la casa núm. 21, calle de San José el Real”.
[xxi] A partir de entonces el núcleo gana presencia pública y se agregan a él conversos y simpatizantes.
Paulatinamente va ganando el liderazgo Sóstenes Juárez, anteriormente liberal y masón, decidido partidario de Benito Juárez y su férrea lucha contra la intervención francesa. Sóstenes fue combatiente contra esa intervención y alcanzó el gado de mayor en el ejército juarista.
[xxii] Pocos años después se articularía al trabajo de los misioneros metodistas, conectando a estos con la red de congregaciones que le reconocían a él como líder.
Es Sóstenes Juárez quien hace llegar a El Constitucional un comunicado en el que deja clara la existencia de la Sociedad Evangélica de México. Informa que “ya es un hecho práctico la libertad de cultos entre nosotros, y que está operándose entre nosotros, por este medio, el alejamiento de la antipatías nacionales que tantos males ha producido en lo social”. Dicho lo anterior reproduce el acta donde quedó asentado que el 15 de agosto de 1868 en el seno del grupo “fue presentado un niño, hijo del Sr. D. Geo. M. Zinser y de la Sra. Da. Luisa Zinser, nata en Klockenbring, pidiendo a su nombre que en el seno de esta iglesia cristiana sea bautizado conforme a lo instituido por Nuestro Señor Jesucristo. Acto continuo, después de haber leído la Sagrada Escritura para instrucción de los presentes, en la parte referente al acto fue bautizado el niño en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, recibiendo en la frente agua pura, y llevando los nombres de Jorge Alberto, habiendo sido registrado antes, según las leyes de Reforma, en el juzgado civil número 1; ceremonia que se practicó por el C. Sóstenes Juárez, comisionado para este acto […]”.
[xxiii]
Un testimonio muy importante para conocer la posición de Sóstenes Juárez en el núcleo protestante de San José del Real, es el de Arcadio Morales. Nace en la ciudad de México el 12 de enero de 1850, sus padres fueron Bartolo Morales y Felipa Escalona. Alos trece años Arcadio, por estímulo de su progenitora, inicia la lectura de la Biblia. El 26 de enero de 18969, enviado por su madre, asiste al lugar donde se efectuaban los cultos protestantes. De esa ocasión deja evidencia escrita:
El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada […] me acompañaban el señor Luis Ortega, amigo mío y el señor Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarme a su culto. Por fin llegamos a la capilla, y cual no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la biblioteca de los padres filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al convento de los jesuitas de la Profesa,[xxiv] que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado.
Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora ni un niño; pero, los hombres que se hallaban allí era muy devotos y reverentes. El señor Sóstenes Juárez, profesor, era el pastor de aquel rebaño, y en aquella noche tenía como ayudante al señor Coronel Lauro González, quien leía la fórmula bautismal. Cuando el señor González leyó el capítulo tercero del Evangelio de San Mateo, me pareció al momento reconocer a un antiguo amigo mío, un viejo conocido que, al oírlo me llenaba de placer. Al concluir el culto fuimos presentados al pastor y su ayudante, quienes nos invitaron a volver. Al salir de la capilla pregunté al señor Rodríguez: “Este es el culto protestante. Sí, señor, me contestó. ¿Nada más? Nada más leer las Escrituras sagradas, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo. ¡Qué equivocado estaba!”[xxv]
Hacia mediados de 1869 la prensa consigna el papel preponderante que tenía Sóstenes Juárez en la propagación del naciente protestantismo mexicano. Una nota periodística menciona que el credo “gana terreno aquí, que hay congregaciones evangélicas en Miraflores, Amecameca, Zoyatzingo, Ozumba, Ayapango y Cuautla; que todas estas congregaciones se han organizado por los esfuerzos de D. Sóstenes Juárez, conforme al plan de la que existe en la calle de San José el Real núm. 21, y de la cual es presidente dicho señor; y que hay todavía en esta capital otras congregaciones protestantes, además de estas”.
[xxvi] Representantes de congregaciones evangélicas de los mencionados lugares tuvieron una reunión en San José del Real,
[xxvii] y dado el liderazgo de Sóstenes Juárez en ese lugar es muy probable que él haya presidido las deliberaciones.
