Una cosa es saber teóricamente que las comunidades cristianas evangélicas están dispersas en todo el mundo, y muy otra experimentar directamente la hospitalidad de la familia conformada por quienes confiesan a Jesús como Señor y Salvador y se esfuerzan en seguir sus pisadas.
La semana pasada compartí a las prisas los entretelones preparatorios de mi
viaje a España. Ya en este país, he tenido la oportunidad y bendición de interactuar con grupos y personas que me han ayudado a comprender lo que está sucediendo aquí con el protestantismo evangélico.
Al día siguiente de mi llegada prediqué en los cultos matutino y vespertino de la primera glesia evangélica bautista de Madrid, situada en General Lacy 18, muy cerca de la famosa estación de Atocha. Me llevó al lugar
Pedro Tarquis, a quien finalmente pude abrazar personalmente después de tantos años de amistad cibernética. La mencionada comunidad tiene su historia, su fundación data de 1870. Está conformada por creyentes españoles, de varias regiones, y forman parte de ella latinoamericanos de distintas nacionalidades. También hay presencia de ciudadanos de otros países europeos y no faltan de África.
El pastor
Félix González Moreno tiene sensibilidad hacia la composición multicultural de la iglesia. Es un pleno convencido de discipular por distintos medios. Ha publicado más de diez libros. Combina un gran entusiasmo en su labor pastoral con dedicación al estudio. En una breve charla con él, antes del culto matutino, pude observar que en su oficina pastoral tiene una bien seleccionada biblioteca.
En el servicio hubo combinación en los cantos, entonamos himnos clásicos y también alabanzas contemporáneas. Me sentí bien recibido, y la congregación estaba informada de que habría un expositor invitado. Ya con la oportunidad de dirigirme a la comunidad, debí aclarar que si alguna expresión le sonaba rara u ofensiva, ello se debería a las peculiaridades del castellano hablado en México, y para nada a una intención de ofender.
Expuse acerca de que el Evangelio de Lucas puede ser leído desde la óptica del compartir la mesa como imagen del discipulado. En tal Evangelio, Jesús interactúa con distintas y diversas personas. Con ellas hace “antemesa”, en las circunstancias en que esas personas se encuentran. Después se sienta a la mesa, ya sea que Él sea quien invita o alguien le invite, y en el acto de compartir los alimentos y la vida lo hace de una forma inédita y ejemplar: es inclusivo, no deja fuera a nadie, son los que rechazan su invitación quienes se excluyen.
En la sobremesa algunos de sus discípulos en lugar de identificarse con el significado profundo de haber compartido el pan y el vino, pierden la dimensión ética y espiritual de lo recientemente acontecido y su único interés consiste en disputas sobre el poder y quién es más importante (Lucas 22:24-27).
¿En la sobremesa, nosotros también actuamos como esos discípulos? ¿Hacemos esto en lugar de encarnar la misión al estilo de Jesús?
¿Somos conscientes del gran privilegio, pero también gran responsabilidad, de sentarnos a la mesa en la comunidad de fe y la disposición a servir desposeídos de todo poder verticalista?
Al concluir el servicio pude conversar con hermanos y hermanas que en ese momento estaba conociendo. Me reencontré con el siempre activo
Manuel López, fotógrafo y periodista de larga trayectoria en la vida cultural, y evangélica, de España. Brevemente intercambié impresiones con
Máximo García Ruiz, teólogo, periodista y escritor muy importante en el protestantismo español.
La koinonia siguió en casa del pastor. Me invitó a comer junto con su familia. Lo servido a la mesa fue excelente, pero lo fue aún más la conversación y el conocer un poco más de cerca a los comensales. Hubo hermanos y hermanas de Argentina, Venezuela, Brasil, Alemania, México (quien esto escribe y mi hija Melissa, que vive en Lisboa), y la familia anfitriona que no es madrileña.
El pastor Félix González y su esposa son gentilmente hospitalarios, era evidente que los presentes se sienten bien recibidos por ellos. Me comentaron que la iglesia ha sido clave en su proceso de hacerse un lugar en España, específicamente en la capital del país. Asunto nada fácil si recordamos que en algunos sectores existe animadversión y/o racismo hacia los llegados de América Latina.
La experiencia me hizo consciente de que aunque extranjeros y peregrinos, la comunidad de fe es una patria y matria en la que los nacionalismos tienen que diluirse. Nuestra ciudadanía en el Reino inaugurado por Jesús, hace realidad que las paredes de división y exclusión caen porque todos y todas somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamemos las obras maravillosas de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Si quieres comentar o