Jesus oró por sus discípulos y dijo:
…que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno,… Que vean mi gloria, la gloria que me has dado… (S. Juan 17.20-24)
La palabra gloria generalmente se la asocia con esplendor, magnificencia, grandeza, renombre y reputación. Implica reconocimiento por haber hecho algo importante o cubrirse de gloria cuando se consigue fama por una acción determinada.
Vale preguntarnos ¿Qué gloria le dio el Padre a Jesucristo? ¿Qué tipo de gloria quiere que veamos y contemplemos? ¿Qué gloria nos quiere dar a nosotros? ¿Qué relación tiene esto con la evangelización, misión y unidad de su pueblo?
El Evangelio de Juan es un evangelio de sorpresas donde
“El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (S. Juan 1.14). Una gran sorpresa fue que
el mundo no vio su gloria (S. Juan 1.10). Cuando Jesús anduvo por los caminos polvorientos de Palestina parece que no caminaba en el aire o se transportaba en un vehículo último modelo con un coro de Ángeles. Fue todo lo contrario: se ensució tanto que parece que otros no vieron nada excepcional en él. Jesús hizo milagros pero muchos que lo observaban no vieron nada (S. Juan 6.30). Para ver a Jesús hacen falta los ojos de la Fe. Cuando el Verbo se hizo carne, al mundo no le costo nada ver en Jesús a un hombre, a un ser humano. El tema clave es darnos cuenta que podemos ver algo más. A los religiosos y otros, no lograron ver algo más; a nosotros también nos puede pasar sino lo vemos con los ojos de la Fe.
Ahora bien, ¿en qué consiste la verdadera gloria?
Juan quiere enseñarnos otro concepto de gloria totalmente distinto. En nuestro medio por lo general se suele buscar el beneficio propio o algo para sí mismo (S. Juan 5.44; 7.18).
En el evangelio, el momento máximo y supremo de gloria es cuando Jesucristo entrega su vida en la cruz. Mientrasmuchos se rinden gloria mutuamente, Jesús se sacrifica en busca del bien de los demás. “Porque ni aún el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10.45). Esta gloria y servicio de buscar el bien para los demás esta lleno de gracia y verdad. Es misericordia y verdad. Se revela como un Dios fiel y misericordioso en el largo caminar de la humanidad y de su pueblo.
La gloria que Dios le otorga a Jesucristo tiene una relación directa con la encarnación. Diosse hizo hombre en la persona de Jesucristo y Juan nos dice que hemos contemplado su gloria. Es una manifestación de servicio y entrega. Se identificó con los temas y problemas de la gente. Su modelo implica sacrificarse por los demás y buscar su bienestar. La encarnación es el modelo para la misión de la Iglesia (S. Juan 20.21).
Somos desafiados a buscar una gloria diferente. Es la gloria de aprender a lavarnos los pies unos con otros (S. Juan 13.12-17). Es la gloria del amor.
“Que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (S. Juan 13.35-35). Es acercarnos primeramente al centro que es Dios mismo; para luego estar más cerca unos de otros
[i]“para que el mundo crea que tú me has enviado”. Implica escuchar a Dios y escucharnos unos a otros. Es la gloria de servir a todos, ser pequeños, humildes, perdonar y recibir perdón, es preguntar:
¿Qué quieres que haga por ti? (Marcos 10.51) como lo hizo Jesús.
La gloria que el Señor nos muestra y enseña requiere el máximo sacrificio a costa del abandono, olvido, traición, maltrato y martirio. La majestad y la belleza se manifiestan de una manera diferente (Isaías 52.13-15; 53). No es triunfalismo barato o números que llamen la atención. Tampoco es mercadeo, lucha de poder, competencia, status, egoísmo, control, reconocimiento, aplausos. Es humildad, amor, misericordia, justicia, verdad en contraposición con el celo, envidia, enojo, orgullo y arrogancia. Nos llama a encarnar su vida, seguir su dirección y obedecer sus principios (Filipenses 2.1-11). Esta muy lejos de ser una gloria para exaltarnos unos a otros, apelar a las ambiciones egoístas, ser mejores que otros, con justicia propia y legalismo. En Jesucristo tenemos el modelo del amor, servicio, perdón y reconciliación. Solo con este tipo de gloria podemos llegar a ser uno entre nosotros e imitar al Dios trino. Necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo.
Jesús ora por los que han de creer por medio del mensaje de su pueblo para que todos seamos uno y “
así el mundo reconozca que tu me enviaste” (S. Juan 17.20-23). Nos lleva nuevamente al principio. Que sepamos ver su gloria caracterizada por la relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo desde antes de la creación y durante toda la vida de Jesús.
El desea que su pueblo sea lleno de su vida y amor. Cuando nos unimos a su misión y nos parecemos a Jesús entonces Dios trino es exaltado y glorificado porque el objetivo de la misión es
“que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tu has enviado”. Esta es la vida eterna. (S. Juan 17:3).
La gloria que busca Dios esta íntimamente ligada con la evangelización, la misión y unidad de la Iglesia.
«Hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar»[ii]y «Cada persona tiene derecho a oír las Buenas Nuevas»[iii]. Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P 3:9). “Sean Uno, así como nosotros somos uno” (S. Juan 17.22)
[i]Ejemplificado por el Pastor Edgardo Surenian en reuniones interdenominacionales
[ii]Bosch, David Jacobus:
Misión En Transformación: Cambios De Paradigma En La Teología De La Misión. Grand Rapids, Mich. : Libros Desafío, 2000, p. 503
[iii]Misión y Evangelización-Una afirmación ecuménica (Documento del Consejo Mundial de Iglesias sobre la misión y la evangelización, ME 10, publicado en 1982)
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