La primera reunión general de las comunidades evangélicas en la ciudad de México y entidades aledañas, “viene a mostrar la incipiente organización de los protestantes, que aun antes de la llegada oficial de las misiones [extranjeras] ya había dado algunos pasos firmes en la construcción de la nueva religión en México”.
[xxviii]
La Sociedad Evangélica de San José del Real muda el domicilio de sus actividades en la ciudad de México al callejón de Betlemitas hacia principios del último tercio de 1869.
[xxix] El nuevo lugar era más amplio, y por ello representa un avance más en el ensanchamiento del grupo, que, como hemos visto, se estaba expandiendo a poblaciones en otras zonas de la República mexicana.
El naciente protestantismo mexicano, que ya contaba para 1868 en la ciudad de México con la bien consolidada Sociedad Evangélica dirigida por Sóstenes Juárez, recibe el apoyo de un misionero llegado de Nueva York. Su nombre: Henry C. Riley, nacido en Chile en 1835, educado en Estados Unidos e Inglaterra y ordenado como ministro de la Iglesia episcopal en 1866. Antes de llegar a México, parece que a fines de1868,
[xxx] Riley pastoreaba una iglesia de habla castellana en Nueva York.
Este personaje arriba a nuestro país en continuidad con los primeros contactos establecidos por algunos de los Padres constitucionalistas con la Iglesia episcopal de Estados Unidos.
[xxxi] Ante que él, y como resultado de la solicitud de ayuda a la Comisión Protestante Episcopal para Misiones Extranjeras, llega al país, en 1864, el reverendo E. G. Nicholson y tiene una estancia de seis meses.
Durante su tiempo en México, mayormente en la capital, Nicholson observa que los esfuerzos de los sacerdotes católicos liberales bien pueden ser canalizados por la Iglesia episcopal, pues aunque entre ésta y la Iglesia católica existen sustanciales diferencias teológicas, en el terreno litúrgico la brecha no es tan pronunciada: “La Iglesia Episcopal está especialmente obligada a introducir su ministerio y culto en esos terrenos porque su servicio es mejor adaptado a las necesidades de la raza española, que las formas y métodos usados por otras denominaciones [protestantes]… tiene una liturgia más evangélica, que además incluye todo lo que es escriturario y católico en el culto español”.
[xxxii]
Por recomendación de Nicholson es enviado a México el pastor Henry C. Riley, quien ya tenía conocimiento y contacto de los Padres constitucionalistas por haberles conocido cuando una delegación de aquellos estuvo en Nueva York. Como antes anotamos, Riley llega a México en 1868, y el panorama ya ha transitado de un grupo no católico hacia otro que ya podemos clasificar como protestante. Es necesario subrayar que en otras partes del país se estaban constituyendo al mismo tiempo iglesias protestantes/evangélicas, destacadamente en Monterrey y Villa de Cos, Zacatecas.
