Esta reflexión forma un solo trazo con las dos anteriores sobre la familia. Cuando escribía sobre la protección propia que supone la familia, pensaba en los que no tienen donde nacer o morir. Los extranjeros de la tierra que no tienen fiesta ni duelo.
Y así empezamos. La “comunidad” (familia, grupo, incluso “vecindad”) donde vivimos nuestra fiesta y nuestro duelo, si no
incorpora al extranjero que llega a su linde, que aparece a la puerta,
priva a la comunidad de su nutriente y seca su futuro. Esa es la enseñanza de la ley bíblica dada a la República de Israel.
Cuando se manda no hacer injusticia en juicio, en medida de tierra, en peso o en otra medida (balanzas justas, pesas justas y medidas justas); cuando se ordena no consultar a los encantadores y adivinos; cuando se manda honrar el rostro del anciano; también se dice que no se oprima al extranjero que viva con vosotros en vuestra tierra: como a un natural lo tendrás, lo amarás como a ti mismo. Una misma ley habrá para el natural y para el extranjero.
No explotarás al jornalero: sea natural o extranjero; no violarás su derecho. Esa es la cuestión: en la ley bíblica el extranjero tiene un mismo
derecho que la Congregación de Israel. Luego Israel tiene
privilegios (como haber recibido esa ley justa) que corresponden al pacto que Dios hizo.
Con el paso del tiempo, con el judaísmo (con sus “valores”), la ley se convierte en un Ego aislado, en signo de exclusión, negando su propia naturaleza, al expulsar de su esfera a Alter (el otro sin el cual el yo pierde su horizonte de Humanidad). El judaísmo pervirtió la Ley al convertirla en barrera de separación con los gentiles. Los gentiles, los extranjeros,
están en la propia declaración de los mandamientos, se les menciona expresamente. La separación que ordena la ley bíblica es respecto a la
santidad. No tienes que incorporar las supersticiones o ídolos de los extranjeros. Por supuesto, el cumplimiento de los rituales en la obra y persona del Mesías, incluye a los extranjeros, a los gentiles, que así forman un solo pueblo.
Todas las celebraciones festivas de la Congregación en la tierra que de Dios ha recibido, incluyen a los extranjeros. Salvo en algún caso muy puntual, donde era necesaria la circuncisión como requisito, los extranjeros participan de los ritos de Israel. Es significativa esa participación en las fiestas de siembra o cosecha, ambas con un simbolismo de futuro mesiánico. En las fiestas solemnes, te alegrarás con los tuyos y con el extranjero que está contigo.
El judaísmo, con sus
valores que imponía su justicia contra la de Dios, su interpretación (y consiguiente “perversión”) de la Ley santa de libertad, reconvertida en lazo y cadena para esclavizar, pudo tragar en un primer momento la presencia de algún extranjero “de paso” (que recibe un nombre específico) con el que cumplir algún ritual de hospitalidad. Pero un extranjero que vive en Israel, que “está en medio” de la Congregación (se le da un nombre distinto del anterior), eso no hubo manera de ni siquiera acercarlo a la boca. “Arreglaron” la Ley de Dios, diciendo que esos eran
prosélitos. (Así traducen el término en la Septuaginta.)
La cosa sigue igual hoy. El extranjero te vale si ves que puedes meterlo en la iglesia. En ese caso, tal vez se aplique algo de “hospitalidad” (hospes= extranjero); si no, “hostilidad” (hostis=extranjero), pues ya se sabe que esos quieren destruirnos. Bien, a quien quiera destruir nuestra casa, ahí está nuestro deber de defenderla, por supuesto, si llega el caso, con la fuerza. Sin olvidar que en muchas ocasiones los que han destruido y robado nuestra casa no han sido los de
fuera.
