«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones» (Jesús en Mateo 19.21-22).
«Venga y reciba su milagro por parte de Dios. Mucha gente ha recibido su milagro. Ahora le toca a usted, ¡¡¡CORRA!!!» (Apóstoles De la Rosa en Miami, Florida).*
Si duda de la penetración que la sociedad de consumo ha hecho en la iglesia, fíjese en el anuncio que acompaña a este artículo. Alguien lo puso en el parabrisas de mi autodonde lo encontré ayer por la mañana (Mayo 23, 2012). Además, estaba en las ventanas de todos los vehículos estacionados en el barrio. Lo más probable es que, como quise hacerlo yo, los dueños de los coches agarraran el anuncio, lo rompieran en mil pedazos sin siquiera leerlo aunque diciéndose: «Otra basura que están tratando de venderme».
No sé qué hicieron los demás con el dichoso cartelito pero sí sé lo que yo hice. En lugar de tirarlo al basurero como fue mi primera intención, lo guardé porque vino a confirmar lo que he venido pensando desde hace rato y porque me serviría para escribir lo que está usted leyendo:
en esta sociedad donde la voz cantante la lleva el binomio oferta-demanda, el Evangelio se ha transformado en un producto más que los mercaderes que lo manejan como producto en liquidación tratan de vender a la gente, de la misma manera que los comerciantes tratan de vender una marca de jabón, pastillas para controlar el reflujo o champú para terminar con la caspa y evitar la caída del pelo. O el regalo de 200 dólares para que «usted, que es un cliente preferencial de nuestra empresa», los gaste en comidas en los mejores restaurantes de su preferencia.
Uno de estos días encontré entre mi correspondencia, precisamente, el regalo de los 200 dólares. Como con los años que llevo metido en el vientre de este monstruo sospecho de todo y no creo en nada, sobre todo si alguien me dice que me está regalando algo, busqué la letra pequeña y ahí di con la trampa: Si hace uso de esta oferta, automáticamente quedará inscrito en el Club de los Ingenuos donde tendrá que pagar 20 dólares mensuales por el resto de su vida. ¡A la basura con el regalito!
Ahora aparecen los Apóstoles De la Rosa, con foto incluida, ofreciendo milagros gratuitos: «Venga y reciba su milagro de parte de Dios. Restauración matrimonial, familiar, sanidad divina, cancelación de deudas. ¡¡¡Ahora le toca a usted, CORRA!!! Y, por si fuera necesario, un empujoncito más para convencer al cliente a que compre la pomada: Clases gratis de música y danza. ¿Algo más tentador? ¡En ninguna parte! Como dijo Don Corleone en
El Padrino, una oferta imposible de rechazar.
Muchos se preguntan por qué la iglesia no evangeliza hoy. Respuestas puede haber muchas, pero una es la que está aquí: HEMOS CONVERTIDO EL EVANGELIO EN UN PRODUCTO MÁS en esta sociedad de consumo que, a su manera, quiere atrapar clientes. ¡CORRA, ahora le toca a usted. Venga por su milagro! ¡Esta oferta es por tiempo limitado!
Y por si en español no bastara, también lo ponemos en inglés. (Me trae a la memoria lo que decía Rubén Lores: «Señor, no te pido que me des sino que me pongas donde hay».)
Yo soy uno de los tantos en la iglesia de hoy que ha dejado de evangelizar, a lo menos según los criterios tradicionales. Y lo he dejado de hacer así porque me resisto a ser un vendedor de un artículo más de los miles y millones que llenan los espacios en los medios y cubren las carreteras y edificios a lo largo y ancho del mundo algunos incluso con unas gigantografías que dan miedo por lo tentadoras y convincentes que son.
En mi último artículo «Un millón de amigos», contaba de mi encuentro en las termas de Malalcahuello** con colegas periodistas y sus esposas a quienes mi deber es hablarles de Aquel con quien yo me encontré un día y que desde entonces es mi gran amigo; el amigo que, con su sola presencia, suple al millón de Roberto Carlos: Jesucristo.