[xxxiii]
La misionera Melinda Rankin, que inicia en 1852 sus intentos de adentrarse al norte de México, cuenta en sus memorias que ella fue el factor definitorio para que Riley decidiera trasladarse a territorio mexicano. Por lo que hemos consignado anteriormente acerca delpersonaje nacido en Chile, parece que la de Rankin es una versión un tanto romántica de la manera en que realmente tuvieron lugar los hechos. De todas maneras consignamos lo que ella dejó plasmado al respecto:
En el verano de 1868, estuve en Nueva York y me encontré con el señor Riley, que desde hacía tiempo era un amigo personal. Nuestra reunión fue en la Casa Bíblica y tras los saludos usuales, me dijo: “Señorita Rankin, ¿por qué no va a la Ciudad de México, donde hay doscientas mil almas, en vez de trabajar en Monterrey, donde sólo hay cuarenta mil?” Respondí que pensaba que estaba en el sitio adonde me había llamado la providencia de Dios; además pensaba que cuarenta mil almas era una buena cantidad. Entonces hice la pregunta: “Señor Riley, ¿por qué no va usted a la Ciudad de México?” “Ah”, me dijo, “no puedo dejar mi iglesia hispánica en Nueva York; apenas ayer una señora cubana se puso a llorar porque escuchó un reporte de que yo me iría”. “¿Qué tan grande es su iglesia y congregación?” “Como dos o trescientos”. “Pero, señor Riley, ¿cree justificado permanecer aquí y predicar a unos cuantos cientos que están rodeados de privilegios evangélicos, cuando podría ir a la Ciudad de México donde hay doscientas mil almas sin un solo predicador del Evangelio?” El señor R. echó la mirada al suelo, y se mantuvo quieto sin hablar durante varios minutos; luego alzó la vista con un rostro alegre y dijo: “Señorita Rankin, voy a ir. El próximo agosto usted escuchará sobre mí en la Ciudad de México”.[xxxiv]
Eso de que no había “un solo predicador [protestante] del Evangelio”, según Rankin, dejaba fuera a un pequeño pero decidido grupo de creyentes evangélicos, nacionales y extranjeros, que ya tenían varios años de estar difundiendo su credo no católico, a quienes nos hemos referido en los artículos anteriores de esta serie. La misma misionera deja constancia de un informe que Riley envía, desde la capital mexicana, hacia finales del verano de 1869, en el que se denota un ambiente social agitado pero relativamente hospitalario para el protestantismo. “Hay un huracán perfecto de sentimiento protestante alzado contra la Iglesia romana. Me siento como si de pronto me hallara yo mismo en la época de la Reforma. Lo mejor que podemos hacer es plantar iglesias e instituciones cristianas tan rápido como sea posible”.
[xxxv]
El misionero Henry C. Riley encuentra en la ciudad de México esfuerzos organizativos protestantes a los que se articula y, en poco tiempo, los encabeza dada su preparación ministerial y experiencia pastoral. Sin embargo, un grupo tiene ciertas reticencias hacia Riley, las que tiempo después causarían que algunos líderes nacionales con trabajo organizado antes de la llegada del pastor anglo/chileno decidieran seguir como independientes, primero, y, después vincularse a los metodistas o a los presbiterianos.
En tanto que el sacerdote católico romano Manuel Aguas, por su cuenta lee la Biblia e inicia un decidido caminar hacia el protestantismo, Henry C. Riley en 1869 introduce la Escuela Dominical y el canto de himnos en el núcleo dirigido por Sóstenes Juárez. Tiempo después Riley muda sus actividades a un salón situado en la calle de San Juan de Letrán, importante arteria de la ciudad de México. Multiplica los espacios públicos dedicados a cultos protestantes cuando compra al gobierno mexicano, a través de Matías Romero, ministro de Hacienda, los templos de San Francisco y de San José de Gracia.
[xxxvi] Paulatinamente ambos lugares, pero sobre todo el segundo, se transforman en centros principales del cristianismo evangélico
Los no pocos logros alcanzados por el protestantismo endógeno son tomados en cuenta por observadores antes. Tal es el caso del escritor y combativo periodista Ignacio Manuel Altamirano. El 27 de marzo de 1870, en
El Siglo XIX, refiere que desea ocuparse “de un hecho que en mi calidad de liberal y de amigo de la tolerancia y de la civilización, no puedo dejar inapercibido”. Menciona que en el pueblo de Xalostoc, Tlalnepantla, una congregación protestante de setenta integrantes fue agredida verbal y físicamente. Incluso el “maestro de escuela que es un católico rabioso” y el grupo agresor que le seguía amenazaron con fusilar a los lideres de la congregación evangélica. La protección de sus correligionarios impidió que la turba atacante pudiese cumplir su propósito. De todos modos los protestantes fueron llevados ante el juez de la localidad. Fuera de las instalaciones judiciales “la multitud se agolpó allí […] comenzó a aullar furiosa y sedienta de sangre: mátenlos, acábenlos, quémenlos, etc., etc.”.
