Nos parece que la explicación de tantos abusos ecológicos no hay que buscarla en la teología de la creación sino en el estilo de vida del hombre.
Es menester cambiar esta manera de vivir y empezar a elaborar una ética ecológica sabia y responsable, si se quieren eliminar o al menos disminuir los nocivos resultados de la actividad humana en la biosfera.
No creemos que el romanticismo que proponen algunos grupos, de volver a la naturaleza primitiva y prescindir de casi todos los adelantos técnicos, sea la mejor solución a la contaminación ambiental que sufrimos.
Hoy sería absurdo pretender renunciar a todas aquellas adquisiciones que la ciencia ha puesto a nuestro alcance. Algunos efectos perjudiciales sí que se podrán paliar o mejorar precisamente mediante nuevos avances tecnológicos, pero intentar volver a vivir como en el siglo XVII sería una auténtica locura.
Tampoco la postura fatalista contraria que no acierta a ver soluciones y cae en el pesimismo de aceptar un oscuro futuro que se cree inevitable, puede considerarse como una salida a la crisis ambiental.
La filosofía de vivir el momento presente mediante el máximo bienestar posible sin preocuparse por el mañana o por el mundo que van a heredar nuestros hijos, es el acto más egoísta, insolidario e irresponsable en el que hoy se podría caer.
Es necesario, por tanto, ser conscientes de que el problema no se resolverá mediante una mayor tecnología científica, ni tampoco renunciando de forma espartana a ella. En el fondo no se trata tanto de obtener nuevos conocimientos como de tener voluntad de aportar soluciones.
El mundo actual necesita voluntad política internacional y también voluntad individual para lograr atajar el problema. Los gobiernos tienen que “querer” asumir respuestas humanas para un asunto tan grave que nos incumbe a todos. Y para ello es menester el ejercicio común de la responsabilidad. La abstención de los ricos en favor de los pobres.
La única salida es la construcción de la aldea global basada en criterios de igualdad y justicia. La supervivencia pasa necesariamente por la justicia distributiva.
La crisis ecológica nos recuerda que
es imposible la buena ciencia si detrás no hay también una buena conciencia y esto sólo es posible cuando se acierta a sustituir el egoísmo por el altruismo.
Vivir en paz con la creación implica pacificación de las conciencias; pero la pacificación de las conciencias no es moralmente posible mientras sigan existiendo las enormes diferencias de todo tipo que existen en el mundo.
El libro de Leonardo Boff, Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres, es suficientemente significativo al respecto y viene a poner el dedo en la verdadera llaga del problema.
Aunque también es cierto que los seres humanos tenemos responsabilidades no sólo hacia los propios hombres, sino hacia todos los miembros de la comunidad biótica.
Para que el hombre no continúe saqueando la naturaleza es necesario crear una atmósfera espiritual responsable de austeridad y fraternidad entre todos los pueblos de la tierra. Hay que desarrollar una conciencia ecológica que se infiltre en todos los códigos éticos del mundo.
Desde la bioética cristiana se formula inevitablemente una cuestión importante, ¿tiene sustento bíblico o apoyo teológico esta nueva forma de conciencia ecológica?
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