Pienso aquí en los extranjeros en su presencia fuera de su tierra o casa (quizá no la tuvieron, o fueron perseguidos en ella), con su debilidad, como los “menesterosos”, no en el sentido de presencia cultural. Es decir, existe un extranjero incorporado a la cultura universal que, salvo en situaciones de muerte de la inteligencia de una comunidad (como el nazismo o, más lejano, la política iniciada por Felipe II de prohibir el intercambio cultural con Europa, por temor al Protestantismo), es recibido
como música, poesía, filosofía, gramática, etc. (No se mira, por ejemplo, la nacionalidad de un director de orquesta, sino su música.) Estos no son “extranjeros” (por supuesto, añádase los deportistas). Los extranjeros son los desarraigados, los que miran a su alrededor sin ver
su lugar; los que no tienen
nombre. Los que conviven, más bien, sobreviven con nosotros.
Aplicaciones. Con el ejemplo de la República de Israel, ya hemos visto que tenía una misma ley para el natural y el extranjero. No es de recibo, pues, que el extranjero pretenda imponer su ley propia. Si lo intenta, es enemigo. Es un
Otro que se asume no como alguien que
participa en la fiesta (o duelo) de la comunidad, sino como el propietario de la casa. Eso es conquista, no relación amistosa. Ante eso, el
Yo debe afirmar su identidad y rechazar lo que la
altere. [Cuando no existe armonía, Ego expulsa de su horizonte a Alter, y Alter quiere aniquilar a Ego como oponente. En Cristo hay paz, pero sin él es imposible. Sin embargo, toca convivir lo mejor posible.]
En nuestro caso en España, tenemos muchos vecinos que han venido de fuera. Pues ya que están, y han venido para trabajar honradamente, hay que compartir y ayudar. No se rebusque toda la cosecha, que no se espigue hasta lo último; como en Israel, dejemos esa parte de la cosecha para que la recoja el necesitado, de dentro o de fuera. No digo que se la llevemos a su casa y le sirvamos la mesa. El que no quiera trabajar, natural o extranjero, que no coma. Que cada uno tenga la
honra de
su trabajo para cuidar a su familia; aunque sea recoger lo que ha quedado en el suelo de la cosecha. Eso no es humillante.
Reconociendo la dificultad de legislar sobre esta cuestión, creo que dos extremos deben evitarse. Con el anterior Gobierno, se propuso como el sumo bien la condición
abierta de Ego. Se negó cualquier
identidad propia como un peligro. Hasta se propuso el bien de no tener identidad sexual. Todo
está de camino. El multiculturalismo se había convertido en un disolvente de
nuestra cultura, de nuestra fiesta y de nuestro duelo. [Digo “nuestra” en sentido general. Por supuesto, como protestante, tengo un
“nuestra cultura” centrado en la libertad que el Cristianismo trajo a nuestra tierra, luego conquistado y oprimido por los de fuera, por unos extranjeros de los que no supimos defendernos. Esa es la Historia. Pero ya empezamos a liberarnos.] Cuando el Gobierno actual, con una propuesta más
cerrada, pretende eliminar, por ejemplo, atención médica al necesitado, por ser extranjero, pues no, no debe hacerse. A los sinvergüenzas, que abusan de las leyes: acción policial; pero a los necesitados y afligidos, todo tipo de cuidados, que somos uno con ellos. Que son el prójimo. Que canten nuestra fiesta, que lloren nuestro duelo: tendremos mejor fiesta y mejor duelo, no perdemos. Nunca se pierde con la justicia y la misericordia.
Mejor cortar aquí. La próxima semana, d. v., seguimos para pensar juntos en cómo nos hemos convertidos en extranjeros en nuestro propio país: los Mercados nos han transformado en mano de obra extranjera, sin derechos. Pero antes, dos ejemplos de malas prácticas sobre los emigrantes:
Uno. Los privilegios de cupos. No es correcto que un joven español no pueda estudiar una carrera por no tener suficiente nota, y que un extranjero, por cupo especial reservado, sí acceda a ella con nota menor. Lo mismo para acceder a algunos servicios municipales. (No sé si ya esto se quitó, pero me consta que ha existido. Esto chirría y produce roce.)
Dos. Las iglesias evangélicas que obligan (ya sé que me dirán que es voluntario, vale) a los emigrantes necesitados a escuchar un sermón o culto antes de darles la bolsa con los alimentos. Miserables.
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