No somos comunistas, y aceptamos el socialismo como el sublime pensamiento de la transformación de la sociedad por la paz, la justicia y la fraternidad universal.
[1] Juan Amador.
Luego de leer el documento oficial que se ha leído en las diversas celebraciones por los supuestos 140 años de presencia presbiteriana en el país,[2] no queda la menor duda sobre la escasez de criterios historiográficos con que algunas instituciones transmiten su versión de los inicios de éstas, aún cuando al hacerlo sacrifiquen la verdad(o al menos la intención de preservarla con un grado mínimo de credibilidad) y se manifieste, una vez más, la falta de rigor y seriedad para entregar a la feligresía no solamente datos confiables sino, más importante aún, una visión panorámica del pasado y del presente.
Se dirá que no hay nada extraño en ello, pero lo cierto es que al revisar con atención dicho documento llama poderosamente la atención (aunque tampoco sorprende) la reducida variedad de fuentes que aparecen al final del mismo (“apuntes históricos” le llama), pues resulta que quien lo firma consigna únicamente tres: el libro conmemorativo del centenario de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM), publicado en 1973 y unos dudosos “resumen histórico” y “reseña histórica” de la autoría de los presbíteros Rubén Hernández y Díaz [
sic] y Bernabé Valentín Bautista Reyes, respectivamente, ambos de 2012. Al hacer eso, el redactor de la reseña histórica de la INPM da por sentado todo lo asentado por tales “investigadores” (que nunca han publicado un texto serio al respecto
[3]) y en el pecado lleva la penitencia. Pero vayamos por partes.
Para lo que nos concierne, que es el seguimiento de la vida y obra de Juan Amador, la visión oficial de la historia de la INPM, que a fin de cuentas no resulta ser lo más relevante para los estudios de la disidencia religiosa en México, pues este personaje rebasa con mucho los estrechos límites denominacionales, sigue privilegiando a determinados actores, de preferencia extranjeros, pues en el apartado de un solo párrafo, dedicado a los “precursores del Presbiterianismo [sic] en México”, el único mexicano que se menciona es Arcadio Morales, hacia quien existe una suerte de fijación o predilección, acaso porque su labor la desarrolló principalmente en la capital del país. Éste es el texto en cuestión (transcrito en su redacción original):
Algunos de los precursores del presbiterianismo en México, que registra la historia son: el Dr. Julio Mallet Prevost quien empezó a predicar en 1867en el norte de nuestro País, para lo cual adquirió el templo que había sido católico romano denominado San Agustín, en Zacatecas, Zacatecas. Este hombre de Dios, ha sido reconocido como el iniciador de la obra Presbiteriana en México; otros precursores son: el Sr. W. G. Allen, la Srita. Melinda Rankin, misionera que estableció una escuela en Brownsville, Tex, que luego la traslado a Matamoros, Tamps; el Rev. A. J. Park el cual fundó la primera Escuela Presbiteriana en Cadereyta, N.L., y el Sr. Arcadio Morales, que cuando llegaron los primeros misioneros presbiterianos, él ya era un creyente consumado.[4]
Es notorio que no hay ninguna mención de Amador, cuyo esfuerzo eclesiástico, político y social ha quedado evidenciado aquí suficientemente, de modo que aventurar la afirmación de que el médico Mallet Prevost es “el iniciador de la obra presbiteriana” en el país manifiesta un enorme desconocimiento de la dinámica de las heterodoxias religiosas durante el siglo XIX y hace a un lado el factor endógeno en el surgimiento y consolidación de las comunidades cristianas no católicas o protestantes.
Como bien señala Joel Martínez López (aunque también pone el énfasis en la labor de Prevost), Amador y la iglesia fundada por él en Villa de Cos, no tenían raíces confesionales o denominacionales por la sencilla razón de que éstas no existían, aunque las razones burocráticas que esgrime hoy ya no se sostienen.
[5] Y comete un grave error, además de decir que Elías fue padre de Juan Amador, y no a la inversa, al decir que el segundo, quien se constituiría en “el predicador laico de la congregación”, “fue convertido” por el bautista Tomás F. Westrup en 1868.
[6] Este mismo autor consigna que cuando dicha congregación tomó conciencia del asunto denominacional se hizo llamar “Iglesia Evangélica de México”.
[7]
De ahí que tratar de demostrar que tales raíces arribaron con la llegada de los misioneros únicamente trae a la luz los conflictos y divisiones que las misiones estadunidenses trajeron a México, pues, como sucedió con Arcadio Morales, su opción por el presbiterianismo obedeció a razones más bien circunstanciales y hasta de gusto personal.
Por ello, es menester subrayar la riqueza del trabajo de Amador, pues como hemos visto ya, el aspecto religioso de su labor fue una parte de todo su esfuerzo transformador.
Bastian se ha referido a otra de las facetas de la actuación de Amador, esto es, su relación con algunos movimientos obreros o círculos mutualistas más radicales, con las que apunta, posteriormente las comunidades protestantes entraron en cierta rivalidad, porque con la llegada de los misioneros extranjeros la trayectoria liberal de los militantes de las nuevas iglesias se canalizaría más bien hacia labores meramente religiosas, con lo que se producía una ruptura hacia tareas más bien políticas.
Así describe esta situación el historiador suizo: “En el medio obrero naciente de México, conmovido por la competencia de varias ideología obreras, las sociedades religiosas disidentes fueron más bien portadoras de un socialismo cristiano de carácter utópico, como lo deja entender el lema ‘Venid a mí todos los que gemís y estéis agobiados bajo el yugo de los opresores, que yo os libertaré’, parafraseado de la biblia y usado por Amador”.
[8] Radicalizar posturas ideológicas no fue algo que conviniera a los intereses misioneros, por lo que las comunidades optaron por orientarse hacia las actividades “espirituales”, algo que Amador también hizo, pero sin olvidar sus demás preocupaciones, al grado de que, en los años posteriores, su hijo Elías y su nieto Juan Neftalí llegarían a ser diputados.
[9]
[1]Juan Amador, editorial en
La Antorcha Evangélica, 30 de enero de 1873, p. 2, cit. por Jean-Pierre Bastian,
Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911. México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 65.
[3]No puede tomarse como una publicación seria la reseña citada de R. Hernández Díaz en la Biblia conmemorativa, pues adolece de los mismos errores señalados aquí.
[4]“Sinópsis [
sic] histórica de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México”, p. 2.
[5]J. Martínez López,
Orígenes del presbiterianismo en México. Matamoros, edición de autor, 1972, p. 58.
[8]J.-P. Bastian,
op. cit., p. 65.
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