Fraternidad Teológica Latinoamericana-México, Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano*
Decía Alexis de Tocqueville que la fortaleza de una nación radica en la solidez de sus recuerdos y el poderío de sus sueños. Pero el recuerdo y los sueños de una nación se tienen que plasmar en palabras. Sólo la palabra permite reconocernos, compartir, ser en lo individual y en lo colectivo. Pero la palabra no cae de un árbol como fruto gracioso. La palabra necesita de ingenieros que consoliden los cimientos, de arquitectos que imaginen una forma y, quizá lo más difícil de encontrar, de un alma que sienta por sí misma y por los demás. Federico Reyes Heroles
En la inmensa geografía latinoamericana las llamadas denominaciones históricas protestantes asentadas en nuestras tierras, en términos generales, trazan sus orígenes con la llegada de los misioneros extranjeros a principios del último tercio del siglo XIX. Con frecuencia hacen aparecer a esos misioneros como llegando a un desierto, en el que ellos, en su mayoría hombres, y ellas, algunas mujeres, se encontraron solos enfrentando un medio completamente adverso. Pero la realidad que muestran los datos es diferente.
Aunque varios misioneros tuvieron frente a sí un clima sociocultural adverso, también existieron pequeñas redes favorables a la inserción de nuevas ideas y prácticas religiosas.
Las redes mencionadas, los personajes y grupos que contribuyeron a forjarlas abonaron el terreno en que más tarde realizaron su labor los misioneros llegados de fuera. De manera creciente investigaciones enfocadas regionalmente, e incluso de pequeñas localidades, han ido demostrando
cómo fue gestándose la disidencia social y religiosa que lentamente construye nuevas alternativas frente a la religión tradicional y hegemónica en nuestros países.
Con distintos ritmos, variación en su profundidad y alcances en cada país, por toda Latinoamérica el estudio de los factores endógenos, así como las gestas por la libertad de cultos en las que se involucraron variados personajes, ha ido conformando un mapa historiográfico que nos ayuda a recuperar un proceso rico y diverso para ir dejando atrás la imagen monocromática y excesivamente valorativa del protestantismo como una creencia esencialmente exógena e implantada aquí por la heroicidad, que la hubo, de misioneros extranjeros.
En el límite de esta ponencia es imposible siquiera mencionar en pocas líneas casos de cada país latinoamericano. En el seno de la Fraternidad Teológica Latinoamericana se han forjado desde 1970, año de su fundación en Cochabamba, Bolivia, estudios que refieren los orígenes del protestantismo en las naciones que integran nuestro Continente. Nuestra intención es otra, distinta a la enumeración de fechas y acontecimientos en los que tuvieron roles preponderantes determinados personajes.
El título de nuestra participación habla, en primer lugar, de factores endógenos. En éstos consideramos la sedimentación intelectual, política, cultural y religiosa que paulatinamente se manifestó cada nación latinoamericana por las libertades de cultos y creencias. Dicha lid es un condicionante central para que una vez logradas las libertades que hemos mencionado, las células proto protestantes que se fueron conformando pudiesen emerger a la vida pública.
Forzosamente tenemos que ejemplificar nuestra afirmación. En el caso de México por cuatro décadas se intensifica paulatinamente el debate acerca del futuro cultural y religioso del país. Desde antes de la consumación de la Independencia en 1821, y con mayor fuerza después de la misma, en círculos intelectuales se propone que el Estado deje de identificarse con una confesión religiosa, el catolicismo romano.
La propuesta es defendida con fuerza por un prolífico escritor y periodista,
Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de
El Pensador Mexicano. En
La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, Fernández de Lizardi aboga por la instauración de un gobierno republicano. Subraya que “bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra”. Comenta que, ante lo que llama el tolerantismo religioso, “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.
[1]
Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi es aprobada la Constitución que en su artículo tercero establece: “La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”.
[2]
En las discusiones sobre la nueva Constitución, el tema del llamado tolerantismo ocupó un lugar en los debates. Al ser presentado el proyecto del artículo tercero algunos diputados buscaron atenuar el sentido prohibicionista del documento. Su intento por disminuir la exclusividad del catolicismo romano como religión oficial de la nación mexicana, aunque fue abrumadoramente derrotado, deja testimonio de ciertos cambios mentales en unos cuantos representantes populares.
El diputado
Juan de Dios Cañedo se reconoce católico, pero al mismo tiempo, consignaba un cronista, observó que “este decía [el proyecto] que la religión de la nación no sólo es, sino que será perpetuamente la católica; lo cual era impropio de un legislador que no debe referirse a esos futuros indefinidos. Que la expresión denota los buenos deseos que todos tenemos de que permanezca siempre la religión católica, pero que sus deseos no se deben expresar en una ley. Sobre la intolerancia que propone el artículo también dijo que convenía callar en este punto, porque la intolerancia era hija del fanatismo y contraria a la religión”.
[3] Con su acción Cañedo logra que “por primera vez la tolerancia [fuera] discutida como tema central en un órgano de gobierno. Había sido tocada otras veces pero como un aspecto subordinado a un proyecto más general, comúnmente referido al problema de la inmigración”.
[4]
Por su parte
Lorenzo de Zavala “expuso que en su concepto se debía omitir la expresión
será perpetuamente”.
[5] Zavala, tres años más adelante, apoya la distribución de biblias que hizo en la parte central de México entre 1827 y 1830 el enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, James Thomson. El diputado Covarrubias igualmente juzgó excesiva la frase, aunque se opuso a la tolerancia “porque servía de capa para introducir las falsas sectas”.
[6]
El político y escritor, uno de los historiadores decimonónicos más renombrados, integrante del Congreso constituyente de 1823-1824,
Carlos María de Bustamante, “sostuvo el artículo como está: dijo que las naciones tenían sus caracteres, y el de la mexicana era el catolicismo. Que podrá venir tiempo en que nuestros pueblos puedan tratar sin peligro con los protestantes, pero que en el día la tolerancia sobre ser peligrosa, sería impolítica”.
[7]
El artículo fue aprobado y
legalmente quedó en la Constitución la clara prohibición de que pudiesen expresarse otras confesiones distintas a la católica. Sin embarco, cabe llamar la atención a que algunos diputados defendieron la posibilidad de que en el país las leyes fuesen más abiertas y no cerradas a la tolerancia.
Se iniciaba así un largo proceso cultural, social, político y legal que alcanzaría un nuevo momento en la Constitución liberal de 1857 y un impulso definitivo con la Ley de libertad de cultos promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860.
* Ponencia presentada en el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V), Consulta de Historia: “Herencia histórica y misión actual: la importancia de aprender de nuestro pasado y afirmar nuestra identidad”, San José, Costa Rica, 9-13 de julio de 2012.
[1] Texto recogido en María Rosa Palazón Mayoral (Selección y prólogo),
José Joaquín Fernández de Lizardi, Ediciones Cal y Arena, México, 2001b (tercera edición) pp. 738-746.
[2] Felipe Tena Ramírez,
Leyes fundamentales de México, 1808-1997, Editorial Porrúa, México, 1997, p. 168.
[3] Águila mexicana, núm. 240, 10 de diciembre de 1823, p. 4.
[4] Gustavo Santillán, “La secularización de las creencias. Discusiones sobre la tolerancia religiosa en México”, en Matute Álvaro, Evelia Trejo y Brian Cannaughton (coords.),
Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX, Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa-UNAM, México, 1995, pp. 175-198.
[5] Águila mexicana, núm. 241, 11 de diciembre de 1823, p. 1.
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