Altamirano narra la posterior liberación de los protestantes y exige que sus intolerantes atacantes sean juzgados y sancionados por su conducta contraria a las libertades vigentes. Dice que es “preciso ser enérgico para reprimir estas manifestaciones de salvaje intolerancia […] Es hora ya que la tolerancia religiosa sea un hecho práctico y favorecido por las autoridades, como un hecho legal. De otro modo habríamos dado ese gran paso en la vía del progreso, de dicho solamente, y la reforma quedaría trunca”. No sería la primera vez, lo hizo en varias ocasiones, que ocupó su tribuna periodística para denunciar la intolerancia contra las nacientes congregaciones protestantes.
En el verano de 1870, Henry C. Riley realiza una gira de difusión en los Estados Unidos, con el objetivo de informar acerca del trabajo protestante en México, le acompañan en el periplo John Butler, de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, y alguien más de apellido Brown. Por sus exposiciones se desprende que para entonce en el país había “cincuenta y dos congregaciones protestantes cuando, pocos años antes, a un protestante le era negado el derecho a la cristiana sepultura”.
[xxxvii]
Como asistente a la Iglesia protestante que Riley junto con otros encabezaba en San Juan de Letrán, Manuel Aguas escuchaba atento las predicaciones. Cuenta que inicialmente conoce a Henry C. Riley por su voz, ya que al ser “corto de vista” no podía percibir bien el rostro del misionero cuando éste predicaba desde el frente del salón. Es precisamente por el valor de Riley para hacer obra evangélica “en medio de la más odiosa idolatría, y rodeado de enemigos”, escribe Aguas, que se siente avergonzado y decide conversar con el misionero para hacerle saber que está decidido a “contender [públicamente] por la fe de Jesús”.
(*) Ponencia presentada en el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V), Consulta de Historia: “Herencia histórica y misión actual: la importancia de aprender de nuestro pasado y afirmar nuestra identidad”, San José, Costa Rica, 9-13 de julio de 2012.
[i] Su férrea experiencia opositora lo lleva a escribir una obra crítica contra el imperio iturbidista, que publica en 1822, titulada
Bosquejo ligerísimo de la Revolución en México. “A principios de 1824, el gobierno mexicano comisionó a Mariano Michelena y al ecuatoriano Vicente Rocafuerte como sus representantes en busca del reconocimiento de la Gran Bretaña”, y entre sus gestiones saldría a relucir con frecuencia el asunto de la tolerancia religiosa para los ingleses residentes en México. Fernando Alanís Enciso, Alanís Enciso, Fernando S., “Los extranjeros en México, la inmigración y el gobierno: ¿tolerancia o intolerancia religiosa?, 1821-1830”,
Historia Mexicana, vol. XLV, núm. 3, 1996, pp. 539-566.
[ii] Gustavo Santillán,
op. cit., p. 185.
[iv] Abraham Téllez Aguilar,
Proceso de introducción del protestantismo desde la Independencia hasta 1884, tesis de licenciatura, UNAM, México. 1989, p. 79.
[v] Nos ocupamos del personaje y su tarea en un libro de nuestra autoría que se encuentra en proceso editorial,
James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830, Maná, Museo de la Biblia, México, 2012.
[vi] Ver
El Águila Mexicana, núm. 274, 1 de octubre de 1827, pp. 3-4; núm. 285, 12 de octubre, pp. 3-4; núm. 306, 2 de noviembre, pp. 3-4; y núm. 312, 8 de noviembre, pp. 3-4. Artículos incluidos en Carlos Martínez García (prefacio y compilación),
Polémica periodística sobre las biblias distribuidas por James Thomson en México, octubre-noviembre de 1827, colección Precursores ****** núm. 3, Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, México, 2012
[vii] El Águila Mexicana, núm. 278, 5 de octubre de 1827, p. 4.
[viii] El Águila Mexicana, núm. 292, 19 de octubre de 1827, pp. 3-4.
[ix] Una obra fundamental sobre el personaje es la de Charles A. Hale,
El liberalismo mexicano en la época de Mora,
1821-1835, quinta edición, Siglo XXI Editores, México, 1984.
[x] “Sociedad de la Biblia”,
El Observador de la República Mexicana, núm. 8, 31 de octubre de 1827, pp. 276-279.
[xi] Ensayo sobre la tolerancia religiosa, Imprenta de M. Rivera, México, 1831.
