GEOGRAFÍA E HISTORIA
El monte o collado adonde subió Moisés con Aarón y Hur (Éxodo 17:9) para interceder por el ejército de Israel en su lucha contra Amalec no tiene nombre. Pero puesto que la zona del conflicto está identificada como Refidim (Éxodo 17:8), nosotros llamaremos a este collado monte de Refidim. La región está situada en el extremo sur de la península del Sinaí, y pertenece a la cadena montañosa del Horeb (Éxodo 17:6) y fue escenario de una dura prueba de fe para Israel.
Por orden divina el pueblo levantó el campamento de Elím y vino a Refidim, donde no había agua. Y de nuevo comenzaron las acusaciones contra Moisés y Aarón. Las grandes experiencias de los meses pasados no sirvieron de nada para superar la prueba de fe ante el nuevo reto.
De la extrema gravedad de la situación dan muestra las palabras de Moisés: “
¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán” (Éxodo 17:4). En consecuencia, Dios guió a Moisés y a los ancianos de Israel a una roca grande en las estribaciones del Horeb, mandó a su siervo que golpeara la roca con su vara y de la piedra salió agua en abundancia para el pueblo sediento.
Apenas se hubo solucionado el problema de la falta de agua, Israel se vio envuelto en otra prueba al verse obligado a sostener una guerra con los amalecitas, que habían asaltado por sorpresa la retaguardia de Israel y dado muerte a todos los débiles que iban rezagados, cansados y extenuados (Deuteronomio 25:18). Cómo enfrentó Israel esta prueba y cuál fue su desenlace es el contenido de nuestra lección.
EL ENEMIGO: AMALEC
Los amalecitas eran un pueblo emparentado con Israel, pues, según Génesis 36:12 son descendientes de un hijo de Esaú, hermano de Jacob.
Atacaron a Israel como pueblo de Dios con la intención de aniquilarlo. Era un ataque para destruir la recién adquirida existencia nacional de Israel (Salmo 83:34ss) y para destruir de esta manera los planes divinos de bendición para con toda la humanidad. En última instancia se trataba de otra versión o capítulo de ese enfrentamiento mortal entre Dios y Satanás. Esto es lo que confiere a este combate su sentido de guerra a muerte, de lucha sin cuartel hasta el exterminio total de una de las partes en conflicto.
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Hay tres indicaciones que apuntan en esta dirección:
1. El mandamiento divino de exterminar completamente a Amalecen una guerra perpetua (Éxodo 17:14 y Deuteronomio 25:19). La gravedad de la enemistad de Amalec reviste tales honduras espirituales que Dios establece un castigo ejemplarizante.
2. La descripción de Amalec como “cabeza de naciones”en Números 24:20. Según esta cita, las naciones paganas iniciaron con Amalec la guerra de exterminio del pueblo de Dios, una guerra que sólo puede acabar con el exterminio de los poderes mundiales enemigos del Señor.
3. La manera como procede Moisés, guiado por el Espíritu de Dios, para combatirlos y vencerlos, subiendo a un collado para conseguir la victoria en oración. Se trata, pues, de un antagonismo espiritual, puesto que Amalec no fue derrotado por la espada de Josué, sino por la vara de Moisés, no por los ejércitos de Israel, sino por el poder de Dios.
Descendientes de Abraham e Isaac, el corazón de los hijos de Amalec incubaba el viejo odio de su padre Esaú contra Jacob. Los otros pueblos, tales como Edom, Moab y Canaán se atemorizaron ante Israel por causa de su Dios. La obra milagrosa de Dios con motivo del paso del Mar Rojo había llenado de temor el corazón de esos pueblos, mientras que Amalec, en abierto desprecio hacia las promesas divinas – como antaño su propio padre Esaú - confiado en su propio poder, tuvo el valor de atacar con las armas a Israel. La guerra que desató Amalec contra Israel era completamente gratuita e innecesaria. Israel no tenía ninguna pretensión sobre su territorio.
Dios le dijo a Moisés: “
Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14). Mientras que los anales de la historia de las naciones exalten el valor y las gestas de sus héroes espada en mano, la historia de las naciones perseguirá la exaltación de la fuerza bruta, y la violencia consumirá a los pueblos, pues escrito está: “
Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52).
Frente a este ideal de la violencia se encuentra el reino de Dios con su ética de la paz. Un reino sin doble moral. Una moral que cuando enfrenta la necesidad y el peligro no se contradice a sí misma haciendo un mal uso del poder. El reino de Dios, y la iglesia como parte de él, no levanta monumentos para gloria de sus héroes. Construye altares con la inscripción: “
Jehová es mi estandarte” (Éxodo 17:15). La divisa de Amalec es la destrucción, la del pueblo de Dios es la consagración de todo lo terrenal a Dios.
El reino de Dios no ataca; pero a lo largo de la historia ha sido continuamente atacado. No obstante, las armas de Amalec siempre acabaron sucumbiendo al fin de todos sus ataques. El mundo pasa y su poder, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]
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