Hay una difundida creencia que la tradicional manera de congregarse de las iglesias cristianas evangélicas, salvo cuestiones culturales o de época, es la manera bíblica. Muchos de los que así opinan sostienen que la tradición católico-romana es exactamente lo opuesto.
En esta serie de notas que comenzamos hoy no nos ocuparemos de los aspectos litúrgicos observables en las iglesias locales, según sea su denominación, salvo cuando ellos tengan una estrecha relación con nuestro objetivo principal.
Nuestro enfoque apunta a desentrañar y conocer los aspectos físico-ambientales del lugar usado por nuestros primeros hermanos y hermanas para reunirse a orar, a escudriñar las Escrituras, a recordar y adorar al Señor y a estrechar lazos fraternales como asamblea de fe.
¿Dónde y cómo se reunían los primeros creyentes, según las Escrituras?
¿Cuándo y dónde nació la costumbre de construir edificios para congregar a los cristianos?
¿Es una ordenanza divina que los cristianos tengamos un edificio propio al cual llamar iglesia, templo, lugar santo o, aún, casa de Dios?
¿Qué relación hay entre la Gran Comisión de ir a todas las naciones a hacer discípulos de Cristo y la construcción de edificios allí donde hay grupos estables de creyentes?
¿Es correcto, desde el punto de vista bíblico, embarcarnos en invertir dinero en proyectos y construcciones para albergar a una iglesia cuya naturaleza es la de peregrina en la tierra?
Si hubiese tal base bíblica, e inclusive con ayuda de la historia secular y de la arqueología: ¿Cómo era el lugar en el que se congregaban los primeros creyentes? ¿Tenía características arquitectónicas o edilicias especiales que lo hacían un paradigma de edificio “cristiano”?
LA IGLESIA DE MI NIÑEZ
En mi ciudad natal de Santa Fe de la Veracruz recuerdo tres tipos de edificios religiosos: la única sinagoga judía a pocos metros de mi casa; las enormes construcciones católico-romanas de las que podía distinguir a las antiquísimas de la época colonial y a las más contemporáneas (casi siempre sin terminar); y las modestas construcciones evangélicas: algunas con claro estilo anglosajón y su típico remate triangular cuyo vértice podía, o no, estar coronado con una pequeña cruz.
Los edificios evangélicos, cuanto más alejadas del centro urbano, más sencillos y elementales lucían; casi siempre construidos a base del voluntariado de los fieles y con donativos o recaudaciones provenientes de kermeses o encuentros “pro-construcción”.
Mis mayores conocieron al Dios de la Biblia gracias al testimonio de Don Miguel, el chofer del autobús que llevaba a mi padre a su trabajo a las seis de la mañana de lunes a viernes. De las charlas de este cristiano con mi padre, siempre sentado en el primer asiento, seguramente otros pasajeros habrán recibido la Palabra de vida. Gracias a ese testimonio de fe, yo crecí en una congregación plantada y pastoreada por miembros de las denominadas “asambleas de hermanos libres” (nacidas del movimiento misionero británico conocido como “Plymouth Brethren” en el sur de Inglaterra).
Los lugares de culto de esta denominación lucían en el frente esta sucinta inscripción: “Local Evangélico” (traducido de “Evangelical Hall”). Este nombre significaba que, si estaba yendo a la escuela dominical u otra reunión, cuando me preguntaran adónde iba respondería “al local”, no “a la iglesia”. Quien no supiese de qué estábamos hablando supondrían cualquier otro edificio, menos uno de culto.
Adelante, un pequeño porche accesible desde el frente o desde ambos costados, según las posibilidades del terreno, era la entrada principal. Y el salón, casi siempre rectangular presentaba las bancadas mirando hacia el podio donde se encontraba el púlpito, elevado en lo que llamábamos la plataforma con piso de madera, ya que debajo estaba el bautisterio.
Lejos estaba en mi lejana niñez de saber que ya de grande, me dedicaría a la construcción, a la arquitectura y al urbanismo. Ejerciendo mi profesión he diseñado edificios para distintas denominaciones evangélicas. Y, además de los numerosos problemas legales, técnicos, financieros y constructivos, debí enfrentar numerosas cuestiones enojosas que, lamento decirlo, no se dan ni siquiera entre los incrédulos a la hora de edificar.
Por mi corta edad tampoco sabía de los efectos imperceptibles que nos impone la tradición: la merma constante de nuestra capacidad de cuestionamiento, y la aceptación sumisa de las cosas como son. Esa acción desgastante que nos lleva a encogemos de hombros y a resignadamente decir: “esto es lo que hay”. Peor es, porque -salvo excepciones- esa actitud se la transmitimos luego a los niños cuando les ordenamos callar ante sus continuos “¿por qué?”
LOS LUGARES DE CULTO EN LA BIBLIA
Propongo estudiar juntos la importancia que el Plan de Dios le asigna al lugar de culto; cuáles han sido sus precisas indicaciones en el pasado, cuál es su preferencia actual, y cómo será en el futuro eterno.
Investigaremos, en primer lugar, las instrucciones dadas por Dios a su pueblo en la antigüedad para que construyese un lugar de culto que marcase la diferencia con los numerosos cultos paganos de los pueblos que siempre rodearon y corrompieron a Israel.
Luego, en una segunda parte, estudiaremos la manera en que se congregaban para recibir sus enseñanzas los seguidores de Jesucristo durante su corto aunque intenso ministerio terrenal.
Finalmente, analizaremos qué nos dice el libro de los Hechos y demás escritos apostólicos respecto de la manera de congregarse de los seguidores de Jesucristo luego de glorificado, desde Pentecostés hasta el final del canon novotestamentario.
Sugiero hacerlo como se hace un estudio bíblico:
sin partir de ideas preconcebidas; dejando hablar a la Palabra. Cuando tengamos dudas preguntaremos; y dejaremos que sea la Palabra la que nos responda.
Tendremos oportunidad de conocer las opiniones de historiadores seculares y bíblicos; los resultados de hallazgos arqueológicos y de expertos en investigaciones científicas.
Como siempre ocurre, todos los hallazgos científicos no hacen más que corroborar a la Palabra. Ellos nos ayudarán a conocer qué clase de edificios usaron los primeros hermanos y hermanas cuando se reunían en el nombre de Jesucristo y para la gloria de Dios. Ojalá el Espíritu de verdad nos guíe y saquemos conclusiones beneficiosas para la iglesia.
Continuaremos el próximo domingo, si el Señor lo permite, con
Dios es el arquitecto.
Si quieres comentar o