[xii] Por ejemplo el artículo de Carlos María de Bustamante en
Voz de
la Patria, tomo V, núm. 22, 31 de agosto de 1831.
[xiii] Imprenta de Galván a cargo de Mariano Arévalo, México, 1831.
[xiv] En este punto es imprescindible la tesis de maestría de Daniel Kirk Crane,
La formación de una Iglesia nacional mexicana, 1859-1872, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, Centro de Estudios Latinoamericanos, 1999.
[xv] Texto completo del documento en Abraham Téllez Aguilar, “Una Iglesia cismática mexicana en el siglo XIX”,
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 13, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1990.
[xvi] Daniel Kirk Crane,
La formación de una Iglesia mexicana, 1859-1872, tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, UNAM, 1999, p. 47.
[xvii] Los pros y contras en la discusión en
Los debates sobre la libertad de creencias, Facultad de Derecho UNAM, México, 1994.
[xviii] Abraham Téllez Aguilar,
Proceso de introducción del protestantismo desde la Independencia hasta 1884, Tesis de licenciatura, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras-Colegio de Historia, México, 1989, p. 163.
[xix] La Buena Lid, tomo II, núm. 17, octubre de 1896, p. 4.
[xx] Citado por Abraham Téllez,
Op. cit., p. 164.
[xxi] El Monitor Republicano, quinta época, año XVIII, núm. 4914, 3 de abril de 1868, p. 3.
[xxii] Jean-Pierre Bastian,
Los disidentes: sociedades protestantes y Revolución en México, 1872-1911, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, pp. 36 y 57.
[xxiii] El Constitucional, segunda época, tomo VIII, año V, núm. 1255, 25 de agosto de 1868, p.2.
[xxiv] El templo se localiza en las actuales calles de Isabel la Católica esquina con Francisco I. Madero.
[xxv] Arcadio Morales, “Memorias”,
El Faro, 15 de junio de 1947.
[xxvi] La Iberia, tomo V, núm. 680, 20 de junio de 1869, p. 3.
[xxvii] The Two Republics, vol. II, núm., 59, 19 de junio de 1869, p. 3.
[xxviii] Abraham Téllez,
Op.
cit., p. 170.
[xxix] El Monitor Republicano, quinta época, año XIX, núm. 5389, 9 de octubre de 1869, p. 2.
[xxx]Daniel Kirk Crane,
Op. cit., p. 95.
[xxxi] Abraham Téllez menciona que “entre 1862 y 1863 los sacerdotes [Francisco] Domínguez, [Rafael] Díaz Martínez y [Juan Enríquez] Orestes viajaron a Estados Unidos —a la ciudad de Nueva York—, para ponerse en contacto con las autoridades de la Iglesia Episcopal”,
Op. cit., p. 163; por su parte Daniel Kirk Crane sostiene que “al final de 1864 el movimiento reformista manda a tres de sus miembros a Nueva York con las instrucciones de establecer contacto con un cuerpo protestante. En mayo de 1865 una vez en el país del norte, se empieza a negociar una alianza entre los Padres constitucionalistas y la Iglesia Episcopal”,
Op. cit., p 87. ¿Los tres realizaron dos viajes a Nueva York, uno antes de la llegada de Nicholson, y otro posterior para fortalecer las relaciones entre las partes?
[xxxiii] Al respecto ver Melinda Rankin,
Op. cit., y Joel Martínez López,
Op. cit. Para el caso de Villa de Cos, más información en Apolonio C. Vázquez,
Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México, Publicaciones El Faro, México, 1985, pp. 322-326.
[xxxiv]Melinda Rankin,
Op. cit., pp. 211-212.
[xxxvi] Jean-Pierre Bastian menciona que la iglesia de San Francisco la compra Riley en 4 mil pesos,
Los disidentes: sociedades protestantes y Revolución en México, 1872-1911, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, México, 1989, p. 38. En tanto Daniel Kirk Crane apunta que la cantidad pagada fue de 35 mil pesos,
Op. cit., p. 97.
[xxxvii] The Two Republics, vol. 4, núm. 4, 23 de julio de 1870, p. 3.
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