Se cuenta la historia real de que, en un día de un verano caluroso en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa.
Salió corriendo por la parte trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz. Su mamá, desde la casa, lo miraba por la ventana y vio con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndole, el niño se alarmó y miró nadando hacía su mamá.
Pero fue demasiado tarde.... Desde la muralla la madre agarró al niño por sus brazos justo cuando el caimán le agarraba por sus piernecitas.
La mujer tiraba determinada con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte; pero la madre era mucho más apasionada.
Un hombre que escuchó los gritos se apresuró y, aunque las piernas del niño sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.
Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. Pero entonces, con gran orgullo se remangó y dijo: “aunque las que usted debe ver son éstas”. Eran las marcas de las uñas de su madre que habían presionado con fuerza.
“Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida”, dijo el niño con emoción y agradecimiento.
Cuando leí esta historia me emocionó profundamente, quizá por circunstancias personales de mi propia vida.
Ayer estábamos visitando a unos muy queridos hermanos de la iglesia, él tiene un problema importante en el cerebelo aparte de otras complicaciones familiares y estaba triste y nos repetía que orásemos mucho por él.
Cuando casi nos íbamos a marchar, le recordé el significado del conocido y precioso versículo de la Palabra de Dios: “He aquí en las palmas de mis Manos os llevo esculpidos..........”: cuando una mujer israelita -para la que era un estigma ser estéril- tenía un hijo, se cincelaba a fuego el nombre del hijo en la palma de su mano. Así hacía cada vez que tenía un hijo; si por alguna razón perdía a alguno de ellos, la mujer abría su mano y la enseñaba con dolor y orgullo, allí, escondida dentro de su mano, estaba escrito el nombre de su hijo grabado a fuego con un cincel ardiente.
Le dije: “No lo olvides, cuando te sientas así, pídele al Señor que cierre Su puño con fuerza, tu nombre, todo tú, estás escrito a fuego dentro de la palma de la mano del Señor”.
Hay algunos árboles en América, grandes y preciosos a los que los aborígenes arrancaron grandes partes de su corteza. Con el paso de los años, esa falta de corteza, en algunos árboles dejó cicatrices feas, dolorosas y absurdas.
En cambio en otros árboles, la savia que corría igual que las lágrimas al aire cayendo por esa madera carente de corteza, pulidas por el viento, el aire y el clima, cristalizaron formando unas hermosísimas y preciosas cicatrices.
Si!, todos llevamos cicatrices en nuestras vidas, algunas son causadas por nuestros pecados; pero otras las causa Dios, son Su huella en nuestra vida; que nos ha sostenido con fuerza para que “el cocodrilo” no nos devorara.
Cómo quieres que sean tus cicatrices?.... Feas?.... Dolorosas?.... Supurantes?.... te regodeas en ellas cada vez que las miras?....
NO!!!, por nada del mundo yo quiero que me suceda lo mismo!!
Yo quiero ser como esos inmensos árboles faltos de corteza que permitieron que su savia cristalizara hermosamente.
Deseo ser una persona atractiva a pesar del paso de los años, hasta el final de mi vida en este mundo hasta que el Señor me lleve a Su presencia. Deseo que mis cicatrices lleguen a ser hermosamente preciosas, porque el Espíritu Santo inunde mi vida y eso sea lo que salga al exterior y lo haga posible.
Es mi deseo que Dios te bendiga siempre y, recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma, es porque Dios te ha agarrado demasiado fuerte para que no caigas.
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