Dios nos hizo llegar su gracia en la persona de su Hijo.
La gracia divina es el don de Dios por el cual salimos de la condenación con que nacemos y de la pobreza en la que vivimos los años que pasamos por este mundo.
“La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo” (Juan 1:17). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2° Corintios 8:9)
Dios emplea su gracia para justificarnos.
Nunca es suficiente repetirnos que sólo por gracia nuestra deuda para con Dios ha sido pagada por Jesucristo en la cruz del Calvario. No podíamos, no podemos ni podremos hacer nada de nuestra parte para que Dios nos considere justos.
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).
Hay gracia prometida desde la Antigüedad.
Cuando todas las circunstancias terrenales eran negativas, cuando los hechos demostraban la imposibilidad de que la promesa de Dios se cumpliese por intervención humana, la historia de Abraham sirve para ver el camino que Dios nos ha abierto por su sola gracia.
“Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia” (Romanos 4:16).
La gracia viene para que estemos firmes.
La paz es difícil de lograr y mucho más de sostener en un mundo en crisis, saturado de mentiras e injusticias, que va acumulando indignación en los que han sido burlados y siguen siendo usados como solución a los problemas generados por la ambición, el orgullo y la soberbia que caracterizan a los poderosos.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:1-2). “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2° Corintios 12:9).
La gracia es para nuestra vida eterna en Jesucristo.
Lejos de mermar el pecado va en aumento día a día. Obrar el bien no alcanza, aunque debemos seguir procurándolo por todos los medios lícitos y convenientes. No debemos cansarnos de hacer el bien, porque a su tiempo Dios obra de manera prodigiosa.
“Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.” (Romanos 5:20).
La gracia manifestada en Jesucristo incluye al remanente del Israel de Dios.
Hay indignación por todo lo que recorte beneficios sociales y reduzca los ingresos dinerarios por pérdida de puestos de trabajo. Hoy también se cometen en Israel toda clase de atropellos sobre los llamados “palestinos” desde el Imperio Romano. Uno se pregunta cuántos estarían dispuestos a indignarse por la tortura y muerte que se practica en la “Tierra Santa” sobre los sin tierra, a pesar de que la UNESCO ya reconoce a una nación palestina.
A pesar de estas atrocidades, La Biblia nos asegura que Dios tiene un remanente en su pueblo Israel.
“Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia.” (Romanos 11:5-6).
Dios es quien da su gracia a los suyos. (Romanos 12:3 y 6).
Sólo la gracia salva.
Cuando muchos temen perder su salvación si desobedecen leyes impuestas por líderes religiosos, y otros construyen imperios multimillonarios en base a un uso lucrativo del evangelio gratuito de Dios, el Espíritu de la Palabra que nos guía a toda verdad nos afirma:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8,9). “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.” (Gálatas 5:4). “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación (…) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.” (Tito 2:11; 3:7).
Dios afirma que ya somos salvos, y que lo estamos siendo en esperanza de la vida eterna.
Nadie es mediador de la gracia fuera de Jesucristo.
Hay un culto que se le rinde a “María de todas las gracias”. En tierras hispanas y latinoamericanas se le rezan interminables rosarios y plegarias a la madre de Jesús. Los que sabemos que la Palabra de Dios no miente, proclamamos que no hay otro mediador de la gracia de Dios, fuera de su Hijo.
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:14 -16).
¿En quién confiamos en estos días de prueba? ¿Qué no estamos dando a otros de lo que recibimos por gracia?
Cada día estamos a tiempo de rectificar nuestro andar diario. Encomendemos por fe nuestro diario camino, esperemos en el Señor y Él, a su tiempo, hará por nosotros lo mejor. Entonces tomaremos conciencia de la dirección y del sentido correctos de nuestro obrar.
En nuestra próxima entrega: Un desafío a la iglesia que vive y obra por gracia.
Hasta entonces, si el Señor lo permite.
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