Tiempo atrás escribí un artículo sobre la diferencia entre
domesticar y
educar, en la vida de las iglesias evangélicas. Partía de la acertada y elocuente distinción entre estas dos formas de concebir la educación, que debemos al pedagogo brasileño Paulo Freire, fallecido en 1997.
En el año 2001 la editorial española Morata, especializada en pedagogía, publicó un libro póstumo de Freire con el título de Pedagogía de la indignación. Es el título que escogió la viuda de Freire para estas cartas y ensayos que son una muestra elocuente del talante cuestionador y utópico del famoso brasileño.
Lo he traído a colación para explicar el título de esta serie de dos artículos míos: “Teología de la indignación”. Porque
he de confesar que la lectura del celebérrimo libro ¡Indignaos! del pensador y activista social francés Stéphane Hessel, que ha tenido tanta repercusión en España, me llevó a una reflexión que terminó siendo teológica, creo yo. Aquí la comparto con la esperanza de que me lleve a tener algún diálogo fraterno que me anime, me confirme o me corrija.
Publicado por el autor en 2010, a sus noventa y tres años, este panfleto de 60 páginas ha tenido una repercusión increíbleen Francia donde lo han leído más de un millón y medio de personas. La edición en español, prologada por José Luis Sampedro, otro anciano y vigoroso luchador, había llegado ya a 400,000 lectores en España, cuando compré mi ejemplar de la octava reimpresión, en mayo del 2011.*Ya es materia de dominio público la repercusión del movimiento de los indignados en España, en los meses finales del año pasado y los primeros de este 2012.
LA PRÉDICA DE LA INDIGNACION
Estas páginas son para el autor como una herencia que deja a las nuevas generaciones, yempieza en tono casi de nostalgia: “Noventa y tres años. Es algo así como la última etapa. El final ya no está muy lejos.” (p. 20). Hace luego memoria de su vida política, especialmente de su participación en el movimiento de resistencia francesa contra la ocupación nazi a partir de 1941. Ve en los postulados de ese movimiento el origen y fundamento de algunos de los aspectos más apreciados en la Francia democrática de hoy: la seguridad social; la organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general; la enseñanza para todos, sin discriminación; la libertad de la prensa, su honor y su independencia.
Hessel ve con alarma que todos estos logros están amenazados en la Europa de hoy:“son los cimientos de las conquistas sociales de la resistencia lo que hoy se pone en tela de juicio.” (p. 24). Ante esa amenaza Hessel llama especialmente a los jóvenes a la indignación y la resistencia.
Hessel que es judío y sobrevivió al campo de concentración nazi de Buchenwald, hace un resumen de cómo la indignación frente al nazismolo sostuvo en el cautiverio y lo llevó a escapar y embarcarse luego con la resistencia francesa.
Y al final de la segunda guerra mundial tomó parte en el esfuerzo por luchar contra las causas de la guerra, por construir un nuevo orden internacional, por formular la Declaración Universal de los Derechos Humanos y participar activamente como diplomático en la reconstrucción de Europa.
Ello le lleva a predicar a sus jóvenes lectores: “Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno.” (p. 26).
El folleto culmina con una apelación: “Apelemos todavía a ‘una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos.’ A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: ‘Crear es resistir, resistir es crear’” (pp. 47-48).
En muchas publicaciones evangélicas, he leído palabras pastorales que advierten contra los mismos males: el consumismo incontrolado, el desprecio a los débiles y los diferentes, el olvido de las virtudes básicas para la convivencia, la competición insensible e inhumana. En nuestras filas evangélicas esto se constituye en un llamado a recordar el ejemplo de vida de Jesús, los principios éticos de la vida cristiana presentados tan claramente en la Biblia, y la renovación de nuestra identidad evangélica y la vivencia de sus valores.
UNA VISIÓN DE LA HISTORIA
Es cuando Hessel hace referencia a una visión de la historia, cuando me lleva a la exploración teológica.
Como citaba hace un momento nos dice que la indignación es un valor precioso: “te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno.”
Una sección de su escrito articula dos visiones de la historia. Nos cuenta que cuando llegó a ser estudiante de la famosa Escuela Normal, en 1939, el filósofo Sartre, su “condiscípulo mayor”, lo llevó a asumir la noción de libertad y responsabilidad, pero su propio talante lo llevó a otra postura: “Pero mi optimismo natural, que quiere que todo aquello que es deseable sea posible, me llevaba hacia Hegel. El hegelianismo interpreta que la larga historia de la humanidad tiene un sentido: es la libertad del hombre que progresa etapa por etapa. La historia está hecha de conflictos sucesivos, la aceptación de desafíos. La historia de las sociedades progresa y, al final, cuando el hombre ha conseguido su libertad completa, obtenemos el Estado democrático en su forma ideal.” (p. 29).
Hessel se quedó con Hegel y no adoptó la visión de Karl Marx, discípulo de Hegel que veía la historia como una continua lucha de clases que llevaría por fin a la revolución proletaria que instauraría una sociedad sin clases, feliz, que ya no necesitaría el consuelo de la religión. La utopía que nunca llegó.
La otra visión de la historia que Hessel nos presenta es una visión trágica: “Los progresos alcanzados por la libertad, la competitividad, la carrera del ‘siempre más’, todo esto puede vivirse como un huracán destructor.” (p. 29). Cita entonces al filósofo alemán Walter Benjamin, amigo del padre de Hessel, que tenía esa otra visión: “Para Benjamin, quien se suicidó en setiembre de 1940 para huir del nazismo, el sentido de la historia es la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe.” (p. 29).
Esta visión pesimista que ve la historia terminando en tragedia, ve la aventura humana como un túnel sin salida. Cuando leo a algunos columnistas de diarios españoles de hoy sospecho que en el fondo tienen una visión parecida, y que la nota de desencanto y hasta de cierto cinismo refleja una pérdida total de la esperanza.
Y eso me lleva a la visión cristiana de la historia, porque si como cristianos creemos que Jesús resucitó no podemos adoptar una visión trágica y pesimista de la historia humana.
Tanto la enseñanza de Jesús como la de los apóstoles está marcada por la nota de la esperanza, que es una nota que nos lleva a vivir el presente como luz y sal en el mundo, con gozo a pesar de las aflicciones, y a mirar el futuro con la esperanza de un mundo cualitativamente diferente, de una nueva creación: “Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Ap 20:4).
Y esto nos lleva a una teología cristiana de la indignación. Pero esto lo veremos la próxima semana.
* Stéphane Hessel,
¡Indignaos!Ediciones Destino: Barcelona, 2011.
Si quieres comentar o