Mi gran pregunta era ―y sigue siendo― cómo hacerlo sin dar la impresión de estar ofreciendo un producto o diciéndoles que dejen de ser católicos o librepensadores para transformarse en evangélicos; que dejen de usar la marca de ropa interior que usan y que se cambien a la que yo les ofrezco que es mucho más anatómica y durable; o que la crema de afeitar mía es mejor que todas las demás; que los evangélicos sí tenemos la verdad mientras que los otros… ¿Nosotros, los únicos poseedores de la verdad? ¡Puaj!
He optado por no vender ni ofrecer muestras gratis; por no decirle a mi interlocutor que es un pecador, que si no se arrepiente se va a ir al infierno y que la iglesia evangélica lo está esperando. Posiblemente alguien dirá que estoy equivocado; a ese alguien le digo: Soy parte de la sociedad de consumo que nos afecta a todos y que me niego a transformarme en un promotor de ventas; por eso, al Evangelio de las ofertas, ¡fuera!; al Evangelio de la prosperidad, ¡triplemente fuera! No quiero convertirme en un vendedor más de baratijas con aspecto de oro puro. ¡Comprá! ¡Comprá! ¡Aprovechá la promoción! ¡Oferta por tiempo limitado! ¡Corré! ¡Llamá ya! ¡Operadoras trabajan las 24 horas del día y están esperando tu llamada!
Mi acercamiento a mis amigos es hablarles ―usando un lenguaje simple― del amor de Dios; de la razón de la primera venida de Cristo y de la inminencia de la segunda; de que si bien es bueno amar a Dios, hay que establecer una relación personal con Jesús y que solo por este medio tendrá validez el que amemos a Dios; que la religión no es mala pero que lo que realmente sana es la medicina que transporta la religión: Cristo Jesús. Y luego, dejar que sea el Espíritu Santo el que haga su parte; la parte que no me corresponde a mí: cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne (Ezequiel 11.19). Que sea Él quien los convenza de cambiar lo que haya que cambiar. Y que sea Él quien le ponga el sello final a mi participación. «Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos de hacer, hicimos» (Lucas 17.10).
Mi amigo Néstor Pino, ahora hermano de sangre, la sangre de Cristo, está creciendo en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. Para guiarlo a los predios de los redimidos no fue necesario venderle nada. Solo decirle: Jesús te ama.
Jesús le dijo al joven rico: Vende. Los actuales mercaderes de la religión le dicen a la gente: Compra. El joven rico se fue triste porque tenía muchas riquezas y las amaba tanto como para preferirlas a Aquel que lo invitaba a seguirlo. La clientela de hoy rompe en pedazos las ofertas de un producto como tantos otros y, al igual que el joven rico, se van tristes, vacíos y frustrados. Las promociones no los convencen. Y no compran.
Este es el problema de nuestras iglesias el día de hoy.
* No conozco a este apóstol de modo que el que su publicidad haya llegado a mis manos en la forma y en el momento en que lo hizo es simple coincidencia; no es, por tanto, nada personal. Sencillamente lo he tomado a él como un ejemplo de muchos otros que van por la misma ruta. Hay algunos vendedores exitosos a los que les va tan bien que tienen que construir mega templos para cobijar sus mega iglesias y pagan al contado los mega millones que les cuestan los edificios. Como hermano en la fe y como prójimo amo al señor De la Rosa y deseo que Dios lo bendiga. Eso es diferente a señalar un hecho que no coincide con mi percepción de lo que debe ser el ministerio cristiano, esté en el nivel que esté. Sospecho que, en ciertos casos, el látigo de Jesús no tendría descanso en su afán por volver las cosas suyas al cauce apostólico (y por apostólico estoy haciendo referencia a los originales).
** Me llenó de asombro la fotografía que se usó para ilustrar mi artículo: el salón principal de las termas de Malalcahuello. Y así se lo hice saber a nuestro querido director, concediéndole una vez más, la medalla al mérito por la habilidad casi mágica que tiene (supongo que él y su equipo de trabajo) para encontrar siempre la ilustración más adecuada a nuestros artículos. Pues, en este caso no fue solo que haya encontrado una foto del salón aquél, sino que la foto muestra el lugar exacto en que aquella noche del 21 de abril de 2012, Néstor y yo tuvimos una plática redentora con el Salvador del mundo. Y fue en ese rincón del sofá que mira a la cámara, que mi colega le dijo a Jesús: Sálvame. Hoy me rindo a ti. ¡Enhorabuena!
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